lunes, 9 de febrero de 2015

LUIS GARCÍA MORA, ¿Y LA MORAL REVOLUCIONARIA?,

La corrupción. ¡Ay, la corrupción!
¿Quién iba a pensar en ese 1998, ante aquel Chávez con su proclama apocalíptica en la que aseguraba que había que freír a los corruptos en aceite, que el régimen “revolucionario” que construiría se iba a terminar de consumir en esa misma paila, descompuesto hasta lo rancio?
Traicionaron los sacrosantos fundamentos de una izquierda guerrera y comunista, a la que podían condenar por cualquier razón política o ideológica, hermano, pero jamás por saqueadora, ni por choriza, ni por arrasar con los bienes de la Nación.
Rasgar la linajuda “ética moral revolucionaria”. ¿Qué les pasó, camaradas?
¿Cómo pudieron caer tan bajo, en esta corrupción generalizada que junto al desmadre institucional que nos acoquina tiene al Presidente de la República contra la pared? Y la corruptela se entreteje con las otras crisis: la de gestión social, la económica y la política, ésas que paralizan actualmente al Estado venezolano.
La sentina se filtra por los intersticios, camaradas.
Y la presión es tan intensa que, ante la imposibilidad interna de avanzar con cualquier investigación (dada la exagerada dimensión del problema que se ha estructurado en lo regional, lo continental y lo hemisférico), ya la prensa y la comunidad internacional han comenzado a tomar cartas en el asunto para someter a nuestro abollado país a un crudo examen, dada la posibilidad real de que, si a esto no se le pone coto, se nos convierta en un “Estado fallido”.
 (Si ya no lo es)
Hasta Jorge Giordani, el otrora megaministro para la Planificación Económica Estratégica del fantasioso Socialismo del Siglo XXI, volvió a saltar a la calle desde su santuario para advertir que el termómetro marca 40 grados, que esta crisis hay que asumirla y que hay aprobar una ley draconiana contra la corrupción, aunque los involucrados en la rebatiña se opongan. Todo eso junto a un curioso elemento definitorio: que mientras desde dentro del régimen la supuesta persecución de los corruptos se cierne sobre el estamento civil (con mayor particularidad sobre los miembros del equipo ejecutivo del expresidente de PDVSA, con un Rafael Ramírez aventado a la ONU) las acusaciones más graves de todas las que nos llueven desde el exterior se enfocan sobre el componente militar.
¿Por qué? Ah, ésa es una interrogante muy oscura.
¿Y por qué estas ópticas tan dispares? Porque es ostensible que las tenazas se cierran.
Desde el propio chavismo, por ejemplo, las corrientes de Marea Socialista y Clase Media Socialista (los únicos componentes que hasta ahora están protestando abiertamente contra la corrupción) están solicitando la renuncia en pleno del gabinete.
Y mientras eso pasa, hace unos días y en una especie de discurso alucinado desde el púlpito, Nicolás Maduro hizo un llamado “a la ética bolivariana” y, por supuesto, a la lucha contra la corrupción. Es decir: hablaba contra aquel camarada que se pudrió en algún lugar de nuestro país.
Porque para Maduro, la corrupción es el disolvente más poderoso de la estabilidad gubernamental. Pero, en lugar de saltar para evitar los baches, cae en todos.
Un ejemplo: ¿cómo es posible que un presidente como Nicolás Maduro, que sabe que hay investigaciones en curso por narcotráfico contra miembros de su gobierno, se busca para reestablecer las relaciones con Washington (como si él como jefe de Estado no pudiera coger el teléfono directamente) a Samper? ¡El único presidente latinoamericano al que Estados Unidos le ha quitado la visa por asociación con el narcotráfico!
¿Qué es eso? ¿Hasta dónde puede llegar tanta confusión?
Cierto es entonces, camaradas, que en Miraflores aún están anclados en los sesenta. Y ahora es peor porque, de cara al público, parecen como triturados por la presión militar y se muestran ante el resto de Latinoamérica como los únicos que no se terminan de despertar de esta loca fantasía revolucionaria. Absolutamente fuera de sincronismo.
Y sin tocar piso, como en los volátiles del beato Angélico, no se percatan.
