Toda revolución atraviesa
una etapa paranoica y el momento le llegó a la disparatada revolución
bolivariana. Ante el desastre originado por sus acciones y lejos de realizar la
más mínima autocrítica, los radicales criollos atribuyen a Estados Unidos, el
presunto “imperio”, y a la apacible y bondadosa oposición interna todos los
males que la mente puede imaginar.
Para tranquilizarles aclaro
que Estados Unidos no es un imperio. Si desean saber qué es un imperio de
verdad y por qué envejecen y mueren, les sugiero lean a Edward Gibbon y su
inmortal “Historia de la decadencia y caída del imperio romano”, o el estupendo
libro de Nial Ferguson titulado “Imperio”, sobre el caso británico.
Estados Unidos no es y
jamás fue un imperio. Ha sido y es un gran poder, muy influyente aunque ahora
en declinación, pero no es un imperio.
Se trata de un país de inmigrantes donde la libertad individual hizo milagros
por dos siglos, hasta el fin de la Guerra Fría; un país cuya fuerza económica,
unida a la relativa debilidad de los demás, le llevó a cumplir un papel
preponderante en el escenario internacional. Pero Estados Unidos nunca tuvo ni
tiene la voluntad de dominio y perseverancia para hacer lo que la Roma imperial
y el Londres isabelino y victoriano hicieron; es decir, imponerse a toda costa
con un sentido de superioridad nacional.
Cabe concebir qué habrían
hecho romanos y británicos en sus momentos de esplendor con personajes del
talante de Castro, Chávez o Maduro. Ni siquiera se hubiesen ocupado de enviar
las legiones (Roma) o la flota (Inglaterra); con un simple estornudo les
hubiesen enseñado a respetar. Esos sujetos y otros como ellos se ríen, se
burlan y ofenden a diario al llamado “imperio” estadounidense, para no
mencionar temas más graves como las temeridades de Putin, Assad, el demente
coreano, los Ayatolás iraníes y el resto de audaces que pululan en el mundo de
hoy. Mas el “imperio” calla, permite que le maten a su Embajador en Libia, se
deshacen de Gadaffy y después aceptan que ese país se convierta en nido de
terroristas, acaban con Saddam Hussein y demuelen a los talibanes y al poco
rato retornan a Arizona, Tejas, Ohio y Florida, dejando atrás un caos.
No, eso no es un imperio.
¡Atención! No digo que sea bueno o malo, digo que de ese modo no actúa un
imperio. Estados Unidos no tiene ni la voluntad ni la constancia para ser
imperio. Dominó mientras lo hizo por su inmenso desarrollo económico, producto
de la libertad, pero fue un dominio derivado y no deliberado.
Conviene de paso mencionar
que los romanos jamás traicionaban a sus aliados, cosa que no puede afirmarse
de Washington, por desgracia.
En nuestros días Estados
Unidos se ha debilitado espiritualmente todavía más. La “corrección política”
le ha agrietado a la manera de los europeos, y están desconcertados y
atemorizados. Washington derrotó el modelo soviético pero no supo cómo manejar
su victoria. Aplastaron el comunismo pero bajo Obama les corroe el ánimo
socialista.
Como habría indicado
Toynbee, en la sociedad americana ha crecido un proletariado interno de
millones de dependientes del gobierno, para cuyo sostén se hace necesario
exprimir cada día más a los que producen y subsidiar a los que medran. Las
élites norteamericanas se han escindido de manera irreconciliable; y como
explica Gibbon en su gran obra, la división de las élites es la señal de alarma
de un severo agotamiento. Washington no sabe siquiera cómo endeudarse más, y ni
hablar de cómo pagar lo que debe.
Así que, Maduro: no nos
aburras más con el tal “imperio”.
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