Se suele decir
con acierto que el menor o mayor grado de atropello de los gobiernos a las
libertades del individuo es el resultado inversamente proporcional a la
dedicación que el ciudadano le otorgó a las ideas que sientan las bases de la
sociedad libre. En el momento en que la gente toma el cómodo papel de
espectador y free rider del esfuerzo de otro, se cede un espacio vital ante el
permanente acecho del totalitarismo. El gran prócer argentino Juan Bautista
Alberdi, ya en aquella época advirtió que se había logrado la independencia de
España solo para cambiar de patrón debido a que, en la práctica, pasamos a ser
colonos de nuestros propios gobiernos. Lamentablemente en la época que nos toca
vivir, lejos de revertir esa situación, se ha abdicado la defensa de la
libertad a un grado tal que el trabajo de Alberdi y los grandes próceres de la
época parece desvergonzadamente dilapidado.
Para volver a
retomar la senda que llevó a la Argentina a ser un gran país a fines del siglo
XIX y las primeras décadas del siglo XX, es importante conocer la historia
propia y la de aquellos países que gozan de prosperidad y libertad. Mucho daño
se le hace a la juventud cuando se desparraman espurias historias o relatos del
pasado escindidos de la verdad porque, en definitiva, son los jóvenes los
protagonistas del futuro.
Uno de los
aspectos sobre los cuales deberíamos meditar es el espíritu nacionalista que
históricamente se ha fomentado en la Argentina y en la gran mayoría de los
países latinoamericanos. Preservar el espíritu de quienes lucharon por nuestra
libertad y recordar las fechas históricas, debe servir para tener siempre
presente que la libertad es un don por el que hay que luchar todos los días.
Sin embargo, otra cosa bien distinta es tomarse demasiado en serio términos
como “patria” y “nación” que confluyen rápidamente en las discusiones acerca de
jurisdicciones, territorialidad, soberanía
y otrasconsideraciones que los gobernantes hacen como si se tratara de
su propiedad personal.
La exacerbación
del espíritu nacionalista que considera que todo lo extranjero es malo,
antagónico y una amenaza, ha sido y es vilmente explotado por los gobiernos
para mantener al ciudadano con anteojeras sumisos a las políticas nacionales y
lejos de las conveniencias que se presentan más allá de las fronteras. Para
estos regímenes, la globalización, lejos de considerarla una oportunidad, la
ven como una maldición. Algo parecido ocurre con las nuevas tecnologías, que
permiten intercambios comerciales, culturales y la transferencia del conocimiento
sin necesidad de trasladarse físicamente. No es raro que regímenes totalitarios
califiquen dichas actividades como contra-revolucionarias e imperialistas.
La esencia del
nacionalismo, tiene una raíz colectivista a partir de que requiere del aparato de
la fuerza para dar identidad al vacío y frenético concepto “del ser nacional”.
Los nacionalismos necesitan exaltar a la masa popular, mantenerla alejada de la
racionalidad y embriagada en la idea obtusa de la autarquía. Todos deben
confluir y encontrar pertenencia en el sentimiento xenófobo ya que, en este
estado eufórico, la gente puede ser manipulada a voluntad de su majestad.
Una vez que se
logra instalar el sentir nacional y popular, se da el zarpazo con los temas de
fondo. En materia monetaria, los billetes del gobierno (resulta de mal gusto
llamarlo moneda) con grabados de escarapelas, banderas y próceres, permiten a
los gobernantes ocultar su propósito de verdadero falsificador legal y estafar
descaradamente al ciudadano por vía de la inflación. Las incursiones en el
mercado a través de empresas estatales, aumentos en la presión tributaria o la
obtención de créditos internacionales, crean enormes desajustes y despilfarro
de recursos, aunque para ello también se argumentan aspectos de estrategia vitales
en pos del llamado proyecto nacional y la soberanía del pueblo. Para que la
masa mantenga su estado de hipnosis y sea desprovista de criterio individual e
independiente, de tanto en tanto, es importante inyectarle una cuota de
patrioterismo con algún acto que se valga de muchos estandartes y coloridos
patrios.
Una de las
responsabilidades más vergonzosas del nacionalismo es haber generado espantosas
guerras en todas partes del mundo con irreparables pérdidas de personas
inocentes y una terrible sangría de recursos extraídos previamente de la
población. Me viene a la mente una escena de Love and Death, película de Woody
Allen. En ella, se ve a varios generales artífices de un conflicto armado en
una alta colina, lejos de la batalla, con sus charreteras lustrosas, uniformes
impecables recién planchados mientras montan corceles cuyas crines parecen
recién salidas de la peluquería. Uno de ellos destaca cuan distinta se ve la
batalla cuerpo a cuerpo desde ese sitio seguro.
Es difícil de
entender los trasnochados motivos que puede tener quienes toman la
injustificada decisión de ir a una guerra ofensiva. Además de las pérdidas
humanas y económicas que cargan sobre su conciencia, deben asumir la deshonra y
cobardía de no ser consecuentes con sus actos. Ellos y sus familias deberían
constituir la primera línea de ataque y ser los primeros en ponerle el pecho a
las balas. Otra ala del arte ha expuesto esto. Como otros músicos, el grupo de
rock norteamericano Creedence Clearwater Revival ha dejado testimonio con su
conocida canción Fortunate Son, o el músico inglés Roger Waters con su Bravery
of being out of range.
Vinculado al
comercio exterior, en el contexto argentino, es llamativa la actualidad de lo
dicho por el Dr. Joaquín Reig Albiol en el marco de una conferencia ofrecida en
Caracas en 1961. Decía el español: “Los corifeos gubernamentales aseveran que
el alza de la moneda extranjera es consecuencia de una desfavorable balanza de
pagos aprovechada, para su personal beneficio, por los especuladores
internacionales. Con miras a remediar las cosas, el estado adopta medidas
tendientes a restringir la demanda de divisas. Así prohíbe la importación de
toda mercancía que no ha sido previamente aprobada por los órganos de la
administración. Dificulta la entrada en el país de aquellos bienes oficialmente
considerados superfluos. Veda el pago de principal e intereses de las deudas
extranjeras. Restringe los viajes allende las fronteras. Tales medidas
evidentemente nunca pueden mejorar la balanza de pagos. Reducidas las
importaciones, las exportaciones parejamente disminuyen también (…)” Es así
como invariablemente el gobernante echa culpas al extranjero en lugar de
reconocer la falta de límite a las facultades del estado.
Las personas parecen
dispuestas a intercambiar conocimiento, bienes y servicios libremente sin
importar de que latitud sea su contraparte, a tomar como propias tradiciones de
otras culturas, a regocijarse por un descubrimiento científico y reconocerlo
como un avance para la humanidad y no solo del lugar donde circunstancialmente
se desarrolló la investigación. Después que el nacionalismo ha demostrado ser
un rotundo fracaso a nivel de la economía doméstica, las libertades civiles y
las relaciones internacionales, solo queda preguntarse porque existe en el
mundo actual una incansable insistencia de transitar hacia los mismos
despeñaderos una y otra vez. En resumen,
podemos concluir que las políticas nacionalistas reducen el nivel de vida de la
gente y empobrecen grandemente la cultura y el desarrollo del hombre.
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Te Felicito !! excelente!!!. Me imagino que debes terner parentezco con ABL (h), a quien leo desde los 20 años (ya tengo 45). Tengo 9 libros de él. Nuevamente te felicito por el artículo, escribís muy bien. Saludos, Gustavo Rodríguez Poceiro.
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