“La humanidad logra tomar distancia; riéndose de su propio pasado […] cuando alcanza a ver que su propio tiempo se ha vuelto incapaz de renovarse y se ha quedado inmerso en formas viejas” Remo Bodei. “Dialéctica, contradicción y desarrollo en lo moderno
La crisis actual que atraviesan
las universidades en Venezuela, no puede reducirse a una trama simplista de
buenos y malos. Tampoco a las condiciones materiales y no materiales de merma
de un presupuesto, o a la liquidación de la autonomía a través de la cancelación
y supresión de sus proyectos de formación de personal al bloquear el suministro
de recursos para los planes de becas y sabáticos. Ambas condiciones, la
material y la imaginaria, en el sentido de cohesión en torno a una visión de
país que se corresponden con un universo no restringido de conocimientos en
construcción, convierten nuestra situación en un campo complejo que debe ser
abordado desde múltiples puntos de vista.
Enfrentados con la crisis de
modernidad que vivimos, los actores en medio de un vasto teatro nacional se
reparten roles que a veces lucen intercambiables. Cada uno se atribuye la
autoridad moral, y cada uno reparte la culpa. Envueltos en el temor de la
penitencia, -una herencia de la atormentada conciencia cristiana-, cada uno a su
vez posterga su arrepentimiento para una situación final que ya se presiente.
El trauma nacional de nuestra
historia patria impregnado de megalomanía parroquial, permite situar la crisis interna que se vive
en el sistema nacional y su fundamentación como comunidad imaginada. En un
contexto como este, los modos de orientarse de las Instituciones se han visto
afectados, su lenguaje ya no puede dar cuenta de la realidad y la inventa, la
moldea alrededor de la paranoia. Se vive pues, una disociación entre discurso y
praxis. La puesta en escena de esta crisis, permea los órganos deliberativos
dejando como significante vacío a la palabra diálogo y su referente principal,
los derechos y deberes constitucionales que vienen acompañados de un sentido de
ética oscurecido por luchas de poder.
Si guardamos distancia, lo que se
observa es una crisis de conciencia y una expresión gestual de los políticos de
siempre que se muestra en simulacros. En este escenario de vaudeville, el
discurso antiuniversitario es compartido con ligeras diferencias, entre la
actitud de quién quiere imponerle a la universidad un pensamiento único, y
quién desde la Universidad, en medio de una situación de derecho vulnerada, se
refugia en el entreguismo, en la evasión y la falta de compromiso en torno a la
autonomía como fundamento.
Todo luce como si en un partido
de futbol, los jugadores o se entran a patadas o buscan evadirse sin encarar el
objetivo primordial en un juego que aburre. El resultado es claro, no hay
juego, no hay vencedores ni vencidos, tampoco las cosas cambian, y el costo es
la discordia entre facciones y el desencanto político dentro de una violencia
silente cuya proyección puede cambiar al ser contingente. Como señalaba Henry
Lefebvre, lo social puede pasar por encima de lo político y lo económico,
generando un nuevo espacio para la acción humana. Los ejemplos contraculturales
de Hong Kong, Grecia, España, Egipto, y de los movimientos de nuevo cuño, como
el de las jornadas estudiantiles de 2007 en Venezuela, parecen confirmar que
hay límites a la acción de ciertos poderes que se consideran omnímodos y que
pretenden controlar hasta los modos de soñar y consumir.
En lo que sigue de estas
reflexiones, nos referiremos a las actitudes del gobierno oficial, y del de los
universitarios que cargan con ciertos sentidos los discursos referentes a uno
de los puntos clave de la modernidad, la condición para la producción de
conocimiento o su censura:
a) Acerca del Gobierno. El
profesor, como enemigo.
Recuerdo que cuando era
estudiante de la Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes, vino un
historiador ruso de apellido Maidanik, en sus crudas y agudas exposiciones
sobre el régimen soviético y sobre la Perestroika de Gorbachev, este
investigador, decía que uno de los principales objetivos del autoritarismo era
la destrucción de la imagen universitaria; un Doctor de la Lomonosov en este
esfuerzo destructor por parte del aparato ideológico comunista, pasó a ganar
menos que un taxista de Moscú. La situación de desdibujamiento llegó a tal
punto que la conciencia crítica puesta de rodillas ante las necesidades
primarias, temerosa, angustiada, incapaz de enfrentar con razones el avance del
autoritarismo, sucumbió abriendo paso al control de la inteligensia por parte
del Estado omnipotente. El correlato trágico de este hecho puede encontrarse en
la novela Todo Fluye de V. Grosman que muestra como en la Unión Soviética el
cerco y la censura demolieron a la crítica universitaria y profesional
aplastando al individuo.
