lunes, 9 de febrero de 2015

CHARITO ROJAS, LA SOGA EN CASA DEL AHORCADO


Golpe de Estado: violación y vulneración de la legalidad institucional vigente en un Estado por parte de un grupo de personas que pretenden, mediante la fuerza, sustituir o derrocar el régimen existente, sustituyéndole por otro propicio y generalmente configurado por las propias fuerzas golpistas.

4 de febrero se cumplen 23 años de la intentona golpista encabezada por Hugo Chávez Frías. Y mucha sangre ha corrido por Venezuela desde aquel nefasto día. El líder murió después de haber puesto patas arriba al país, dejándolo en manos de unos que no saben cómo enderezarlo porque ni siquiera se dan cuenta de que está torcido. Hoy vamos a recordar aquel golpe de estado, aunque sea nombrar la soga en casa del ahorcado.

No hay golpe bueno. Todos dejan tras sí una nefasta estela de sangre, ilegalidad, inestabilidad. El embate de un golpe de estado es mortal en la línea de flotación política, social y económica de una nación, que por décadas queda afectada.

Después de un período de estabilidad que era ejemplo de democracia en una América Latina dominada por regímenes gorilescos y repúblicas bananeras, Venezuela es sacudida en forma inesperada por una convulsión social que desembocó en saqueos, toques de queda, muertes y un despertar del sueño bonito del “país en desarrollo”, de la “Venezuela Saudita”. De aquella época cuando éramos felices y no lo sabíamos. La aplicación de un conjunto de medidas calificadas de neoliberales y dirigidas por tecnócratas, que liberaban los precios y aumentaba la gasolina, el Caracazo fue sorteado por el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez pero la inconformidad ya había anclado en el país. La Fuerza Armada reprimió y controló el violento desborde social, en el cual hubo severos daños a la propiedad e incontables pérdidas de vidas, para seguir adelante después de ese trágico febrero de 1989.

Hacía años, en alejados cuarteles, una oficialidad joven fue penetrada por el ideario comunista, sus espíritus cautivados por esa mezcla explosiva de Marx con Bolívar, de Nietzsche con Simón Rodríguez, que los llevó a asociarse en un grupo secreto llamado el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR 200) presuntamente porque se trataba de igual número de oficiales medios, a quienes llamaban los Comacates por ser tenientes, capitanes, mayores y comandantes. Su pasión por la política y por Venezuela, los llevó a hacer juramentos bajo el histórico Samán de Güere, como si de pequeños próceres se tratare, prometiéndose liberar al país de la corrupción, pelear las fronteras perdidas y territorios entregados, mejorar las condiciones de la fuerza armada, rescatar al alto mando militar de la subordinación a elementos políticos que consideraban corruptos y corruptores.

El Caracazo estimula la fantasía de tomar el poder y cinco tenientes coroneles, que habían sido denunciados ante unos superiores que hicieron poco caso de una presunta conspiración, organizan un golpe de estado para derrocar al presidente constitucional. Hugo Chávez Frías, Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta Hernández y Miguel Ortiz Contreras se reparten las responsabilidades de penetrar las zonas militares con mayor contingente armado, Distrito Federal, Aragua, Miranda, Carabobo y Zulia.

El 4 de febrero el presidente Carlos Andrés Pérez aterriza a las 10 de la noche en Maiquetía, proveniente del Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza, al cual algunos jefes militares le habían recomendado no asistiese porque había un rumor en la Fuerza Armada, que el presidente y la mayoría de los jefes de fuerzas, se negaron a creer. Y en realidad pareció increíble hasta que Pérez llega a La Casona, y es puesto en sobre aviso que hay un golpe militar en marcha. ¡Un golpe militar en la democrática Venezuela de 1992!

El presidente se va a Miraflores con el ministro de la Defensa Fernando Ochoa Antich y allí recibe el parte de una movilización de tanques que rodearán el palacio presidencial. Bajo fuego, Pérez abandona Miraflores en un vehículo sin identificación y por una salida no habitual, para irse directo a Venevisión y aparecer a la una de la mañana en las pantallas de tv venezolanas anunciando que había un golpe de estado en desarrollo pero que su gobierno lo estaba controlando. Sin embargo esto no era tan cierto: a esa hora las bases aéreas de La Carlota y Maracay, los aeropuertos de Valencia, Barquisimeto y Maracaibo así como las guarniciones de estas ciudades estaban tomadas por los golpistas.

Aunque Miraflores resistió el asalto al palacio, fue a costa de muertes en la Casa Militar. La imagen de las puertas del Palacio Blanco derribadas por un tanque fueron transmitidas al mundo entero por equipos de las televisoras internacionales Univisión y WTN, que a esa hora se encontraban por casualidad en la avenida Urdaneta, cubriendo un operativo de profilaxis social de la Policía Metropolitana.

