La tragedia de Paraguaná marcará para siempre el recuerdo de los
venezolanos hacia Hugo Chávez Frías.
Sobre su conciencia pesará, por lo que le
resta de vida, la magnitud de una tragedia perfectamente evitable. Decenas de
vidas perdidas miserablemente.
Centenares de heridos que no sabemos las
condiciones posteriores a su recuperación. Igualmente centenarias las perdidas
materiales en viviendas, negocios e inmuebles variados fuera de las
instalaciones de la refinería. A todo esto hay que agregar el trauma
psicológico por la explosión y el temor por la inseguridad frente al futuro
inmediato.
A los efectos de valorar la tragedia, debemos abandonar los criterios
tradicionales con los que se justifica la destrucción material de la República.
Carreteras intransitables, puentes que se caen como barajitas, fallas graves de
energía eléctrica y de agua potable, inseguridad de las personas y de los
bienes, alza desmesurada del costo de una vida cuya calidad ya es infame, falta
de empleos estables y bien remunerados, deterioro de la planta física
educacional y de salud, sectarismo excluyente hasta para con los damnificados
cuya pasividad es asombrosa, matazones diarias en las cárceles y paremos de
contar. Aquí hay algo peor que un mal gobierno.
No se trata sólo de zánganos
incompetentes, cómodos e irresponsables, ladronzazos y traficantes. Esto va
mucho más allá, así el alto gobierno pretenda restar importancia al suceso y
presentarlo como “cosas que pasan”, algo “normal” en este tipo de actividades.
Se presume que todo el complejo refinador de Paraguaná y en todas las
actividades de la industria petrolera y petroquímica, trabaja gente seria,
competente, que tuvo tiempo de prepararse después del genocidio laboral
cometido entre 2002 y 2003.
Más de veinte mil compatriotas de primera perdieron
trabajo, prestaciones, viviendas ganando desolación e incertidumbre por razones
estrictamente políticas.
En PDVSA ha sucedido lo mismo que en el mundo militar
y en las empresas básicas de Guayana. Se cambio la meritocracia por la lealtad
perruna. Allí está una de las consecuencias más graves y dolorosas.
No se trata de su accidente, de un imprevisto. Se trata de un delito
criminal, perfectamente previsible, que reclama responsabilidades concretas. Se
lo debemos a los deudos y a la nación entera.
oalvarezpaz@gmail.com
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