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domingo, 29 de marzo de 2015

PEDRO R. GARCÍA M., ¿ES LA TRANSICIÓN, LA CONVOCATORIA A UN PROCESO CONSTITUYENTE, O LAS ELECCIONES PARLAMENTARIAS LA RUTA CONVENIENTE?, PUNTO DE QUIEBRE

Grupos de la oposición venezolana el pasado 11 de febrero colocaron en el tablero una oferta titulada “ Acuerdo Nacional para la Transición”. Ya había sido promovida cuando aventuraron en el pasado con las fracasadas e irresponsables iniciativas de “La Salida”, una “Asamblea Nacional Constituyente” y de un “Congreso Ciudadano” como opciones frente al gobierno autoritario y extendidamente ineficaz y corrupto de Maduro. (El comentario es del analista, José Rafaél López Padrino 08/03/15, (distante de sospechas de dobleces, ni de requiebros frente a grupos de intereses) y continua: “El pliego encarna una iniciativa política intolerante y excluyente frente a una coyuntura política que demanda una conducta firme y transparente. El contenido de dicho documento está yeno de galimatías e imprecisiones sobre los contenidos de una supuesta transición. Históricamente estos eventos se han dado de dos maneras impuestos o negociados. Los impuestos implican la participación obligatoria de la Fuerza Armada, mientras que las transiciones negociadas responden a un dialogo “coercitivo” por las incidencias políticas entre el gobierno y la oposición. Los pretendientes de este arreglo patriota replican en el la misma trama de “La Salida” al no revelar como se alcanzaría la referida transición. La que concluyó por cierto siendo una triste trampa donde decenas de venezolanos fueron atropellados  por los aparatos represivos del régimen y sus catervas, los  llamados colectivos, centenas de detenidos, atormentados y sometidos a falseados sumarios contenciosos a manos de magistrados quebrados en su dignidad.

En su sano juicio nadie puede negar la gravedad de la crisis económico-social, que sofoca a la República, con sus secuelas de corrupción gubernamental, y, privada, de la escasez de alimentos y medicinas, de la ruina del aparato productivo nacional, pero pensar que el Presidente Maduro y su cáfila de iluminados va a renunciar al poder solo porque un sector de inadvertidos ciudadanos se lo exija es una estrategia que no da pie con bola, presuntuosa y fuera de contexto.


No más atajos inciertos, como el salto al vacío de 11 de abril 2002, no más peroratas elites sin contenido social. Basta de las retóricas que establecen imaginarias esperanzas y que constantemente acaban en cruentos naufragios sociales”.

En días recientes una de las jefes del sector de solicitantes de la renuncia al Presidente trata de explicarlo. No el camino nuestro es el de la Constitución. El primer paso es una consigna que pronto será nacional: Nicolás Maduro tiene que renunciar. En la Constitución hay un mecanismo expedito, que es el de la renuncia. El artículo 233 es muy claro quien asume a continuación, en este caso, es el Vicepresidente. No Diosdado Cabello. O uno previamente acordado. Encargado de llevar adelante un proceso de transición, tomar algunas decisiones, y llevar al país a unas nuevas elecciones. Hay gente que te dice: “gran cosa, la renuncia es voluntaria, pero si Maduro ni quiere renunciar, no lo hará”. La renuncia es voluntaria, pero impuesta por las circunstancias.

Al inquirídsele sobre como le parece el proceso de primarias producto de los oscuros y tradicionales acuerdos de la (MUD). Señaló el país ha cambiado mucho, debemos entenderlo. La gente quiere ser tomada en cuenta, defender las realidades de sus regiones. La celebración de primarias generales le otorga enorme legitimidad a los candidatos, es movilizador, empodera al ciudadano y los vacuna de atajos o terceras vías. Como fuerzas democráticas, tenemos que ser coherentes. Nadie va a entender ver a los partidos de la Mesa repartiéndose de cargos.

"Después recogimos estas notas aparecidas en su Twitter: “Henrique, lamento que nunca hablaste conmigo sobre la Transición. Recuerda que Antonio está preso y que más 100.000 ciudadanos firmaron".

Luego esquivando velar el pleito, la exdiputada acotó que "El Acuerdo para la Transición está siendo discutido y enriquecido con ciudadanos en todo el país. A la orden para hacerlo contigo, Capriles".

