Con las afirmaciones no se juega, más si está de por medio los intereses del país que no dejan de ser importantes ni pierden su vigencia por las circunstancias adversas de una confrontación electoral.
Pero hay algo más, tuvimos una representación
inobjetable que se dio por entero en la vigilancia del proceso; mal pudiéramos pensar que con la
honorabilidad y respetabilidad de un hombre como Ramón Guillermo Aveledo -por
solo mencionar un nombre- pudiera someterse a dudas cualquier desviación que
comprometiera la transparencia del sufragio del voto. La mayor experiencia en el escenario electoral la tienen sin duda alguna los componentes de
la “Mesa de la Unidad”; el reconocimiento a los resultados no responde a la
improvisación: perdimos porque el gobierno obtuvo una mayor votación.
Tocamos este tema por considerarlo de extrema significación,
cuando todavía hay sentimientos acongojados por lo que sucedió.
No hay lógica alguna para hablar de fraude,
aun cuando resultó tan visible el obsceno y descarado ventajismo del candidato
del gobierno con el aval del Consejo Nacional Electoral, dando razones para
empañar la credibilidad de los resultados que favorecieron al mencionado
ganador.
El gobierno es tramposo y capaz
de todo, pero era a ese al que nos estábamos
enfrentando y debemos prepararnos de nuevo para confrontarlo en las elecciones
de gobernadores. Hablar de fraude es
dibujar en nuestra imaginación la figura de un fantasma, es negarle eficiencia a las máquinas que fueron
precisamente las que les daban garantías
a nuestros votos; se perdió porque
todavía hay gente que por creencia
ingenua o apostando a su necesidad, sigue creyendo en Hugo Chávez.
No abogamos por disturbios, señales de protestas o signos de
violencia; pero tampoco pretender el
silencio sumiso frente a ese espejo hecho trizas que viene a indicarnos lo que
sería la continuidad de esa zozobra diaria, traducida en la desesperanza de ver
a nuestro país desangrándose por los cuatro costados, frente a la indiferencia
del gobierno de ayer y que por circunstancias desafortunadas es el mismo de
hoy. Nuestra respuesta ante la
adversidad, sin dejar de ser pacífica, debe ser muy activa. El mandatario tiene los ojos puestos en el
mapa nacional para apoderarse de todas las gobernaciones, lo que significaría
la implantación definitiva de una dictadura.
Con el mismo convencimiento en la victoria final, seguimos creyendo que
la decisión es de los venezolanos: nos toca a los carabobeños responder por
Carabobo.
No somos de los que esperamos sinceridad en la palabra del presidente
con promesas renovadas y ofertas de diálogo. Con la siempre admiración y
respeto a la memoria del inolvidable Carlos Gardel: catorce años son
demasiados; la vida diaria de nuestro personaje en la calle está muy
cuestionada para pretender llegar a los veinte, más cuando todo indica que estamos
sentados en un barril de pólvora. Su
obra de mayor relevancia es haber dividido a los venezolanos valiéndose de toda
clase de fechorías y convirtiéndose en ejecutor absoluto de la decisión de los
poderes del Estado.
Ni triunfalismo ni pesimismo.
El primero es mal consejero y el segundo una debilidad de espíritu que
se contradice con las iniciativas propias impulsadas por los ideales y las
metas perseguidas. El hogar, la familia
y la libertad son ideales; triste sería
vivir de rodillas esperando las dádivas del déspota.
La sabia oración nos señala: “El camino que conduce a la
tierra prometida es largo, duro, difícil; pero ese es el camino”.
luirgarr@hotmail.com
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