El país se nos está viniendo encima y, en una actitud inconcebible e inquietante, el Presidente de la República todavía no encabeza un programa serio para combatir un problema como la corrupción. Todas sus respuestas devienen tardías e insuficientes, con el efecto gatopardiano tan funesto de mantener intacto el esquema estructural.
No hace nada.
Tanto es así que lo inviable del cuadro apunta a que la situación se va a poner peor. Como decía alguien por ahí: “Pareciera que hay un entramado tan denso en la toma de decisiones del Alto Gobierno que, como todo el mundo protesta cada vez que se quiere ajustar algo, la situación se torna paralizante”.
Entonces las preguntas: ¿Desde dónde se está trancando el juego? ¿Desde el estamento militar o del civil? ¿Quién? ¿Quiénes?
Tal como indicaba en este mismo medio el economista Asdrúbal Oliveros, cuando observamos la caída de compra del salario y las cifras de pobreza, está claro que la conflictividad va a aumentar. Y el riesgo de que el Gobierno opte por acentuar la polarización en un escenario de tierra arrasada se materializa, sobre todo cuando el único objetivo es el de permanecer en el poder.
Es un secreto a voces que el Presidente tiene problemas de liderazgo y que, para decirlo en lenguaje económico, “hay grupos captadores de renta que se oponen a cualquier reforma”.
Porque, camaradas, es sabido que la democracia es un sistema que descree de la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que exija los contrapesos y los controles más rigurosos para impedir los abusos del poder y por eso, cuando aparecen, los debe sancionar.
Pero aquí alguien dio la espalda a todo esto hace mucho tiempo. Alguien cedió ante el ofrecimiento y el soborno, las coimas, la malversación, la subvaluación y la hipervaluación de los precios, los escándalos políticos y financieros y el tráfico de influencias. Alguien cedió al uso de la fuerza pública en apoyo a dudosas decisiones judiciales y las sentencias parcializadas de los jueces, los favores indebidos y los sueldos exagerados de las amistades, a pesar de su incapacidad. Al financiamiento ilegal del partido.
Todo el librito. Entero.
De ahí que la palabra revolución se haya tornado decorativa. Y es que hacerse millonario en su nombre la ha devaluado tanto que, como diría Gabriel Zaid, “no hay una palabra más emputecida”: Revolución.
Hay que admitirlo: lo notable es que siga usándose.
¿Recuerdan hace quinquenios cuando la honestidad revolucionaria era el discurso obligado? Era como la vestimenta indispensable para ser admitido en el asunto. ¿Y todo eso para terminar en una guía práctica para acomodarse en la ruta del éxito, ante una derecha que, como diría de nuevo Gabriel Zaid, era lo inhabitable, el infierno?
Camarada, reconozcámoslo: aquí la bandera revolucionaria sólo ha servido para trepar y prosperar en nombre de los pobres que hemos reducido a la mendicidad política.
Camarada, a ti antes cualquier signo de prosperidad te hacía sentir culpable. Incluso: te hacía sentir vulnerable frente a las persecuciones y chantajes. Pero está aquel juego de palabras ético: no se está del lado bueno por tener razón sino, por el contrario, se tiene razón por estar del lado bueno.
Camarada, ¿alguna vez creíste que podías vivir en el Country o en La Lagunita? ¿Vevir en el Este de Caracas, de donde huiste con sólo abominar de la explotación? Es paradójico, sí: se adoptan las posiciones más radicales cuanto más mejoras el statu quo de tu propio subidón social y económico.
¡Ay, camarada! ¡Cuán fácil es relativizar los conceptos! Mientras tanto, como dice Freedom House, Venezuela es una mezcla tóxica de corrupción y desgobierno.
¿Pero y tú? ¿Qué vas a hacer en este momento tan delicado? ¿Seguirás exasperando los conflictos ante una élite que se muestra incapaz de resolverlos? ¿O recurrirás, como cualquier gorila latinoamericano, a escalar la crueldad, la represión y la cárcel con las armas de fuego?
Camarada: ¿cómo piensas sacarle el cuerpo al matadero?
Luis Garcia Mora
aguilaluis_7@hotmail.com
@LuisGarciaMora

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