Igualmente recogimos de este novel dirigente que intenta abrirse paso, en las procelosas aguas de la oposición, Roderick Navarro: La única defensa que le queda al régimen es la (MUD), y seguidamente añadió, estos son los actores que te quieren sólo como voto y esperan que en otro nuevo teatro de falsos comicios, puedan seguir perpetuándose como el sostén de la dictadura, esta nueva especie muy caribeña de partido único Psuv-Mud se ha valido del vocablo “democracia” para instaurar un régimen autocrático con fachada institucional. 

En pocas palabras, el significado “democracia” jamás  llegará a coronarse en su significante, es decir, jamás se concretará en la realidad como una forma de gobierno plural y libertario.

Y para cerrar esta  larga lista de opiniones que tensionan al país en la oposición venezolana lo haremos con la visita al diario Versión Final, de Claudio Fermín destacado dirigente político quien se mostró en desacuerdo con el proceso que se plantea llevar previo a las parlamentarias: “no me cansaré de recorrer el país, y por eso estoy en Maracaibo; porque protesto por el riesgo que se corre al desperdiciar una oportunidad de cambio”.También hizo referencia al arreglo privado que han hecho tres partidos: Acción Democrática (AD), Primero Justicia (PJ) y Un Nuevo Tiempo (UNT). “Este arreglo a lo que ellos llaman consenso no motiva a nadie, solo logra provocar una apatía extendida que condena la posibilidad de un cambio. Habrán candidatos impuestos, importados y los que no están familiarizados con la comunidad sino con las lealtades con quienes hacen el arreglo”.

Ubicando algunas pistas…

Así que ¡cuidado! ¡Mucho cuidado! con esos poco claros arreglos tras cortinas. “Ha llegado la hora en que la oposición debe jugarse el pellejo en una apuesta esencial y definitiva en una alerta radical sobre la indefensión de la soberanía, la corrupción, la impunidad y la ausencia del Estado de derecho, en dos platos la crisis institucional que nos sofoca. Eso implicara una propuesta doctrinal y programática para transformar a Venezuela y transformarse a sí misma. El problema es saber si este llamado lo precederá un acuerdo que cohesione al grueso del país y si el “liderazgo democrático alternativo” como se autodenominan tiene el alma  que  esta tarea exige”.

Pero continua difundida en algunos sectores en el país, la idea de insistir en  promover la renuncia del Presidente Nicolás Maduro Moros, o convocar una jornada constituyente, que podríamos considerar “premoderna”, concepción según la cual el soberano es aquel que, saltando por encima de las leyes del Estado como el viejo Dios lo hacia por encima de los códigos de la naturaleza para hacer milagros, según decía Carl Schmitt, responde a una situación histórica inédita, con una decisión excepcional que, aunque sea extrajurídica, se produce para salvaguardar el derecho amenazado por esa contingencia extrema señalémoslo claramente: el fin justifica los medios). La autoridad del soberano se reserva en exclusiva decidir cuándo la situación es tan excepcional que exige esa intervención, y también, por supuesto, la de considerar qué medidas hay que tomar en ella para ejercer esa salvaguarda del derecho. Adolf Hitler, en la “noche de los cuchillos largos”, hizo caso omiso del “marco constitucional”

Esto lo señala, Carl Schmitt, lo que hizo Adolf Hitler en 1934, entre otras circunstancias en la conocida como “noche de los cuchillos largos”, cuando las fuerzas de las SS asesinaron a todos los miembros de su partido que se oponían a sus planes, erigiéndose en autoridad judicial suprema del pueblo alemán, es decir, saltándose a la torera las leyes vigentes y el “marco constitucional”. 

Dejando de lado las conocidas consecuencias que para Alemania tuvo esta decisión del Führer, si cabe llamar “premoderna” a esta idea de la soberanía es, ante todo, por razones jurídicas. Una decisión de este tipo (o sea, al margen de la ley) solo puede tomarse “en nombre del pueblo” y, por tanto, considerando que el pueblo, en tanto que soberano prejurídico sobre cuya voluntad se sostiene la Constitución, tiene “derecho” (derecho natural, se entiende) a suspenderla cuando así lo aconseje la gravedad de la situación, y a hacerlo a través de su “líder natural” que, al afirmarse como juez supremo por encima de los tribunales y de la Asamblea Nacional, muele la separación de poderes y concentra en su persona “el ejercicio ilimitado, incompartible y exclusivo del poder público”. 

