Viajó el presidente
colombiano, Juan Manuel Santos, unas horas a La Habana el miércoles pasado,
pero no se piense que para enterarse de prima voce de la salud de su “nuevo
mejor amigo” el presidente, Chávez,; tampoco para retratarse con el siempre
convaleciente y siempre evanescente exhombre fuerte de Cuba, Fidel Castro; y
mucho menos para firmar tratados de comercio y cooperación con el actual, Raúl
Castro, sino para convencerlos de que desistieran de su amenaza de boicotear la
“Cumbre de Las Américas” que se celebrará la próxima semana en Cartagena de
Indias, Colombia, so pretexto de que una mayoría de países invitados no era
partidaria de la presencia de Cuba en el evento.
Y lo logró,
sorprendentemente lo logró, pues tanto los hermanos Castro, como Chávez, se
comprometieron a dejar en libertad a sus países clientes del ALBA de asistir o
no a la cumbre, y a solo emitir tímidos comunicados de protestas por el veto,
extremando Chávez su obsecuencia con Santos que hasta llegó a prometerle que el
mismo iría a la cumbre “si mis condiciones de salud lo permiten”.
En definitiva, que otro
milagro de los tantos que ha logrado Santos en su ya larga carrera política,
impensable antes de asumir la presidencia de Colombia en agosto del 2010, y que
debe atribuirse, no solo a los cambios que se han producido en la región tan
pronto la ola de restauración marxista que lideraron los “tres tristes tigres”
que encontró en La Habana comenzó a desinflarse, sino también a las
particulares dotes del presidente cachaco para encantar fieras ya armadas para
atacarlo y destruirlo.
Juan Manuel Santos fue, en
efecto, como ministro de la Defensa del gobierno de Álvaro Uribe, el principal
responsable de la política para arrollar y tener al borde de la extinción a los
movimientos guerrilleros de las FARC y el ELN (sostenidos y apoyados por los
neomarxistas y neototalitarios de Chávez y los hermanos Castro), obligándolos
por la fuerza, y no por ambiguas propuestas de paz, a estar prometiendo hoy la
liberación de los 1500 secuestrados que aun tienen bajo su cautiverio, y el
abandono del “secuestro extorsivo”.
Para lograrlo, Santos, no
tuvo empacho en invadir territorio ecuatoriano para destruir las bases de
operaciones de las FARC en ese país y dar cuenta de la vida de su jefe, el
comandante, Raúl Reyes; de enviar comisiones y grupos de comando a capturar
subversivos que operaban en Venezuela con la venia del gobierno de Chávez y de
auspiciar, promover y ejecutar la extensión del “Plan Colombia” que permite la
presencia de fuerzas del Ejército de Estados Unidos en instalaciones militares
colombianas.
En otras palabras: que
todo una política de movilidad militar rápida y vertiginosa, incontenible por
presiones y amenazas de incendios mayores, que dejó sin aliento a enemigos
internos y externos, desalojó a la subversión de las ciudades, pueblos, campos,
carreteras y caminos y permitió que decenas de secuestrados regresarán a sus
hogares.
Pero hay más, mucho más:
ya en la presidencia por haber ganado las elecciones de junio del 2010, Santos
asestó a las FARC golpes tan demoledores como la muerte de los comandantes,
Víctor Julio Suárez Rojas, alias “El Mono Jojoy” y de Alfonso Cano (este último
sucesor de Marulanda), a la par de destruir bases, campamentos, redes y grupos
de apoyo que han logrado que sea el actual jefe de la guerrilla más vieja del
continente, Timoleón Jiménez, alias Timochenko, quien esté proponiendo un “Plan
de Paz”.
Operaciones todas que no
ha dudado en trasladar a los países vecinos con los cuales estuvo en una
oportunidad al borde de la guerra justo por no contenerse ni limitarse en su
ofensiva, con sus entonces archienemigos, Hugo Chávez de Venezuela y Rafael
Correa de Ecuador, pero que ahora colaboran dócilmente para que Santos reciba
vía extradiciones en cárceles y campamentos a enemigos de su gobierno “estén
donde estén”.
