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miércoles, 6 de junio de 2012

LUIS PEDRO ESPAÑA N. LA VENEZUELA FACTICA

Los sociólogos también tenemos nuestras palabrejas. El orden fáctico es una de ellas. Para entendernos rápidamente decimos que se está en presencia de un orden fáctico cuando el legal o formal no existe o, en la mayoría de los casos, cuando es laxo o muy precario.

Para el observador desprevenido el orden fáctico luce caótico y, para quien lo ve desde la perspectiva del orden normativo al que pertenece, ciertamente lo es. En las sociedades modernas se trata de un orden espontáneo que aparece allí donde el Estado y sus reglas formales no operan.

Mafias delincuenciales, submundos de sobrevivencia, ghettos de minorías atrapadas fuera de las normas de funcionamiento general de la sociedad (por no poder adaptarse o asimilarse a ellas), son clásicos ejemplos de espacios sociales donde el orden fáctico es la forma de interacción social.

El cine, los documentales y la ciencia ficción, se nutre de estos lugares con orden social espontaneo, para desde allí, o inspirados en lo que allí ocurre, sorprender a sus espectadores mostrando la crudeza y la brutalidad de vivir bajo las condiciones de dicho orden.

Venezuela es cada vez más un país fáctico. Una sociedad que comienza a "ordenar" ámbitos, que anteriormente tenían procedimientos y lógicas formales, según normas particulares que son impuestas por la vía de la coerción de quienes se erigen como jefes de ese espacio abandonado por el Estado.

A estas alturas las cárceles venezolanas y las figuras de los "pranes" es probable que le haya surgido al lector como ejemplo emblemático de lo que es el orden que surge del más absoluto desorden.

Pero más allá de lo que se ha convertido en símbolo de la violencia y sus protagonistas, lo verdaderamente importante es caer en la cuenta de que cada vez más ese orden factico va "ordenando" la vida social del venezolano.

Lógicamente las cárceles del país son la brutal imagen de la ausencia de Estado, amén de su imposibilidad de reconquista; pero lo mismo ocurre en los refugios de damnificados, o en las "invasiones permisadas" por alguna supuesta autoridad, como ocurre en la famosa Torre Confinanzas.

Los arreglos informales terminan siendo el tipo de procedimiento que opera fuera de nuestras casas, en puntos de control policial o militar, en el funcionamiento de los aeropuertos, en los sistemas de transporte masivo, paradas de buses, mercados populares, oficinas gubernamentales y muchísimos otros espacios públicos. Incluso en la propia cotidianidad, en el vecindario, en aquellas zonas urbanas o rurales donde la convivencia la rige un modo particular de interacción entre los vecinos y sus organizaciones, sean legales o no.

Nuestra vida pública se ha ido ordenando según una forma particular, independiente al Estado, nacida al saber y entender de quien se hizo cargo de ella por la vía de la imposición coactiva o por el simple hecho de llenar un vacío que hasta puede llegar a agradecerse.

Por esa vía el orden social se va parcelando, las normas que imperan para montarse en un transporte público, contratar un brasero en el campo, reparar un vehículo accidentado o, incluso, ir a un baño en un aeropuerto, implica el conocimiento de unas reglas que le pertenecen a los lugareños o a los asiduos visitantes al establecimiento o espacio del que se trate.

Si no se pertenece a la parcela de orden en cuestión, será preso de la discrecionalidad de otros y carecerá del principio de fiabilidad que todo persona o institución moderna requiere para poder convivir con otros.

Bajo esos preceptos lo fiable, lo que se considera estable, termina siendo lo local, aquello que conocemos casi de manera tan privada como nuestras relaciones familiares.

Terminamos teniendo nuestro propio colector de autobús, nuestro malandro de la zona, el proveedor de confianza, el vigilante al que le entregamos el carro o los peroles del puesto en el mercado, el aseador del baño o el chamo que se las inventa para conseguirnos saldo para el teléfono, hielo o cerveza después de las ocho de la noche.

Esa lógica, primitiva y de sobrevivencia, tiene un origen. No es propia del venezolano, ni de ninguna otra nacionalidad o comunidad específica. No es el resultado de un cómodo "somos así", o la consecuencia revolucionaria de buscar lo alternativo como algo mejor o más humano que el establecido.

Muchísimo menos es planificado o buscado por ninguna autoridad o proyecto político específico. La Venezuela fáctica es producto de la incapacidad y la irresponsabilidad de un gobierno que abandonó sus funciones, no las supo asumir, privatizó para sí lo que debió ser una acción guiada por los intereses del colectivo, nunca entendió de que se trataba "lo público" en una sociedad moderna y terminó permitiendo, porque no le quedaba más remedio, su sustitución por arreglos particulares y locales.

El país fáctico que tenemos no es sino la cruda consecuencia de una autoridad que no supo, y mucho menos sabe, que orden imponer y, para evitar conflicto y el consecuente costo político que es lo único que le interesa, permite que se lleguen a arreglos locales, particulares, que obviamente terminarán siendo caóticos.

El reconocimiento público y celebrado, aplaudido en cadena de medios públicos, de la negociación a nivel presidencial para la resolución del conflicto de la semana pasada en la cárcel de La Planta, no es otra cosa sino la tolerancia pública del orden fáctico, su vigencia y mantenimiento.

Es la aceptación de que el Estado está y seguirá ausente en múltiples ámbitos de la vida nacional y, además, que esa forma de "arreglar" las cosas irá ganando terreno.

Que el propio presidente reconozca y le dé estatus a un orden nacido de la ilegalidad, es algo similar a lo que en algún momento se pidió para los grupos guerrilleros de Colombia, beligerancia y legitimidad. Eso mismo es lo que hoy se le confiere a los que ejercen el orden social en las cárceles y, por correlato, lo van haciendo en el resto de la vida pública.

El reconocimiento de la Venezuela Fáctica es la certificación del desorden y el reconocimiento de que la violencia y la incertidumbre primitiva, será nuestro destino presente como país, a menos que el Estado vuelva a instaurar un orden normativo que haga fiable el país para todos los venezolanos.

lespana@ucab.edu.ve

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1 comentario :

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