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jueves, 7 de noviembre de 2013

DANIEL E. CHALBAUD LANGE, EL DERECHO A LA PROPIEDAD PRIVADA.

El SER HUMANO nace con algunas actitudes que le van configurando su manera de comportarse ante otras actitudes y situaciones. Entre otras, es demostrable el sentido de propiedad, el sentido de pertenencia. Todos lo hemos vivido en carne propia o lo hemos observado en hijos y nietos, propios o ajenos.

Como ejemplo, recordemos cuando a un hijo o nieto, de ocho o doce meses de edad,  se le sienta en un “corral” y se le entrega un juguete y, si al poco rato a un primo o hijo de un pariente o vecino, aproximadamente de la misma edad, lo  meten en el “corral” y trata de quitarle el juguete, el “niño dueño” con seguridad se negará a entregarlo, colocándolo hacia su espalda o apretándolo fuertemente, llorando o gritando para llamar la atención sobre la pretensión de aquel otro niño de querer quitarle el juguete, que es de él y sólo de él.  Cuando se lo entregaron nadie le dijo que era de él y sólo de él. Con tan sólo ocho meses de edad ya tiene desarrollado el sentido de pertenencia, nadie se lo enseñó, nació con él el valor y defiende su derecho a la propiedad privada.

A veces es tanto el valor que le da a la pertenencia que llega a convertirlo en un “antivalor” cuando teniendo a su alrededor, seis, ocho o diez juguetes diferentes se niega a prestarlos. Por el contrario, hay niños que nacen con un exagerado valor de compartir aunque sólo tenga un juguete.

Así van creciendo los niños, internalizando el valor de la propiedad sobre bienes, materiales o espirituales, que les regalan, se sacan en una rifa, o los compran, unos negándolos y otros compartiéndolos.     

De acuerdo al su nivel de entendimiento, el ser humano va haciendo uso de los bienes adquiridos o prestados para ir materializando ideas, propias o ajenas, que se conviertan y coadyuven al bienestar y bien común de la humanidad. Hay seres que con su propia capacidad avanzan solos y ayudan a otros a construir y seguir caminos. Cuando la aspiración no se puede alcanzar individualmente, el ser humano busca asociarse con otros para reunir el dinero o las capacidades intelectuales a fin de materializar algún proyecto. De ésa manera se crea una empresa, pequeña, mediana o grande, la bautizan, le dan un nombre y cada uno de los padrinos se siente propietario de aquel ahijado.

El derecho a la propiedad es inherente a la persona humana. Nace con ella, la comparte, la usa, la disfruta o la cede cumpliendo con el límite moral del respeto al derecho ajeno o a los establecidos y acordados por los integrantes de la sociedad en leyes, reglamentos o acuerdos. 

Negar la propiedad privada es castrar el entendimiento.

Daniel E. Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com

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