Hay dos
aspectos de la vida de Sucre, que vale la pena recordar ahora. Se sabe que
Sucre nació en Cumaná; pero no se sabe a ciencia cierta en qué parte de Cumaná
vió la primera luz, y el otro, que probablemente sus restos mortales, nunca
jamás vengan a su tierra natal. Hablemos de ellos.
No existe en nuestros días la Casa Natal de
Antonio José de Sucre. Como existe la de Ramos Sucre, la de Andrés Eloy Blanco.
No se ha establecido el sitio exacto de su nacimiento: se dice que nació en la
calle La Luneta, en una casa cerca del castillo de Santa María de la Cabeza,
que nació en la calle de Belén de Toporo, en una casa que estuvo ubicada en la
esquina del hoy Liceo Sucre, diagonal a la Plaza Andrés Eloy Blanco, y hasta se
dice que nació en la Hacienda Cachamaure, que era propiedad de su padre. Son
sitios señalados por la tradición, y que han pasado de boca en boca, pero no
hay testimonio escrito ni material que lo sustente. Y lo que se sostenga hoy
como verdad oficial, es bueno tener en cuenta que la verdad oficial puede no
ser la verdadera.
Su nacimiento en la Hacienda Cachamaure se
descarta fácilmente. Sucre nació el tres de febrero, y su bautizo se realiza en
la Ermita del Carmen- destruida por el terremoto de 1796, se levanta en su
lugar la Iglesia Santa Inés- el 21 del mismo mes, 17 días después de su nacimiento.
En las condiciones de los caminos y vías de tránsito y modos de viajar, y por las costumbres de la época, es de dudar
que una mujer recién parida se traslade a los 15 o 16 días de la hacienda hasta
la ciudad, por mar o tierra, para realizar el bautizo del recién nacido. No hay
que olvidar que hasta fechas recientes, toda mujer después del parto cumplía la
cuarentena, cuarenta días de reposo y cuidados extremos, por los riesgos
después del parto. Estas limitaciones hubieran impedido el bautizo, a los pocos
días de nacido, como era costumbre de las familias en la Venezuela colonial.
Queda entonces evidenciado el nacimiento sin
duda de Sucre, en Cumaná, sólo que aún falta por establecer verídicamente el
sitio de su nacimiento.
Aunque Sucre siempre manifestó amor e
identificación profundos por su ciudad natal, no pudo regresar a ella. En el
periplo de su vida, los compromisos y acontecimientos lo fueron alejando cada
vez más de su tierra natal, y sus éxitos lo involucraron ampliamente con los
pueblos del sur hasta ser considerado como parte de ellos. Al fracasar el
Congreso Admirable, en sus intentos de evitar el derrumbe de La Gran Colombia,
el impedírsele llegar hasta Venezuela, en misión de acercamiento diplomático,
al regresar a Bogotá y saber de la marcha de Bolívar, le escribe su pesarosa
carta de despedida, y al verse aislado y convencido de que no había nada que
hacer entonces, sólo piensa en regresar a su casa, a reunirse con su esposa y
su hija, aspiraba a una vida de ciudadano común. Pero su viaje al sur, fue para
encontrarse con la muerte.
Las circunstancias de su muerte, le negaron
la inhumación de su cadáver con los honores y reconocimientos que le merecían
su brillante trayectoria de militar libertador. Su cadáver permaneció cerca de
24 horas a la intemperie, en las montañas de Berruecos, luego fue enterrado en
sitio señalado por una improvisada cruz de palos; poco después su esposa lo
hizo exhumar y trasladar subrepticiamente hasta la capilla de su hacienda El
Deán, de donde después de un tiempo fue trasladado al Convento del Carmen Bajo,
en Quito. Hasta que fueron encontrados sus restos, en abril de 1900, después de
setenta años de su muerte, y depositados en la Catedral de Quito. Allí reciben
el fervor y reconocimiento que los pueblos tributan a su noble existencia, y la
admiración suscitada por la destacada labor cumplida, como miembro de La Gran
Colombia y como miembro del Ejército Libertador.
Su extraordinaria actuación como conductor de
tropas, sus rutilantes batallas, sus misiones diplomáticas, su labor como
estadista y gobernante lo proyectaron como un ser humano de excepción. No es
extraño que para Ecuador sea su Libertador, y para Bolivia su fundador, y lo
vean como un patrimonio histórico propio, y con su agradecimiento y recuerdo se
aferren a conservar sus restos mortales.
Sólo ha quedado como consuelo para nuestro
país, el cenotafio, que señala su tumba vacía, como la de Miranda, en el
Panteón Nacional.
Gilberto José López
gijospe@gmail.com
Enviado
a nuestros correos por:
José
Miguel Salas Mejías.
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