Por el contrario, lo que distingue a la noción moderna de soberanía de esta que acabamos de evocar, añeja y preñada de perversidad, es algo que muchos tuvimos el agrado o desagrado de escucharles decir en el debate constituyente (1999) a revolucionarios constituyentitas, y a compiscuos republicanos defensores de la  democracia representativa, a políticos de oficio del viejo aparato que en una imbecilidad cómplice salieron a renegar su condición de tales y medrosos huyendo hacia adelante inscribían sus opciones por iniciativa propia, avergonzados de su militancia en las quebrantadas divisas en las que alcanzaron prestigio y ventajas, y que se avejentaron producto de su errática conducción, (hoy baladronean y amenazan como redivivos avatares volver a la Asamblea Nacional) a tejer con petulancia y sabiduría un nuevo corpus constitucional. Y maculando su historia.  

El Supremo Tribunal por vía de quien ejercía su representación en un acto de cobardía absurda capituló y afincados en asesores eufemísticamente bautizados “constitucionalistas” especialmente corrientes especialmente del pensamiento español asesora a quines hoy detentan el poder. El pueblo (con todos sus “derechos naturales” a la autodeterminación)  precede a la Constitución, y no puede por tanto suspenderla la voluntad  de caudillos naturales. Todas las Constituciones democráticas de nuestros días incluyen alguna legislación a propósito del “estado de excepción”, pero en ninguna de ellas esta la expresión que designa la total abolición del derecho y el retorno al estado de naturaleza, que es lo que significa en su acepción primitiva.

Esto mismo es lo que el propio Carl Schmitt reconocía en tiempos menos convulsos (1956), cuando señalaba que, en la modernidad, la soberanía es un atributo del Estado y ni siquiera merece la pena apellidar “moderno” a este Estado, porque en rigor no hay ninguna otra institución anterior o exterior que pueda llamarse así concebido, en palabras de Hobbes, como “imperio de la razón”. 

En consecuencia, el concepto moderno de política nace, en la Francia de la segunda mitad del XVI, para definir el tipo de garantía de la seguridad, la paz y el orden público que, mediante el derecho y la Constitución, se contrapone a las formas de dominio eclesiásticas y feudales (llamadas entonces “bárbaras”) que, con el inestimable apoyo de los teólogos y sus teorías de la “guerra justa” y su legitimación del asesinato de los monarcas, mantuvieron a Europa en guerra (entre católicos y protestantes) durante más de 100 años. La soberanía política remite así (a diferencia de la soberanía “inhumana”) al hecho de que ninguna autoridad “natural” (o, lo que a menudo es lo mismo, religiosa) puede estar por encima de aquella la del Estado que no remite a ninguna fundación prepolítica o suprapolítica, sino al pacto civil idealmente representado como pacto  social. 

Y solo en ese sentido puede hablarse de soberanía como “ámbito exclusivo de decisión”, es decir, como ámbito del que resultan excluidas esas otras “autoridades” pre o suprapolíticas que se sienten de vez en cuando justificadas (en el hoy) por una “misión histórica” para pisotear, en nombre de esa misión, el derecho al que dicen proteger. De esto es de lo que se trata en la soberanía moderna, y en ella la legitimidad se identifica con la legalidad. Como señalaba largamente Albert Camus, en política son los medios los que justifican el fin, ahora bien, obliga saber si, al sostener la hipótesis de que el concepto de soberanía ha sido “superado” por las “profundas mutaciones en la historia de la humanidad”, de sublevación unos derechos de los que ya disfrutamos desde 1961. Después de escuchar a diario las lamentaciones por la “falta de liderazgo”, empiezo a preguntarme si la “soberanía” que se declara en crisis no será la soberanía política moderna. 

Porque si así fuera, cosas tales como “el derecho a decidir”, y a hacerlo al margen del “marco constitucional” y en nombre de las “aspiraciones de una salida”, como las trompetas de la soberanía antigua, aunque estas  lleven ahora puesta la sordina posmoderna de las “defensa de la democracias” en “sociedades complejas”. Y todo ello resulta todavía más preocupante si tenemos en cuenta que, según el grueso de teóricos concluyen, que todavía no hemos inventado nada con lo que sustituir el Estado de derecho, que ya a Carl Schmitt le parecía en la década de 1920 una momia peligrosa y totalmente pasada de moda. 

Porque la idea  de algunos sectores en el país de abandonar un navío, aunque esté seriamente averiado, antes de tener otro medianamente seguro al que subirnos, simplemente para lanzarnos a las aguas turbulentas de una aventura sin límites sin un plan mínimo, sin un marco jurídico, solo resulta atractiva para los aventureros del pretorianismo, entusiastas del estado de la excepción.

  “El tiempo pasa y el segundero avanza decapitando esperanzas”

Pedro R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
@pgpgarcia5

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