La residencia presidencial de La Casona fue atacada por un grupo comandado por el capitán Miguel Rodríguez Torres, con saldo de muertes y daños serios a la estructura. Hacia las 8 de la mañana, las fuerzas leales al gobierno constitucional habían recuperado exitosamente casi todas las plazas tomadas. El comandante golpista de Caracas, Hugo Chávez Frías, se encontraba acuartelado en el Museo Militar, de donde nunca salió hasta que una comisión de oficiales fue a buscarle para que se rindiera e hiciese que se rindieran los últimos reductos de alzados, en Maracay y en el Fuerte Paramacay y aeropuerto de Valencia.

Ese fue el momento en que pese a las órdenes de Carlos Andrés Pérez de no mostrar a los golpistas, Hugo Chávez es puesto ante las cámaras para que ordene la entrega de los restantes alzados y reconozca públicamente su fracaso. Y ese fue el punto de quiebre, aquel “Por ahora” esperanzador que no permitió que su movimiento muriese con el fracaso del golpe.

Además de los cinco cabecillas, fueron puestos a la orden de la justicia militar 14 mayores, 54 capitanes, 67 subtenientes, 65 suboficiales, 101 sargentos de tropa y 2.056 soldados alistados, contingente de los 10 batallones que se alzaron.

La población civil reaccionó con sorpresa pero si bien no apoyó el golpe, pues la participación de civiles en él se limitó a algunos líderes izquierdistas y grupos armados que creyeron que podrían aprovecharse en un segundo caracazo, tampoco fue crítico del movimiento. El desgaste del sistema bipartidista, el juego de la antipolítica contra la democracia, la corrupción de cúpulas militares y políticas y una situación económica que en aquel entonces se veía con pesimismo, hacían que la popularidad de Carlos Andrés Pérez fuese cada vez menor, contrastando con el atractivo de estos “Robin Hood” de uniformes camuflados que románticamente ofrecían pulcritud, honestidad e ideales bolivarianos.

El país parecía un cementerio de calles muertas el 5 de febrero, cuando se transmitió en vivo y directo desde el Capitolio la sesión de emergencia de las dos cámaras. Las palabras pronunciadas allí quedaron para la historia. El senador por AD, David Morales Bello, pronunció un lapidario discurso condenando el golpe sin ningún atenuante. Remató con “¡Muerte a los golpistas!” Para otros, esta sesión fue un aliento a su vida política. Aristóbulo Istúriz, diputado poco conocido de La Causa R, pidió que se incluyera en el documento de rechazo al golpe un considerando que hablara de las razones alegadas por los alzados para intentar un alzamiento militar. Su propuesta fue rechazada pero Istúriz disparó su carrera política y en diciembre de ese año fue electo alcalde de Caracas, derrotando al candidato de AD, Claudio Fermín.
Rafael Caldera, como viejo tejedor de la política, supo intuir la empatía que con los más desfavorecidos tenía aquel intento de golpe, y adoptó una posición al lado del pueblo y en contra de su adversario político Carlos Andrés Pérez: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción que está consumiendo la institucionalidad”. Así el anciano líder obtuvo el boleto para ser nuevamente Presidente, en 1994.

Las cifras oficiales reconocieron 34 muertos, aunque los reporteros de las fuentes de sucesos contabilizaron más de 100 decesos en esos días de golpismo. Los militares involucrados fueron tratados con mano de seda por una justicia presionada por la popularidad de los “héroes” rebeldes y la impopularidad que abatía de la silla presidencial a un Carlos Andrés Pérez, que fue sincero cuando ante su destitución confesó: “Hubiera preferido otra muerte”.

Muchos de los sediciosos fueron liberados, porque “obedecían órdenes superiores y no sabían que iban a dar un golpe”. Otros fueron condenados a penas menores y los líderes del movimiento, indultados por Rafael Caldera en cuanto llegó a la presidencia. Pero como dijo su hijo Andrés Caldera Pietri: “Mi papá le dio la libertad a Chávez pero no lo hizo Presidente”.

En efecto, el militar golpista del 92, que no creía en las vías constitucionales para cambiar el gobierno, dedicó su primera visita después de liberado de Yare, al dictador de Cuba, Fidel Castro. Y más nunca se liberó de tal tutela. Las ilusiones cambiaron y el arañero que quería emular a Bolívar se convirtió en presidente por gracia de la democracia, que permitió a un golpista “regenerarse” e ir por el camino constitucional.

Los hechos demuestran el engaño y Venezuela tiene casi 16 años pagando el precio de su ingenuidad al creer en una falsa oferta. La revolución que no figura en la Constitución cambió la bandera, el escudo, la moneda, la hora y hasta el nombre al país. Pero jamás entendió la lección de 1992. Nunca comprendió el sentido de la palabra “democracia”.

Charito Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitorojas                                                                                        

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