En Venezuela, la Imagen bizarra
que el gobierno construyó en su nueva "guerra antifeudal
universitaria" como les gusta denominar anacrónicamente sus acciones en su
intento "modernizador", implica homologar al nuevo chivo expiatorio,
al profesor, con el enemigo imaginario que el totalitarismo y su misión
salvacionista necesita para actuar impunemente en nombre de la Nación.
En su simpleza y practicidad, no
se trata solo de cercar a las universidades en términos presupuestarios, sus
últimas operaciones tratan de limitar su derecho a formar, un aspecto clave
para entender el carácter fundante de la autonomía en tanto que ejercicio de la
razón y apertura al movimiento de los conocimientos. En medio de ésta crisis
-que ya mencioné en un artículo privado a varios amigos en diciembre de 2010 y
del cual tomo fragmentos-, la pregunta se mantiene en el contexto de crisis de
modernidad que se ha agudizado y muestra un resquebrajamiento en nuestros
espacios de experiencia, y en la reducción del horizonte de expectativas,
fundamentos como se sabe, del giro en la modernidad postardía y de una crisis
como patogénesis de la que hablaba ya Koselleck y en la cual nuestra situación
en una escala espacial menor se inscribe. En un contexto como este, la
interrogante se mantiene: ¿es posible pensar una universidad autónoma en un
contexto autoritario?
El ejemplo con el cual Kiva
Maidanik ilustraba uno de los factores más dramáticos de la imposición de un
control y de una censura, -un hecho que transcurrió en otras latitudes y en
otro contexto histórico-, parece repetirse cada vez que surgen pretensiones
totalitarias, como es el caso de gobiernos que construyen su autoridad dentro
del espacio limitado de una ideología y con una concepción vertical de la
comunicación. De este modo, toda disidencia o disentimiento encarnado en quién
ejerce el oficio intelectual, es visto como amenaza potencial, y en
consecuencia, no se percibe su función crítica como posibilidad de dialogar y
reflexionar sobre el sentido de las políticas públicas y del sentido de país.
La situación de la Universidad
venezolana dentro de este paisaje luce triste. El gobierno logró un objetivo
discursivo, poner a circular la idea de que el profesor universitario es un
burgués y que los empleados, obreros y
estudiantes y sobre todo el pueblo, constituyen una clase “explotada” y
“marginada” por ese sujeto sin consciencia social que deviene en un “lacayo del
imperio”.
Transformado en una especie de
figura de revista Hola, una vedette de socialité a vencer por dar muestras de
alienación burguesa antinacional y consumista, la imagen fantasmal del profesor
funciona bajo un concepto de comunidad aislada, un sujeto que será superado por
la nueva razón del poder. El profesor es percibido como un habitante no de un
país, sino de una torre de marfil de espaldas a la sociedad – las actitudes de
algunos profesores parecen confirmar tal situación-, y en consecuencia, el
universitario se observa ausente de todo compromiso con la ciudadanía. Su
reducto de ciudad letrada asediada por la barbarie de los márgenes tiende a
resquebrajarse, y su función social se vuelve más exigente.
Aquí, en el entorno asfixiante de
una operación ideológica, la tragedia es doble, quien exige en este caso es un
gobierno que trata de imponer un modelo de pensamiento único, y por el otro
lado, tenemos una Universidad que se muestra incapaz de enfrentar como
comunidad el reto que supone frenar el avance totalitario y que debe proponer
como alternativa, proyectos para solucionar problemas puntuales dentro de un
país que muestra un deterioro alarmante de sus condiciones materiales, y sobre
todo, de sus valores, ámbitos que son condiciones de posibilidad para generar
confianza.
Los informes sobre los sueldos
universitarios supuestamente "burgueses" como por ejemplo el
elaborado por el profesor de la UCV,
Francisco Zapata del año 2010 para solo mencionar uno, desmienten con datos
concretos el supuesto enriquecimiento, y hablan de una caída de la calidad de
vida del sector universitario. Derriba al mostrar en la crudeza de los números,
la fantasía discursiva elaborada en los laboratorios del poder del Estado que
construyó la imagen del profesor burgués que devenga sueldos inmorales en un
país pobre. Esta tipología definiría al profesorado en un artificio metonímico,
es decir, de la parte por el todo. Sin embargo, los datos contradicen todo
intento por dar sustentación a esta idea. Las comparaciones entre los sueldos
de los profesores con los sueldos de los militares, los diputados, el personal
administrativo de PDVSA y los ministros, disuelven cualquier duda posible. De
fondo, ¿Cuantos sueldos de obreros socialistas caben dentro del sueldo de un
militar, de un ministro, o de un diputado?