La gran pregunta es: ¿cómo
con semejante curriculum y habiendo sido proclamado por los grupos subversivos
colombianos, los líderes del socialismo del siglo XXI y los náufragos de la
retroizquierda de todos los continentes como la “bestia negra” a vencer, como
el enemigo público No 1 de los pueblos del mundo y de la revolución mundial,
Santos “es el nuevo mejor amigo” de Chávez, se sienta en la misma mesa con los
dictadores de Cuba, Fidel y Raúl Castro, mantiene buenas relaciones con el
arisco y excéntrico hombre fuerte de Ecuador, Rafael Correa, se lleva bien con
un presidente que no se ha contenido en amenazarlo públicamente con la muerte
como Daniel Ortega, y al que, el folklórico y etnocéntrico marxista de Bolivia,
Evo Morales, no pierde ocasión de referirse en términos entusiastas y
elogiosos?
Pues la clave parece ser,
aparte de sus dotes para la diplomacia en tiempos de guerra, o de preguerra,
haber interpretado correctamente el cambio de tendencias en la política
regional que, al igual que en los años 60, pareció darle a la izquierda radical
un envión que la empujaría a dominar territorios, regiones y países como jamás
habían soñado Lenin, Stalin, Mao y Castro, para luego reducirse a una minúscula
zona de influencia, seguramente impresionante por su extensión territorial,
pero no por la cantidad de habitantes, ni su participación en la política y
economía regional y mundial.
En otras palabras: que las
eternas olas de flujo y reflujo, las primeras que parecen elevarse hasta los
cielos, y las segundas que ya se mueven a ras del suelo y significan poco a la
hora de preservar la estabilidad, marcha y progreso del continente.
En efecto, ya Chávez y sus
tutores, los hermanos Castro, no sueñan con una América del Sur que es la nueva
tierra prometida para la restauración del comunismo, que continuarán otros
países desprendiéndose de la órbita del imperio para sumarse a la del ALBA ( la
iniciativa con que tramaron sustituir a la COMECON, el Pacto de Varsovia y la
Guerra Fría,) y, mucho menos, que experimentos desgarradores como los
totalitarismos del siglo XX (de los cuales Cuba es uno de los últimos ejemplos)
pueda ser opcionable en un mundo donde la libertad y la democracia son
sinónimos de la revolución tecnológica que sacude las bases de la comunicación y
la interactividad humanas.
En este contexto, creo que
la habilidad de Santos consiste, no en ir al remate, en perseguir a los
enemigos hasta los últimos escondrijos y negándoles el agua y la sal, sino
ofreciéndoles una vía de escape, un modus vivendi en el que, puedan mantener
sus proyectos nacionales si les place y sus pueblos los toleran, pero
cerrándoles el paso a cualquier intromisión en los asuntos internos de otros
países, y mucho menos, exportando y financiando un proyecto a todas luces
anacrónico y retrógrado como el “socialismo del siglo XXI”.
En breve, que la salida
ideal para que los “tres tristes tigres y sus cachorros” emprendan una honrosa
y discreta retirada, pues los hermanos Castro ya no aspiran a otra cosa que a
implementar en Cuba un “socialismo a lo chino” (que es también capitalismo
salvaje puro y simple), Chávez a delegar el poder a quien pueda sucederlo sin
traumas ni divisiones, pues sus problemas de salud lo despertaron de la
fantasía de su presidencia vitalicia, y Ortega, Correa y Morales sobrevivir
antes que los electores de Nicaragua, Ecuador y Bolivia entiendan que gobernar
es algo más que un circo, jugar para todos los equipos, y estar lanzando
bravatas que no pueden sostener ni por su fuerza, ni por sus liderazgos.
Entre tanto, Juan Manuel
Santos, continuará su trabajo: tratando de reducir la nada a los enemigos de
Colombia tanto dentro, como fuera de sus fronteras; luchando por que se
convierta en una de las grandes potencias de la región y el continente en el
siglo XXI; y siguiendo atentamente los consejos del hombre a quien más respeta
en cuestiones de política internacional, y ha sido clave para que el desmontaje
de la nueva conspiración contra la libertad y la democracia en América se haya
deshecho sin traumas no conflictos: Barack Obama.
manumalm912@cantv.net
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