No es que unos seres humanos valgan más que
otros. Las muertes todas son igualmente dolorosas, pero la de los caídos por la
violencia y la confrontación en su mayoría duelen mas, porque generalmente las
víctimas son jóvenes promesas del
futuro, que en su mayoría poseen una visión optimista de la sociedad en la que
conviven y quieren demostrarlo como estudiantes universitarios o jóvenes trabajadores,
pese a las dificultades que enfrentan y a las restringidas posibilidades que la
sociedad venezolana y el régimen socialista-comunista que gobierna a Venezuela,
hoy les ofrece.
Por eso es la oportunidad para de nuevo alzar
mi voz de impotencia. La violencia, venga de donde viniere, se lleva lo más
preciado: seres humanos valiosos; encuentran la muerte tras la vuelta de la
esquina, apenas salen de la casa, tan pronto saludan el nuevo día, pese a la
bendición que enseñan sobre sus cuerpos. Los matan por la insignificancia de un
celular, de una tableta, de un portátil, por unos pocos bolívares, y hasta por
el pan y la leche que llevan para el desayuno.
Esta maligna
y perversa violencia se ha ensañado en nuestro país, se lleva a los
hijos más queridos. Los cementerios están llenos de lápidas con fechas
prematuras de apenas adolescentes y jóvenes, quienes vierten su sangre en
nuestras calles en forma miserable, por culpa de seres que han perdido todo
valor, todo escrúpulo.
Nuestras calles, avenidas y caminos están
salpicados de tanta sangre, de tanta inconsciencia, de tanto delito sin
castigo. Y echamos la culpa a tanta prevención intangible. Y los delitos
siguen, las muertes de las personas que más apreciamos siguen sucediendo. ¡A
diario!
Podemos decir que nuestras autoridades gozan
de una laxitud impresionante frente al delito. Que nuestra policía carece de
instrumentos de prevención. Que nuestros investigadores se pasan el tiempo en
conjeturas banales. No se dan cuenta que el delito tiene un origen, la sociedad
no ataca ese origen.
Aquí se pueden violar los códigos morales y
éticos sin que pase nada. Por donde comienza el camino delictivo del
delincuente, la contravención, carece de correctivo. La drogadicción pública,
la venta de drogas callejera, el escándalo público, el alcoholismo, el hurto
menor, las lesiones personales no son sancionados; el irrespeto a la autoridad,
el insulto a las personas, la discriminación de todo tipo ni siquiera son
tomados como delitos. El camino por donde inician los futuros delincuentes
carece de prontos correctivos.
Las cárceles, a pesar del hacinamiento, son
hoteles baratos. Los delincuentes
manifiestan que allí están seguros, que gozan de alimentación, servicios de
salud, un sitio para dormir conque afuera no cuentan.
Las cárceles venezolanas no atemorizan a
nadie. Los grandes delincuentes o Pranes sobornan, compran servicios, la cárcel
se convierte en un hotel de cinco estrellas con la anuencia de la autoridad
carcelaria. En esos sitios sí circula la droga y las armas en forma prominente.
Y nuestros legisladores, ciegos, sordos y
mudos como dice la canción de Shakira, no se dan cuenta del origen, de la forma
ni de los propósitos del delincuente,
nuestras calles son corolario de delitos a la vista de todos que nadie
sanciona, son un medio salvaje donde aventurarse es el mayor riego que alma
humana puede correr.
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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