La afluencia a las
urnas ha sido contundente, dentro y fuera de Venezuela.
Hace unos meses el
cortometraje Caracas: ciudad de despedidas pretendía desplegar, a partir de una reunión de jóvenes que se
encontraban para decir adiós a un amigo,
las razones por las que una persona
podría marcharse o no del país.
Criticado por la
superficialidad de los argumentos que
planteaba y por el lenguaje empleado -del cual
la expresión "me iría
demasiado" resultaría el
epítome- tiene en su haber, sin
embargo, algún mérito. Inspira
respeto que un grupo de jóvenes,
con una visión que puede ser más o menos acertada, se detenga a reflexionar sobre la realidad que les
circunda, en lugar de permanecer mansos e indiferentes como borregos. Su interpretación podría estar sesgada por
el estrato socio-económico al que pertenecen pero, al margen de su
particular lectura, el corto da cuenta
de un fenómeno innegable: la emigración.
El acento, sin embargo, no recae
en el aspecto más doloroso de ese fenómeno: muchos de los que se
marcharon se fueron porque tuvieron que irse.
Seguramente fueron esos
los primeros en apresurarse a votar este domingo en la esperanza de que un viraje en el curso de la política nacional facilitara su regreso
al país. El Registro Electoral Definitivo contemplaba 100.495 electores residentes en el
extranjero, que ejercerían su derecho al sufragio en las 304 mesas electorales habilitadas para
ello alrededor del mundo. Aunque muchos
no se plantean regresar, por diversas razones, continúan igualmente vinculados
al curso que toman los acontecimientos en Venezuela.
En España, se
establecieron cinco centros electorales:
Madrid, Barcelona, Bilbao, Vigo y Tenerife, en los que habrían de votar 20.310 venezolanos de los 130 mil residentes en ese país. En la semana previa a las elecciones, el
evento Madrid Vota Seguro les
convocaba sufragar, cualquiera que fuera
su opción política: sesenta venezolanos eminentes unieron sus fuerzas para emitir
un mensaje claro: aunque estemos lejos, nos sigue importando nuestro país.
Elvia Sánchez ,
extraordinaria cantante e hija de Alfredo Sadel, icono de la música venezolana, fue quien quizás expresó mejor la emoción de
tantos cuando dejó claro que estar lejos no significaba ser
apátrida.
Hay muchos que
permanecen lejos de Venezuela porque no han tenido más remedio, porque los caminos que han elegido
imponen la opción de marcharse; pero la
distancia física no implica que se mantengan ajenos al bienestar del país.
Los resultados de
estos comicios deberían dar que pensar.
Más allá del respeto que merece en democracia la voz de la mayoría, el Comandante Chávez debería efectuar una
cuidadosa lectura, en la que junto al
apoyo de que ha sido objeto,
reconociera el descontento de la casi mitad de los venezolanos. Como
dijera él en su día: el que tenga ojos, que vea.
Ese descontento, sin
embargo, no puede traducirse en dejar el barco a la deriva. Marcharse no puede
ser un objetivo, sin duda. La meta debe
ser permanecer unidos en el amor por nuestro país, luchando porque todos los
venezolanos puedan estar a gusto en su Patria, sintiéndose realizados en la
construcción del bienestar común.
Antes de pensar
en irse, deberían mirarse en el espejo
de los cientos y cientos de personas que se movilizaron este domingo para ir a
depositar su voto en el extranjero y le
han dicho al mundo, con ello, que se sienten
partícipes de lo que acontece en su país, que están orgullosos de su gentilicio,
que les importa lo que suceda con su gente y que desde donde estén, se sienten
dispuestos a ofrecer a Venezuela lo
mejor que esté a su alcance. Porque muchos,
si pudieran, regresarían demasiado.
linda.dambrosiom@gmail.com
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