El
SER HUMANO nace con algunas actitudes que le van configurando su manera de
comportarse ante otras actitudes y situaciones. Entre otras, es demostrable el
sentido de propiedad, el sentido de pertenencia. Todos lo hemos vivido en carne
propia o lo hemos observado en hijos y nietos, propios o ajenos.
Como
ejemplo, recordemos cuando a un hijo o nieto, de ocho o doce meses de
edad, se le sienta en un “corral” y se
le entrega un juguete y, si al poco rato a un primo o hijo de un pariente o
vecino, aproximadamente de la misma edad, lo
meten en el “corral” y trata de quitarle el juguete, el “niño dueño” con
seguridad se negará a entregarlo, colocándolo hacia su espalda o apretándolo
fuertemente, llorando o gritando para llamar la atención sobre la pretensión de
aquel otro niño de querer quitarle el juguete, que es de él y sólo de él. Cuando se lo entregaron nadie le dijo que era
de él y sólo de él. Con tan sólo ocho meses de edad ya tiene desarrollado el
sentido de pertenencia, nadie se lo enseñó, nació con él el valor y defiende su
derecho a la propiedad privada.
A
veces es tanto el valor que le da a la pertenencia que llega a convertirlo en
un “antivalor” cuando teniendo a su alrededor, seis, ocho o diez juguetes
diferentes se niega a prestarlos. Por el contrario, hay niños que nacen con un
exagerado valor de compartir aunque sólo tenga un juguete.
Así
van creciendo los niños, internalizando el valor de la propiedad sobre bienes,
materiales o espirituales, que les regalan, se sacan en una rifa, o los
compran, unos negándolos y otros compartiéndolos.
De
acuerdo al su nivel de entendimiento, el ser humano va haciendo uso de los
bienes adquiridos o prestados para ir materializando ideas, propias o ajenas,
que se conviertan y coadyuven al bienestar y bien común de la humanidad. Hay
seres que con su propia capacidad avanzan solos y ayudan a otros a construir y
seguir caminos. Cuando la aspiración no se puede alcanzar individualmente, el
ser humano busca asociarse con otros para reunir el dinero o las capacidades
intelectuales a fin de materializar algún proyecto. De ésa manera se crea una
empresa, pequeña, mediana o grande, la bautizan, le dan un nombre y cada uno de
los padrinos se siente propietario de aquel ahijado.
El
derecho a la propiedad es inherente a la persona humana. Nace con ella, la
comparte, la usa, la disfruta o la cede cumpliendo con el límite moral del
respeto al derecho ajeno o a los establecidos y acordados por los integrantes
de la sociedad en leyes, reglamentos o acuerdos.
Negar
la propiedad privada es castrar el entendimiento.
Daniel
E. Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com
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