Con las más altas tazas de
ingresos petroleros del mundo que la bonanza de quince años de producción y
ventas produjo, la operación del poder del ejecutivo que controla el Estado, se
dirigió a segregar a los profesores en sus reivindicaciones laborales, lo
contrario sucedió en los sectores públicos y en el sector militar. Como se
sabe, los incrementos en los sueldos en estos sectores, superan en gran manera
a los sueldos de los profesores, y hasta ahora no se ha elaborado con precisión
el cuadro evolutivo de este movimiento asimétrico cuyo objetivo, se concentra
en la destrucción de la figura del profesor, no sólo en términos morales, al
debilitar la imagen de sí mismo, sino también de las materiales.
El binomio de la acción de fuerza
del poder ejecutivo opera en consecuencia en el contexto de una dictadura sobre
las necesidades y sobre una dictadura sobre la conciencia. Hoy con una
inflación galopante cuya visibilidad está en el cuadro de relaciones:
desabastecimiento, distribución, inflación, especulación y mercado negro de
divisas; la recesión económica se agudiza en medio de una guerra silente de
carácter geopolítico con centro en los mercados petroleros cuya solución escapa
a la megalomanía parroquial que fundamenta muchos de los discursos impregnados
de historia patria.
Viendo con detenimiento el nuevo
cuadro de miseria que exponen con toda su dureza los informes sobre la
valoración de sueldos universitarios contrastados con la crisis económica, se
impone una nueva actitud que con convicciones elabore un contradiscurso y un
plan de acciones bien pensadas que deben concentrar la atención en torno al
problema comunicativo que respalda toda acción. ¿Qué comunicar?
Obviamente que el memorial de
agravios no constituye el único objetivo de la acción comunicativa, no se trata
de difundir la queja, o de hacer del twiter, un instrumento de difusión que no
pasa de crear la ilusión de simples twiteros cuya ejercicio de Doxa nada dice
más allá de la poca seriedad con que enfrentamos los problemas.
Hace falta reencantar con un
discurso que dé respuesta al país, que crezca en la calle, que se centre no en
juego del gatopardismo, sino en una genuina “toma de la palabra” como proponía
el jesuita Michel de Certeau como único reducto de libertad y condición de
ampliación de su ejercicio. En las palabras, se dibuja un nuevo horizonte de
expectativas que permite concebir la acción ciudadana no como un enlace con los
tiempos heroicos, sino como una acción de cara a la modernidad dentro de planes
más realistas que den respuestas a los problemas nacionales.
Como dice Kublinski, ante las
decisiones emotivas se imponen las decisiones razonadas. Ésta pienso, es la
diferencia entre un orden normativo sustentado en la objetividad, y un estado
de anomia alentado por las pasiones. En medio de estas expresiones confrontadas
que exige nuestra atención, están no obstante, las emociones como un mecanismo
de movilización política.
b) Acerca del Gobierno
Universitario. Controlar y destruir los planes de formación.
Si el profesorado habita en una
casa, y entendemos por casa la universidad, y por habitar, el sentido de
conciencia en tiempo y espacio en una escala mayor a la cual esta se debe y que
implica a la sociedad del conocimiento; ésta luce cada vez restringida.
Reducida ante un temor que la cerca, la realidad cada vez se parece en el fondo
a la “Casa Tomada” de Julio Cortázar; en ella además de una queja y el temor de
una fuerza que presiona desde afuera, existe la evasión continúa de sus
personajes hacia un espacio cada vez más estrecho.
Resulta interesante observar el
conflicto y la evasión en dos niveles, el
primero remite a la situación presupuestaria, el segundo a los valores
de la autonomía y a la situación derivada de esta que remite a una función no
sólo de formación y producción de conocimientos, sino a una función crítica que
aún no logra discernir la relación jerárquica entre economía y principios que
se juegan en el mundo de la vida.
El cerco a la Universidad por
parte del poder Ejecutivo, implica no sólo una reducción del presupuesto, sino
que ahora acelera sus acciones tratando de obtener el control absoluto. El
primer movimiento limitó los planes de formación, como sucedió con la
imposición de áreas autorizadas para becarios universitarios en el extranjero,
una medida que excluía sin discusión importantes espacios de conocimiento. El
segundo movimiento es más grave, se trata de suprimir literalmente el derecho
que tiene la Universidad a formar a su personal. De este modo en una operación
de fineza maquiavélica se deja sin recursos a miles de venezolanos. Se violan
sus derechos educativos y culturales como reza la Constitución Nacional. Se desdibuja sin resistencia el Artículo 109
que da rango constitucional a la Autonomía universitaria.
Al bloquear el acceso a divisas,
gran parte de las posibilidades de manutención de muchos venezolanos que se
forman para su país se clausuran, de esta manera, se verán forzados a dos
elecciones: o a devolverse en un retorno que carece del aroma de una Ítaca con
Ulises y Penélope, o de la atmósfera romántica y nostálgica de una vuelta a la Patria cargada de rabia sin
Bonalde que la cante; o una solución peor, sobre todo por lo que el recurso
humano significa, es decir la migración de talento.
