El escenario estaba preparado. Se habían reconocido triunfos de quienes se oponían a sus argucias. El árbitro había pitado primero un casi empate y luego reconoció algunas y acomodo otras en el entendido que los reconocidos solo se ocuparían de aferrarse a sus logros olvidando a los otros.
Fustigo antes y después a los reconocidos. Apoyó fastuosamente a los suyos. Sus corifeos desataron los demonios contra los disidentes. Acusaciones de toda índole, fundamentadas y sin fundamento, fueron hechas sobre quienes osaron asomar sus cabezas sobre las huestes delirantes y rellenadas con odio.
Llegaron los cabildos. Los peces pequeños intentaron juntarse. Renacieron las ambiciones particulares aupadas por el síndrome del 2012. La debacle no fue tan grande. Algunos sobrevivieron. Otros rumbo al anonimato. El pez grande volvió a reconocer lo obvio pero trastoco lo que no parecía evidente. El árbitro volvió a sentenciar muchos aquí, pocos allá.
Se inicio la pugna por la asamblea. Múltiples aspiraciones brillaron. Pocos fueron los escogidos. Los últimos serán los primeros. Casi tres partes del lado continuista. Un puñado quedo con sus designaciones democráticas. El árbitro indico los aprobados y los reprobados. Contentos ocuparon sus puestos para poder elevar sus manos al cielo afirmando o negando ideas buenas o malas.
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