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martes, 18 de marzo de 2014

MANUEL MALAVER, EL CASTROCHAVISMO TERMINÓ AHOGADO EN SU SIEMBRA DE ODIO

Chávez quizá pudo soñar alguna vez que el pueblo venezolano no se levantaría en ira para tirarle en la cara el mamotreto del “Socialismo del Siglo XXI”.
Pero era que, como malabarista de la política, podía simular el colosal fracaso del modelo financiando sus ineficiencias con petrodólares, y, aplazando la llegada a la “tierra prometida” hasta que los precios del crudo se colocaran en 200 o 400 dólares el barril.

Entre tanto, dilapidaba hasta el último centavo que ingresaba al tesoro nacional en el delirio más caro y aberrante que ha conocido la historia, como fue darle respiración boca a boca a un remedo de la “Guerra Fría”, donde él reencarnaba a Lenin, Stalin, Mao y Castro juntos -y a todos cuantos quisieron destruir el capitalismo y a los Estados Unidos-, Caracas pasaba a ser la nueva Moscú, y Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia los satélites del nuevo centro de poder.
Las aventuras de los cruzados pasaron por hitos, tales fueron la guerra que Chávez y Correa casi le declararon al presidente Álvaro Uribe de Colombia, la cayapa que le montaron desde la OEA a los demócratas hondureños porque se negaron a que un chavista, Zelaya, los sacará “constitucionalmente” del poder, y por la creación de espejismos como la UNASUR y de otro esperpento llamado la CELAC.
El caso fue que “tras de este hombre a caballo” (como diría el imprescindible poeta venezolano Andrés Eloy Blanco), se fueron DOS BILLONES Y MEDIO DE DÓLARES, producto del último ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008), que fueron a parar a las fauces siempre hambrientas de los dictadores Raúl y Fidel Castro de Cuba, de los semidictadores Ortega de Nicaragua, Correa de Ecuador y Morales de Bolivia, y de unos comodines (Lula da Silva y Dilma Rousseff de Brasil, José Mujica de Uruguay y los esposos Kirchner de Argentina) que también entraron con gusto y saboreándose al festín.
De modo que, cuando Chávez muere -no se sabe si en La Habana o Caracas, si el 31 de diciembre del 2012, o el 5 de marzo del 2013- ya todo estaba hecho, ya todo estaba dicho: el país más rico de América latina, y que acababa de pasar por un ciclo alcista de los precios del crudo, estaba quebrado, en bancarrota, con su aparato industrial y su producción agrícola y ganadera reducidos a ruinas, y, lo que era más grave, sin reservas internacionales con que importar materias primas, comida, medicinas, servicios y bienes tecnológicos que continuaran simulando el colapso del sistema.
Es posible que Chávez, pero sobre todo los dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro, presintieran la tormenta que se avecinaba y que esa fuera la causa de que forzaran al comandante-presidente a inmolarse, participando en unas elecciones presidenciales, las del 7 de octubre del 2012, que si no ganaba, al menos haría un nuevo fraude electoral más camuflado y llevadero.
Lo de “inmolarse” es literal, pues el avance de la dolencia cancerosa que Chávez padecía desde hacía casi 2 años -y que la medicina cubana no pudo curar sino agravar-, no podía indicar sino que, un esfuerzo como el de su participación en una campaña electoral, le acarrearía la muerte.
Pero los cubanos hilarían más fino en otro detalle: el sucesor de Chávez sería un comisario del G-2 -y no uno de sus cofrades del Ejército-, una ficha de la más alta confiabilidad de la nomenclatura isleña, y que tenía la misión, no solo de no pasarle factura a Raúl y Fidel por la destrucción de Venezuela, sino que estuviera más bien decidido a continuar el modelo.
El “elegido” fue Nicolás Maduro, una nulidad ágrafa, muda y ciega, de nacionalidad dudosa, con poco o nada que contar sobre su militancia revolucionaria, y, sorpresivamente, elevado por Chávez al cargo de canciller a la usanza cubana: para firmar acuerdos que autorizaban Fidel y el comandante-presidente venezolano.
La tragedia, sin embargo, tendría un gran finale, uno que la convertiría en comedia, como fueron los funerales de Chávez, para los que se trasladaron de todos los rincones de Venezuela tanto como cuatro millones de empleados públicos, algunos de los cuales fueron guionados para llorar y halarse los pelos como si se les hubiera muerto un padre y que transmitiría la idea al país y al mundo de que nacía un mito, un superhéroe, un semi dios refundador de la patria, y redentor de los pobres.
