lunes, 9 de febrero de 2015

HUGO CESAR RENES, CONFUNDIDOS PERTURBADOS, DESDE ARGENTINA

*El recogió en la avenida algo que brillaba. Un latoncito redondo con un dibujito escolar de laureles, una lámpara y una pluma. Detrás se leía Jardín Rayito de Sol y debajo Ayelen. Sintió un estremecimiento, como si esa anónima niña le estuviera diciendo algo. Y luego el escalofrío: debería desprenderse de ese objeto que quizás lo implicaba en un estupro, un secuestro, una muerte. Muchas películas, mucha alienación en una ciudad futurista del pasado, perturbada por malas noticias y presunciones siempre fatalistas
*Camina en esa hora impropia en que no es amanecer ni noche. Mira el suelo, nunca el cielo. Junta puchos. Los guarda en una bolsita de arpillera confeccionada para la ocasión. Imagino que luego los desventrará y armará los suyos. Los venderá, canjeará a otros como él por alguna cosa. Duerme en la bajada, habla solo, reza mucho y hace años que no fuma. Debe ahorrar para la empresa.
*Le hablan por el teléfono de línea insistentemente acerca de precios y cifras. Luego le pasan un largo número de celular y le sugieren que anote. Lo intenta hacer sobre un papel grande que está en su escritorio pero no lo logra. Hace un tiempo le sucede: olvida el garabato correcto para diseñar el dos, el tres o el 9. Los ha perdido en la vorágine de ventas, viajes y velocidad con que se alimenta esa bestia fenomenal que se llama Progreso. Los chorros de dinero siguen entrando pero ya no puede ni reconocerlos. Lo hace su contador que para eso está.
*Ellla venía distraída por Avenida del Rosario y atropelló a un cachorro, pero continuó su marcha sin detenerse ni mirar atrás. Por eso cada noche, cuando regresa a su casa y la reciben sus dos perrazos ella los empuja, maltrata, perturbada porque siente no merecerse el cariño de animal alguno.
*Viven en una casa con aire sagrado, verde mar con manchones de humedad. Pero si uno espía lo que verá será monstruoso: un living donde se los suele sorprender desde el atardecer hasta la medianoche mirando tevé, ambos vestidos con sus uniformes de empleados de Parques y Paseos rodeados de gatos y en medio de pilas de cajas, cajones dispersos como pilas entre los muebles, hacinados como en una fortaleza. Son "acumuladores" ambos; una enfermedad que consiste en no tirar nada. Entran la basura en lugar de sacarla. Allí, en ese castillo horroroso habrán de morir un día y quizás sean devorados por sus propios mininos.
*Todo lo que hará un gobierno y que sirva para las generaciones futuras será denostado, envilecido, maltratado, ridiculizado. No tienen visión de la sanidad ni del futuro. Se quejan, hacen barullo y sueñan con golpes de estado. Juegan con eso porque están salvados del bolsillo y en el fondo, además de lo económico, anexan el sufrimiento ajeno. Sin ello, sin percibir al dolor ajeno, nada les cierra. Es el plus de sus grietas emocionales. Se los ve correctos y modernos, pero son ancestrales monstruos de estos pantanos, impávidos, asesinos, perturbados y perturbadores.
*A las mujeres que pasan ni las miran. Toman café hablando con sus conocidos, impertérritos y eficientes. Tienen familia constituída. No hacen chistes gruesos y son muy pero muy progresistas. No obstante, a veces, en las tardes si alguien los pudiera espiar, acechan con la mirada, desde dentro de sus vidrios polarizados la salida de los niñas de los colegios religiosos.
*Creía que Dios le hablaba. Escondieron un viejo intercomunicador entre pilas livianas de papel y otro, desde una oficina empezó a susurrar su apellido. El pidió silencio y gritó si no escuchaban. La voz parecía salir desde un túnel invisible. Complotados, todos lo ignoraron. Cuando descubrió el embuste, penosamente, con rabia se echó a llorar. Y sus compañeros de trabajo, impresionados se alejaron del hecho como si lo ocurrido hubiese sido un crimen y no una broma.
*Cada noche tiene miedo de morirse durmiendo, por eso acude a las pastillas. Cuando logra conciliar el sueño imagina que está aún en estado prenatal, flotando en agua ambarinas, delicadas, junto a su mamá. El psiquiatra con tino le aconsejó compañía nocturna y le trajo de regalo un cachorro de labrador color café.
Ahora va perdiendo el terror a fallecer porque ha descubierto que tiene a quien cuidar.
- Yo estaba perturbado, pero la vida es más simple, le dice al doctor agradecido y feliz. El médico, entonces, decide él también conseguirse un animalito.
Hugo Cesar Renes
hcr1942@yahoo.com.ar
@hcr1942

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