Golpe de Estado: violación y vulneración de
la legalidad institucional vigente en un Estado por parte de un grupo de
personas que pretenden, mediante la fuerza, sustituir o derrocar el régimen
existente, sustituyéndole por otro propicio y generalmente configurado por las
propias fuerzas golpistas.
4 de febrero se cumplen 23 años de la
intentona golpista encabezada por Hugo Chávez Frías. Y mucha sangre ha corrido
por Venezuela desde aquel nefasto día. El líder murió después de haber puesto
patas arriba al país, dejándolo en manos de unos que no saben cómo enderezarlo
porque ni siquiera se dan cuenta de que está torcido. Hoy vamos a recordar
aquel golpe de estado, aunque sea nombrar la soga en casa del ahorcado.
No hay golpe bueno. Todos dejan tras sí una
nefasta estela de sangre, ilegalidad, inestabilidad. El embate de un golpe de
estado es mortal en la línea de flotación política, social y económica de una
nación, que por décadas queda afectada.
Después de un período de estabilidad que era
ejemplo de democracia en una América Latina dominada por regímenes gorilescos y
repúblicas bananeras, Venezuela es sacudida en forma inesperada por una
convulsión social que desembocó en saqueos, toques de queda, muertes y un
despertar del sueño bonito del “país en desarrollo”, de la “Venezuela Saudita”.
De aquella época cuando éramos felices y no lo sabíamos. La aplicación de un
conjunto de medidas calificadas de neoliberales y dirigidas por tecnócratas,
que liberaban los precios y aumentaba la gasolina, el Caracazo fue sorteado por
el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez pero la inconformidad ya había
anclado en el país. La Fuerza Armada reprimió y controló el violento desborde
social, en el cual hubo severos daños a la propiedad e incontables pérdidas de
vidas, para seguir adelante después de ese trágico febrero de 1989.
Hacía años, en alejados cuarteles, una
oficialidad joven fue penetrada por el ideario comunista, sus espíritus
cautivados por esa mezcla explosiva de Marx con Bolívar, de Nietzsche con Simón
Rodríguez, que los llevó a asociarse en un grupo secreto llamado el Movimiento
Bolivariano Revolucionario 200 (MBR 200) presuntamente porque se trataba de
igual número de oficiales medios, a quienes llamaban los Comacates por ser
tenientes, capitanes, mayores y comandantes. Su pasión por la política y por
Venezuela, los llevó a hacer juramentos bajo el histórico Samán de Güere, como
si de pequeños próceres se tratare, prometiéndose liberar al país de la
corrupción, pelear las fronteras perdidas y territorios entregados, mejorar las
condiciones de la fuerza armada, rescatar al alto mando militar de la
subordinación a elementos políticos que consideraban corruptos y corruptores.
El Caracazo estimula la fantasía de tomar el
poder y cinco tenientes coroneles, que habían sido denunciados ante unos
superiores que hicieron poco caso de una presunta conspiración, organizan un
golpe de estado para derrocar al presidente constitucional. Hugo Chávez Frías,
Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta Hernández y Miguel
Ortiz Contreras se reparten las responsabilidades de penetrar las zonas
militares con mayor contingente armado, Distrito Federal, Aragua, Miranda,
Carabobo y Zulia.
El 4 de febrero el presidente Carlos Andrés
Pérez aterriza a las 10 de la noche en Maiquetía, proveniente del Foro
Económico Mundial de Davos, en Suiza, al cual algunos jefes militares le habían
recomendado no asistiese porque había un rumor en la Fuerza Armada, que el
presidente y la mayoría de los jefes de fuerzas, se negaron a creer. Y en
realidad pareció increíble hasta que Pérez llega a La Casona, y es puesto en
sobre aviso que hay un golpe militar en marcha. ¡Un golpe militar en la
democrática Venezuela de 1992!
El presidente se va a Miraflores con el
ministro de la Defensa Fernando Ochoa Antich y allí recibe el parte de una
movilización de tanques que rodearán el palacio presidencial. Bajo fuego, Pérez
abandona Miraflores en un vehículo sin identificación y por una salida no
habitual, para irse directo a Venevisión y aparecer a la una de la mañana en
las pantallas de tv venezolanas anunciando que había un golpe de estado en
desarrollo pero que su gobierno lo estaba controlando. Sin embargo esto no era
tan cierto: a esa hora las bases aéreas de La Carlota y Maracay, los
aeropuertos de Valencia, Barquisimeto y Maracaibo así como las guarniciones de
estas ciudades estaban tomadas por los golpistas.
Aunque Miraflores resistió el asalto al
palacio, fue a costa de muertes en la Casa Militar. La imagen de las puertas
del Palacio Blanco derribadas por un tanque fueron transmitidas al mundo entero
por equipos de las televisoras internacionales Univisión y WTN, que a esa hora
se encontraban por casualidad en la avenida Urdaneta, cubriendo un operativo de
profilaxis social de la Policía Metropolitana.
