Eran pasadas las 4 de la madrugada de un sábado del mes de junio del
2.008. Acababa de comprar cigarrillos en una arepera de Puerto Ordaz y me
dirigía a Altavista para echar gasolina. Había una estación de servicio
laborando 24 horas.
Transitaba por la av Atlántico cuando divise en el canal
contrario un vehículo BMW que se había topado contra una jardinera, quedando en
posición perpendicular al sentido de circulación. Reduje la velocidad para chismosear y me
disponía a proseguir mi curso cuando escuché la corneta emitir tres pitazos
continuos.
Mi primer impulso fue ignorarlo pero recién esa semana, en una
conversa con Dios, había renovado mis votos de compromiso para combatir la
indiferencia. Di vuelta y me acerqué al vehículo con cierta cautela. Ya en la
proximidad pude apreciar tres impactos de bala en el parabrisas. Rebasé el
automóvil, giré en u y enfoque su interior bajo la luz de los faros de mi
carro. Había un individuo en el asiento del chofer con su cabeza apoyada sobre
el volante. Fue así como toco la bocina. Me bajé y lo vi sangrar profusamente. Cual Pedro Navaja
miré pa´ un lado, miré pal otro y no vi a nadie. Me acerqué aún mas y la
persona me dijo: “mi pana me voy a morir”. No lo conocía pero lo toqué y le
dije con el tono mas convincente que pude emitir; “tranquilo amigo que nadie va
a morir”.
La inacción se apoderó de mí por uno o dos minutos y salí del
ensimismamiento, por el ruido de un carro que se aproximaba. Redujo su
velocidad hasta casi detenerse, para acto seguido, al ver los vidrios en el
piso y la sangre en mi ropa, alejarse veloz y desesperadamente. Finalmente
llegó alguien que se detuvo al reconocer el carro. Conocía al herido, pero
estaba más asustado que yo. Le dije casi gritando: hay que llevarlo a un
hospital. Se hallaba muy cerca el de Ferrominera. Dudó al principio pero me
obedeció y tomándolo de las piernas y yo por la espalda lo acomodamos como
pudimos en la parte trasera de su carro y lo llevó al hospital. Supe luego que
el hombre se salvó. No se ni como se llama, pero le agradezco a Dios que hice
“algo”. Que a pesar de mi temor, de mi desconocimiento en el tratamiento de un
herido, de lo difícil de la situación, de las probabilidades en contra, me
sobrepuse a mi mismo e hice algo.
Algunas personas que me estiman, que elogiaron alguno de mis escritos
inclusive, que se mostraron agradecidas por contagiarse de mi ánimo positivo,
últimamente me catalogan como “patológicamente optimista”.
Me duele escucharles decir que esto no se resuelve con votos. ¿Y como entonces? ¿Con sangre? ¿Con fuego? ¿Con un golpe? Ese es el propósito de tanta arrogancia, tanta insolencia y tanta prepotencia gubernamental: ponernos a pensar como chavistas, a la fuerza pues. No estoy de acuerdo.
Hoy el mundo está de luto por el deceso de Nelson Mandela. Un verdadero
líder que estuvo ferozmente preso durante 27 años. Y no hablo de algo como esta
especie de libertad condicional en que
hemos vivido estos 15 años, por más que sea cada vez más condicional y menos
libertad. Mandela, teniéndola 1.000 veces mas difícil que nosotros no se
amilanó. No se derrumbó. No se doblegó. Mantuvo su fe en Dios y en que El
premia la constancia. Mantuvo su esperanza en la voluntad popular y a través
del sufragio logró ser presidente y eliminar algo peor aún que el chavismo como
lo es el apartheid.
Este domingo no me mancharé de sangre sino de tinta. Este domingo trataré de salvar la vida de mi país. Este domingo 8 de diciembre yo voy a hacer “algo” muy importante y útil. Este domingo YO VOY A VOTAR
Alejandro Millan
alejandrormillan@gmail.com
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