Imaginemos que una mañana nos despertamos sin
El Ávila en su sitio. Qué reacciones habría, qué de sorpresas. Ya muchos de
rutina ni cuenta se darían mientras otros de boquiabiertos parecerían pescados
atascados en los trenzados balcones de su propiedad horizontal. Los incrédulos
no se detendrían a discutir su fe, al tiempo que demás miopes esculcarían la prensa
para constatar si el desaparecido es de verdad-verdad. En fin, que la ciudad
respiraría aire molusco, tendría un horizonte incrédulo y una hora de pájaros
cambiada; papagayo sin cola. Sonarían teléfonos en los que se acumularían
mensajes balbuceantes que casi en clave Morse. ¿Cambiarían las novias la fecha
de su boda?
Mientras, el soberano asombro se iría
convirtiendo en estupefacción, sospecha, paranoia, fin de mundo, y fila de
caraqueños, ora mirándose a los ojos, ora conversos en la unidad del miedo,
prorrumpirían corales: ¡Se lo trago la tierra, lo que nos faltaba, fin de mundo
mijita, que lo desvalijaron pana! Toda rumores sería la ciudad, fotos de ya no
está, que allí quedaba, allá subía yo de carajito, cerro el Ávila. Ahora que
falta es que zozobra.
Digamos también que esa misma mañana nadie va
a ninguna parte, todos con la mirada atónita puesta en eso que fue. ¿Nos
vestimos de luto, dónde estamos, qué pasó? Tiempo de despedirnos por si acaso,
de coches, dirán los españoles, dejados al garete en mitad del asombro;
colegios sin muchachos, oficinas vacías, gobierno sin gobierno, menos mal.
Porque es que una castración del paisaje no da como para chuparse los dedos de
la mano amputada y menos al tratarse de un símbolo, de un espejo en común, la cobija
de todos, qué vaina hermano.
Lo cierto es que la cadera de la ciudad con
la que nos desplazábamos de un lado para otro, que así éramos, se ha perdido
como unicornio azul. Bisagra que fuimos, barco al revés, tiranosaurio rex
momificado, símbolo de los eternos días, todos atónitos frente a lo insólito de
lo verdadero, exceso de vacío, Pacheco extraviado, imagínate tú.
Nadie duerme de noche, santo rosario, la
Sayona, todos en vela haciendo guardia
para evitar la sorpresa que es muda, a ver si se aparece, quién quita.
Acuérdate que aquí hay mucho mamador de gallo. A lo mejor es de una de esas
vainas de la tecnología, o una performance de Christo, el arquitecto sollado
que vive de eso, o una nueva fase en la lucha del imperio contra nuestra
soberanía agro-alimentaria que ya lo había vislumbrado aquel que te conté.
Qué sería de nosotros sin el Ávila, a qué
correo escribiríamos, a qué ciudad si Caracas ya no. Seríamos, si te pones a
ver, jungla de cemento y cabilla nada
más con unas heliconias por aquí y por allá, estampillas flotando, valle es
suspenso, tiempo perdido, ni memoria siquiera, libro sin páginas, caratula,
boca sin lengua, gente con menos horizonte hacia lo alto. No tendríamos
mentiras para sostenernos, distracción para casi ni vernos, puerto constante.
Esa fue la noticia: se robaron El Ávila, también.
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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