La residencia presidencial de La Casona fue
atacada por un grupo comandado por el capitán Miguel Rodríguez Torres, con
saldo de muertes y daños serios a la estructura. Hacia las 8 de la mañana, las
fuerzas leales al gobierno constitucional habían recuperado exitosamente casi
todas las plazas tomadas. El comandante golpista de Caracas, Hugo Chávez Frías,
se encontraba acuartelado en el Museo Militar, de donde nunca salió hasta que
una comisión de oficiales fue a buscarle para que se rindiera e hiciese que se
rindieran los últimos reductos de alzados, en Maracay y en el Fuerte Paramacay
y aeropuerto de Valencia.
Ese fue el momento en que pese a las órdenes
de Carlos Andrés Pérez de no mostrar a los golpistas, Hugo Chávez es puesto
ante las cámaras para que ordene la entrega de los restantes alzados y
reconozca públicamente su fracaso. Y ese fue el punto de quiebre, aquel “Por
ahora” esperanzador que no permitió que su movimiento muriese con el fracaso
del golpe.
Además de los cinco cabecillas, fueron
puestos a la orden de la justicia militar 14 mayores, 54 capitanes, 67
subtenientes, 65 suboficiales, 101 sargentos de tropa y 2.056 soldados
alistados, contingente de los 10 batallones que se alzaron.
La población civil reaccionó con sorpresa
pero si bien no apoyó el golpe, pues la participación de civiles en él se
limitó a algunos líderes izquierdistas y grupos armados que creyeron que
podrían aprovecharse en un segundo caracazo, tampoco fue crítico del
movimiento. El desgaste del sistema bipartidista, el juego de la antipolítica
contra la democracia, la corrupción de cúpulas militares y políticas y una
situación económica que en aquel entonces se veía con pesimismo, hacían que la
popularidad de Carlos Andrés Pérez fuese cada vez menor, contrastando con el
atractivo de estos “Robin Hood” de uniformes camuflados que románticamente
ofrecían pulcritud, honestidad e ideales bolivarianos.
El país parecía un cementerio de calles
muertas el 5 de febrero, cuando se transmitió en vivo y directo desde el
Capitolio la sesión de emergencia de las dos cámaras. Las palabras pronunciadas
allí quedaron para la historia. El senador por AD, David Morales Bello,
pronunció un lapidario discurso condenando el golpe sin ningún atenuante.
Remató con “¡Muerte a los golpistas!” Para otros, esta sesión fue un aliento a
su vida política. Aristóbulo Istúriz, diputado poco conocido de La Causa R, pidió
que se incluyera en el documento de rechazo al golpe un considerando que
hablara de las razones alegadas por los alzados para intentar un alzamiento
militar. Su propuesta fue rechazada pero Istúriz disparó su carrera política y
en diciembre de ese año fue electo alcalde de Caracas, derrotando al candidato
de AD, Claudio Fermín.
Rafael Caldera, como viejo tejedor de la
política, supo intuir la empatía que con los más desfavorecidos tenía aquel
intento de golpe, y adoptó una posición al lado del pueblo y en contra de su
adversario político Carlos Andrés Pérez: “Es difícil pedirle al pueblo que se
inmole por la libertad y por la democracia cuando piensa que la libertad y la
democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en
los costos de subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo
al morbo terrible de la corrupción que está consumiendo la institucionalidad”.
Así el anciano líder obtuvo el boleto para ser nuevamente Presidente, en 1994.
Las cifras oficiales reconocieron 34 muertos,
aunque los reporteros de las fuentes de sucesos contabilizaron más de 100
decesos en esos días de golpismo. Los militares involucrados fueron tratados
con mano de seda por una justicia presionada por la popularidad de los “héroes”
rebeldes y la impopularidad que abatía de la silla presidencial a un Carlos
Andrés Pérez, que fue sincero cuando ante su destitución confesó: “Hubiera
preferido otra muerte”.
Muchos de los sediciosos fueron liberados,
porque “obedecían órdenes superiores y no sabían que iban a dar un golpe”.
Otros fueron condenados a penas menores y los líderes del movimiento,
indultados por Rafael Caldera en cuanto llegó a la presidencia. Pero como dijo
su hijo Andrés Caldera Pietri: “Mi papá le dio la libertad a Chávez pero no lo
hizo Presidente”.
En efecto, el militar golpista del 92, que no
creía en las vías constitucionales para cambiar el gobierno, dedicó su primera
visita después de liberado de Yare, al dictador de Cuba, Fidel Castro. Y más
nunca se liberó de tal tutela. Las ilusiones cambiaron y el arañero que quería
emular a Bolívar se convirtió en presidente por gracia de la democracia, que
permitió a un golpista “regenerarse” e ir por el camino constitucional.
Los hechos demuestran el engaño y Venezuela
tiene casi 16 años pagando el precio de su ingenuidad al creer en una falsa
oferta. La revolución que no figura en la Constitución cambió la bandera, el
escudo, la moneda, la hora y hasta el nombre al país. Pero jamás entendió la
lección de 1992. Nunca comprendió el sentido de la palabra “democracia”.
Charito
Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitorojas
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