Los datos de esta migración
forzada son de escándalo en un país que sólo apostó por una estadística para
agradar al estándar cuantitativo de la UNESCO y no por la calidad de sus
recursos humanos que pueden escaparse al condenarse su espacio de acción claves
de la actualización y de la modernización del pensamiento. Ésta lección la
conoce la Cuba del barco Mariel, pues en ella no sólo se fueron los indeseables
que expulsaba la moral socialista, sino también, miles de profesionales sin
futuro en su propio país. Las consecuencias de ese debilitamiento por causa de
la arrogancia de un poder absoluto aún las pagan.
No obstante, ésta estrategia de
cerco, incubada por varios años y dirigida a controlar uno de los pocos
reductos de libertades en Venezuela, como lo son las universidades autónomas,
-al menos nominalmente junto a la Iglesia- cuenta con un juego cómplice. Aquí
los roles se intercambian. Ante la grave situación, la apuesta no es por los
derechos, sino por la resignación y por la conservación de un micropoder que a
veces parece nominal.
En medio de todo el desastre, las
culpas que los dos bandos enfrentados, el gobierno nacional y el gobierno
universitario se repartían, ahora se dirigen a la crisis de los mercados
petroleros; de fondo, como participantes de un naufragio, miles de personas que
aspiraban una mejor formación para ponerla al servicio no de un color, sino de
un país, ven como su proyecto intelectual se disuelve sin mayor resistencia y
las soluciones se vuelven metafísicas.
Las respuestas de las autoridades
universitarias, es decir de la representación de toda la comunidad
universitaria parecen cada vez más insólitas; ante la presión de
CENCOEX-CADIVI, se ha optado por “migrar”, palabra que por cierto no está
tipificada en lado alguno de las normativas que rigen las solicitudes de
divisas, y que en medio del ingenioso artificio de los eufemismos esconde un
crudo: “resuelvan solos”.
También se aconsejado buscar las
miles de becas sueltas por el mundo, como si en medio de un doctorado de alto
nivel y exigencia, eso fuese así de fácil. Otros han aconsejado trabajar, una
opción que muchos pueden considerar dentro de un alto costo de reducción de las
condiciones que rigen la investigación doctoral en un país extranjero, y que
sin embargo, los contratos firmados entre el becario y la Universidad
patrocinante limitan. Otros aconsejan a apelar a un acto de fe, o prepararse
para los tiempos difíciles, como si de un acto de estoicismo dependiese la
posibilidad de continuar formándose; los menos, plantean la renuncia, como si
destruir una expectativa de futuro fuese un simple acto de decisión sin
consecuencias espirituales y morales. Todos comparten el debilitamiento de la
voluntad. El juego queda abierto a la intervención universitaria o a una muerte
por inanición material y espiritual.
Con una situación tal, la
relación de fuerzas que debe enfrentar el becario debe medirse, y cada uno
“arrojado” literalmente en el mundo, deberá resolver. En el fondo, dos fuerzas
actúan sobre él, el deseo de volver a contribuir con el país, y por el otro, el
deseo de evadirse buscando en la migración real la solución a un rompecabezas
nacional de difícil ensamblaje.
Estas condiciones deben
considerarse y la actuación ética le corresponderá al sujeto que no quiere
seguir el juego del gato y el ratón, que no quiere seguir huyendo de la
realidad en la “Casa Tomada”, y que siente emocionalmente que debe enfrentar
sus circunstancias, que no quiere habitar en la isla de la sinrazón. Y que todo
sueño de la razón, puede leerse como un fármaco que cura o mata.
En “el laberinto de la soledad”,
se teje la consciencia de país que sabemos se fragua de modo distinto en el
extranjero. Hay distancias que ayudan a ver mejor, incluso que permiten leer
nuestro lado trágico y que muestra resistencia a la “inercia mental” que parece
arrasar a nuestras universidades como apreció en algún momento Miguel Martínez
Miguelez.
Los juegos retóricos y las
narrativas que se han puesto en marcha, convierten a toda acción en una
representación heroica, ridícula o realista según el sujeto de la comunicación
que le da carta de existencia. La decisión en todo caso, no está en uno sólo,
sino en la emergencia situada de una nueva comunidad científica e
interpretativa que no se reduce a los Consejos Universitarios, que al fin y
cabo son órganos de representación. Se requiere abrir espacios de esperanza
como diría Harvey para una nueva comunidad imaginada de país más incluyente y
plural, que entienda que la ilusión y el pesimismo son los dos enemigos a
vencer.
La Universidad es un poder, solo
que no se lo cree, y en consecuencia no se tiene confianza. La autonomía no
sólo se enuncia, se defiende y se construye en cada circunstancia, en cada giro
intempestivo de la historia. Nos hace falta una buena dosis de dialéctica.
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