La violencia que ha sacudido al país durante
mes y medio ha sido para aplastar la resistencia que distintos sectores de la
vida nacional han levantado frente al modelo comunista que trata de imponer el
tándem cubano-venezolano instalado en
Miraflores desde 1999. A lo largo de este ciclo en la vanguardia se han
alternado distintos sectores.
La trayectoria durante toda esta etapa podría resumirse señalando que, por un lado, la élite gobernante trata de imponer el comunismo, mientras, por el otro, existe una sociedad que aguanta el embate. Ha habido una lucha desigual, asimétrica, en la cual los rojos, a pesar de su poderío, no han podido aplastar a los ciudadanos; mientras la sociedad no ha acumulado la energía suficiente para derrotar al régimen, ni lograr cambios sustantivos orientados a restablecer la democracia y recuperar la economía.
En
Venezuela se repite la historia: el comunismo nace luego de un parto violento.
En su alumbramiento no hay nada natural, ni espontáneo. Todo es forzado y
compulsivo. Esa fue la experiencia de Rusia, Europa Oriental, China, Cuba,
Vietnam. Ese esquema centralista, autoritario, vertical y burocrático,
únicamente logra implantarse mediante la coacción de un grupo arrogante y
déspota. En esa forma de organizar la economía, la sociedad y el Estado, no
existe espacio para el consentimiento, la adhesión voluntaria, la persuasión y
el consenso. Tampoco para la oposición o la simple disidencia. Los regímenes
comunistas poseen un rasgo autocrático y militarista acentuado. Exaltan el armamentismo, aunque en la neolengua que
construyen hablen de paz.
El
fracaso del comunismo no es como el de cualquier otro sistema. En una República
democrática, los errores de un gobierno pueden corregirse en el siguiente
mandato. Los comunistas, además de que dejan a las naciones en la ruina, no
permiten la rotación en el Gobierno. Son enemigos de la alternabilidad. Son
fanáticos del poder total, absoluto y
eterno. No creen en la democracia, ni en la alternancia. No organizan
gobiernos, sino regímenes. No necesitan la aprobación ni la legitimación
popular, aunque de vez en cuando la usan para darse un baño de legitimidad. Los
comunistas se autojustifican. Les basta hablar de la “revolución”, de los
“ideales del pueblo” y del “hombre nuevo” que ellos edificarán a partir de la
redención social. En nombre de estos “principios” asumen el control de todas
las instituciones que permiten asegurar su continuidad en el poder: el
Parlamento, el Poder Judicial, los
órganos electorales, las Fuerzas Armadas, el Banco Central, las dependencias
que elaboran las estadísticas nacionales. No hay institución pública que escape a su control absoluto.
Los
jóvenes han decidido asumir con heroísmo y abnegación la resistencia al
comunismo. En esta particular batalla que libran no piden reivindicaciones específicas, como el aumento de las
dotaciones estudiantiles, de las becas o el mejoramiento del subsidio al
transporte. En esta oportunidad se dirigen a combatir un adversario que los ha
dejado sin futuro. Que los condena a la miseria Que los empuja a irse del país
porque no les garantiza la seguridad personal, ni la posibilidad de conseguir
un empleo estable y bien remunerado o emprender una actividad económica que los
independice.
La juventud venezolana no quiere vivir en la frustración en la que ven pasar sus días los cubanos, aplastados durante 55 años por una tiranía petrificada que acabó con tres generaciones. Ese es el espejo en el que se ven nuestros jóvenes, quienes se niegan a ser víctimas sumisas de los gamonales que se entronizaron en el poder.
Trino
Márquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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