lunes, 9 de febrero de 2015

AMÉRICO MARTÍN, ENTRE PERÓN Y FIDEL

Con menos furia, con menos éxito, henos aquí presenciando un nuevo, un sudoroso intento de construir una epopeya en el origen del proyecto revolucionario. El 4-F es la fecha del origen divino de la revolución bolivariana Es algo tarde, el sistema hace aguas y la tendencia al cambio -democrático- en paz pareciera ya irreversible. En todo caso, ahora cuando el inspirador del modelo ya no está entre nosotros y su lugar lo ocupa un civil reputado débil, la urgencia de esmaltar heroicamente el pasado corre pareja con la profunda crisis que aplasta a todos los estamentos del país y amaga con llevarse todo al diablo.
Es un alarde más bien común. Cada vez que una fantasía tronante vive su última hora, el líder o sus causahabientes, hacen más o menos lo mismo. El taita general Joaquín Crespo, último gran caudillo del partido liberal amarillo, puso la suerte del movimiento en el general Ignacio Andrade, un hombre pusilánime, disminuido, incapaz a ojos vista de parar más tarde la ofensiva desatada por Cipriano Castro, aquel furioso ególatra que vencía con las armas, si no con su elocuencia pomposa. Crespo se había dado a reverdecer la plataforma ideológica del liberalismo, a repasar en tono rosa su historia de logros reales y supuestos, todo para abrigar a su sucesor con un chaleco ideológico, construido con el pensamiento de los ilustres fundadores de su partido.
La flauta no le sonó, más después que la bala certera de un franco tirador dispusiera del arrogante “taita” en la Mata Carmelera. El fatal accidente no impidió la victoria de su causa, pero sin el jefe insustituible, aquel fue un logro con la marca de la muerte pintada en la frente.
El 4-F siguió un curso en todo contrario. Su jefe vivió porque se rindió, la operación fue derrotada no obstante el éxito de sus subalternos. En un almuerzo de fecha muy posterior, escuché a dos de ellos, comandante Arias Cárdenas y Urdaneta, ofrecer un relato sorprendente que el primero probablemente no repetirá pero el segundo estoy seguro que sí: -Nos reunimos, ya distribuidas las responsabilidades. Uno de nosotros propuso analizar dónde reagruparse si tuvieran que retroceder.
-¡Aquí nadie retrocede, nadie se rinde!, interceptó con vehemencia Chávez. Lucharemos hasta el final.
-Muy bien, así será.
Y así fue. Por la cabeza de nadie pasó la idea de flaquear. La sorpresa, no obstante, fue escuchar al jefe implacable anunciar que había tomado la decisión de rendirse.
¡Y encima los instaba a seguir su ejemplo! Fuera de anécdotas, vale asomar un dictamen sobre la naturaleza de aquella operación militar. El gobierno de Maduro y la ortodoxia de la lealtad chavista proclaman a rabiar que el 4-F fue una ejemplar rebelión cívico-militar. Similar a la revolución rusa de 1905 que sacudió al pueblo llano y los primeros soviets del imperio zarista. Esa fecha pasó a la historia del partido comunista cual “prólogo” de la revolución también proletaria y también soviética pero vencedora, de 1917. Y similar igualmente a la toma del cuartel Moncada por la tropilla improvisada de Fidel y que por interpretación muy peculiar de sus autores, fue el prólogo de la guerra de guerrillas que se llevará en los cuernos al dictador general Fulgencio Batista.
Audacias oficializadas. ¡Y ya ustedes saben, mis amables lectores, cómo retuercen la historia las viejas y nuevas autocracias para acomodarla a su cambiante interés! El 4-F de nuestros tormentos fue un clásico madrugonazo golpista que como la gran mayoría de ellos fracasó. Ni más ni menos. Lo de “cívico-militar” no le va.
Los civiles fueron escrupulosamente excluidos. Gabriel Puerta, entonces simpatizante del audaz comandante, me dijo que su partido, Bandera Roja, aspiraba a quitarle el acusado sesgo militarista a aquella conspiración de sables y botas.
Ofrecieron su participación, les dieron una hora y cuando llegaron, encontraron que los golpistas habían salido varias horas antes. Sencillamente no confiaban en ellos.
Ese golpe militar y solo militar encajaba en un modelo clásico descrito, defendido, aplicado y teorizado por el general Juan Perón en su obra Tres Revoluciones, editada por Peña Lilllo Editor SA.
Perón homologa sin más los conceptos de revolución y golpe. Lo esencial es ­dice -sin subterfugios- que en todo golpe militar (no añado nada, son sus propias palabras) transcurren tres fases: la preparación, la ejecución y la legitimación. En las dos primeras, las decisivas, las que afirman el liderazgo, solo pueden participar militares, los civiles sobran, perjudican, enredan, discuten demasiado.
La tercera fase, la legitimación o, digamos mejor, la aclamación, es la hora de los civiles, el salto del secreto extremo al ruido de las consignas y lemas. Es la plétora de la “r” y “erre” Rrrevolución, Patrrria, Guerrrra rrrevolucionaria.
El alimento de los héroes es la Aclamación. El pueblo llano y no tan llano llamado a aplaudir en las calles. La comunicación es unidireccional, jamás bidireccional. Uno proclama y el otro acepta. Fidel patentó una vieja práctica imperial. El césar en su palco del Coliseo y la muchedumbre entre panes y circos. Fidel en lo alto de la Plaza Martí somete propuestas al voto plebeyo. Con las Declaraciones de La Habana, septiembre 1960 y febrero 1962, dictó un viraje profundo de la izquierda latinoamericana y mundial, subyugada entonces por sus inmaculadas palabras. Con la fuerza de su retórica, encauzó a todos por los carriles de la llamada, por Regis Debray, “La larga marcha de América Latina”.
Sin escuchar ni a sus validos, el brillante caudillo decidió por el universo.
Perón, Fidel: el 4-F los retrata.
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin

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