Cuán larga y ancha era esta farsa y cuánto se había engañado al planeta a través de canales de noticias internacionales como CNN en español -cuyos conductores no se tomaron el trabajo de averiguar hasta dónde llegaba la verdad o la mentira-, quedó demostrado cuando 40 días después, en las elecciones presidenciales del 14 de abril, el sucesor de Chávez, elegido por los cubanos, Nicolás Maduro, resultó derrotado por el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, quien lo aventajó por al menos 500.000 votos.
Pero era un desastre que no iban a aceptar, ni el CNE chavista (máximo organismo electoral de cuyos 5 miembros, 4 son del partido de gobierno, y parte de la oposición venezolana y de la comunidad internacional admitían como un árbitro confiable), ni los clientes continentales de Chávez y Maduro (Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay y Argentina), quienes fraguaron toda una conspiración para que el derrotado simulara un reconteo de votos que era una burla y terminara imponiéndose más como un presidente de facto, que de iure.
Atropello a la Constitución y las Leyes venezolanas que también avalaron el máximo organismo rector de la oposición, la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, y el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, al acatar sin cuestionamientos otros resultados electorales fraudulentos, los de las elecciones municipales del 8 diciembre del 2013, que convirtieron al chavismo-madurismo en la mayoría política del país, y a sus candidatos en los dueños de más de 200 alcaldías (el 70 por ciento del total).
Es, de todas maneras, la última oportunidad de Maduro y el postchavismo de tenderle la mano al pueblo de Venezuela, de introducir cambios en un modelo político y económico que hacía aguas por todas partes, de plantearse un reencuentro con la oposición y todo el país e iniciar un proceso de reconciliación que implicara sacudirse la costra de fracasos piojosos que habían heredado de los cubanos, Chávez y su “Socialismo del Siglo XXI”.
Oportunidad que también desaprovecharon la MUD y Capriles, que no olfatearon la crisis terminal que comenzaba a minar al castrochavismo, el momento de torcerle el brazo y obligarlo a cambiar el rumbo de la dictadura totalitaria por la que ya navegaba Venezuela y abogan, ahora, por plegarse a un status quo con Maduro, donde, se iría avanzando, según el número de votos que tras de cada elección se le ocurriera asignarles el CNE corrupto y fraudulento.
Entre tanto, en las calles cruje el hambre, ya no hay alimentos ni medicinas, colapsan los servicios públicos, el hampa común y organizada se adueñan del territorio nacional, y la troika burocracia-PSUV-narcomilitares se enseñorean con planes para reprimir las protestas a sangre y fuego y pasar al control de los medios impresos: la última herramienta que le quedaba a la libertad de expresión.
Una atmósfera y clima de terror donde cada día resulta más difícil respirar, silencioso pero caldeado, rojo, volátil, y en el que parece que, en cualquier momento, se desatará la ira popular contra el monstruoso engaño de arrebatarle al pueblo libertad y bienestar para entronizar una dictadura totalitaria que les remodelará el cerebro, el pensamiento, el habla, los sentimientos, la historia y hasta los deseos de vivir.
Y la chispa estalló, en la ciudad de San Cristóbal, capital del Estado Táchira, la chispa estalló con manifestaciones, y Maduro y la troika, siguiendo instrucciones del G-2 cubano, salieron a desalojar a los manifestantes de las calles.
Pero sucedió lo increíble y el país y el mundo vieron con asombro cómo la que resultó desalojada fue la troika, acosada por una furia inextinguible que ahora arde por toda Venezuela.
Ya había muertos y heridos, y cualquier gobierno medianamente informado y prudente habría convocado un diálogo, pero la trioka seguía disparando, matando estudiantes, implantando la tortura, persiguiendo y encarcelando ciudadanos.
Hoy el país está desgobernado por una banda de forajidos, de civiles, militares, paramilitares y policías que ya son reos de la justicia penal internacional porque sus crímenes están documentados, con un dictador que es el jefe de una pandilla de matones cuyo único propósito es entregarle sus ruinas a dos ancianos octogenarios, los déspotas cubanos, Raúl y Fidel Castro, que, al parecer, no quieren irse a la tumba sin los despojos de Venezuela.
Manuel Malaver
@MMalaverM

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