Hugo Chávez cometió numerosos errores, pero
creó una clase política y económica que sin dudas estaría eternamente
agradecida a su memoria sino hubiera seleccionado a Nicolás Maduro como su
heredero.
PENDE DE UN CABELLO |
Maduro es un desastre en toda la extensión de
la palabra. Como presidente encargado incurrió en más pifias que Chávez en sus
trece años de desgobierno, que es mucho decir; pero como candidato su conducta
fue deplorable. Sus declaraciones, propuestas y conducta, fueron un compendio
de payasadas que es de esperar hayan avergonzado a sus propios partidarios.
En consecuencia sus rivales y adversarios en
el Estado mayor del chavismo, deben estar haciendo una excelente cosecha de sus
errores y preparando estrategias que les posibiliten desplazarlo en cuanto les
sea oportuno. Tarea a cumplir cuando la sobrevivencia del incomprensible
Socialismo del Siglo XXI no esté en peligro.
Por supuesto, el que presumimos más
importante adversario de Maduro, Diosdado Cabello no quedo atrás. El despotismo
y abuso de poder del que hizo gala en la Asamblea Nacional, dejó apreciar a los
más crédulos que el oficialismo, sin importar tendencias, no respeta para nada
los valores democráticos ni las diferencias en las ideas.
Se vislumbra una lucha de extremos. Un populismo exacerbado que motive las pasiones más bajas entre líderes. Ladrar alto, fuerte y morder con furia, son fundamentales para comandar una oligarquía política económica que no quiere perder los privilegios adquiridos a base de engañar y manipular a los que están a favor de una sociedad más justa.
También se pudo valorar, como pocas veces en
el pasado, el control que ejerce el Ejecutivo sobre los poderes públicos. La
conducta de las presidentas del Consejo Nacional Electoral, como la del
Tribunal Supremo de Justicia, fue para favorecer únicamente al oficialismo,
pero como la voluntad popular se hizo sentir, las esferas más altas del
oficialismo debieron aceptar una auditoría que en principio rechazaron.
Maduro aceptó de mala gana un conteo que de
resultar a su favor le otorgará la legitimidad que necesita para gobernar un
país profundamente escindido.
Es de suponer que sus aliados extranjeros le
forzaron a aceptarla y se aprecia por declaraciones del presidente de Chile,
Sebastián Piñera, que un número importante de los gobiernos que integran
UNASUR, a pesar de que simpatizan con el chavismo, estuvieron a favor de la
auditoría, pero sin dejar de reconocer
en Maduro el nuevo presidente de Venezuela, algo así como estar conscientes de
que no habrá revocación.
Una muestra de la doble moral que ejemplifica
la decadencia de valores de nuestro continente.
Maduro no ha dejado de ser procaz y agresivo,
aún después de aceptar la auditoría, una actitud contraria a los intereses de
un proyecto político que pretende imponerse en un país que está dividido como
nunca antes en su historia. Sus groserías y vulgaridades es de esperar vayan en
aumento. Su plan es imitar a Chávez en todo y considera que para lograrlo, es
primordial la procacidad en el trato y el lenguaje.
Por supuesto, la división de la nación no es
exclusiva responsabilidad del flamante Presidente. Su predecesor fue un
generador de tormentas sociales y un odiador de oficio. Chávez, fue el primer
promotor de la intolerancia y sectarismo que sufre Venezuela. Sus discursos
fueron agresivos y descalificadores de cualquier persona o institución que se
opusiera a sus proyectos y su delfín simplemente actúa en consecuencia.
Fue Hugo Chávez, hay que tener eso presente
porque hay quienes pretenden encontrar en el difunto virtudes que le faltan a
Maduro, quien con la complicidad de Nicolás, Cabello y otros muchos, incluyendo
un amplio sector de las Fuerzas Armadas, condujo al país a niveles de
corrupción, crispación social, inseguridad pública y una debacle económica que
no tienen precedentes en el país.
Por otra parte, numerosos estudiosos de la
situación venezolana opinan que si Nicolás Maduro ocupa en este momento la
primera magistratura del país no es exclusivamente por consecuencia del fraude
ni de los abusos de poder - porque no hay dudas que cualquier candidato
oficialista habría ganado gracias al control que sobre los poderes del Estado
ejerce el Ejecutivo- sino porque los Castro lo impusieron, ya que era el único
partidario del caudillo muerto que podía garantizar la continuidad de los
cuantiosos subsidios de Venezuela a la isla.
El futuro de Venezuela está en juego, pero
también el del resto del continente. La democracia es lo único que garantiza
libertad y justicia y en consecuencia, progreso económico.
Es necesaria la unidad de la oposición
nacional y la solidaridad internacional. Si en el siglo XIX, Simón Bolívar fue
el más importante promotor de la soberanía de nuestras naciones, en el XXI se
debate en la tierra del Libertador, si el modelo político de Fidel Castro,
remozado por Hugo Chávez, puede aplastar nuestros derechos ciudadanos, la
soberanía de cada uno de nosotros sobre nuestros actos.
pedroc1943@msn.com
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