¿Es Venezuela un país políticamente
endémico?. ¿Es el venezolano un ciudadano endémico, apático o patético?. En
cualquier caso, huele a tristeza para cualquier venezolano que no sepa cómo
definir a su país, y que cuando se atreve a describir un diagnóstico se
encuentra ante el hecho de que no puede focalizarlo en un aspecto estrictamente
puntual, sino en la pluralidad de calamidades que hoy se posan y rodean al
territorio nacional, con millones de ciudadanos adentro.
La pasional identidad criolla con el
catolicismo y lo religioso en general permite que, más allá de esa duda
cultural antes descrita, prevalezca la convicción de que se vive en un país bendito por la gracia
Divina. Y que ha sido eso precisamente, lo que le permitió tener en sus manos
un gran tesoro que, de haber sido utilizado con inteligencia, humildad y
sabiduría, le hubiera permitido dar el gran salto y formar parte de la elite de
los países del primer mundo. Esa racional y ética conducta administrativa, sin
embargo, fue suplantada por el personalismo, la egolatría y la irracionalidad
gerencial, y todo se tradujo en un costoso retroceso.
Ese volver atrás se manifiesta en que la
petrolera Venezuela se disputa actualmente la mayoría de los últimos lugares,
en la casi totalidad de los índices que
producen las investigaciones que realizan los más prestigiosos centros
académicos del mundo, incluyendo sus universidades. Sobre todo de índices que
arrojan lo peor que hacen o sucede en países que, por múltiples causas, no han
superado deficiencias que les permitan adentrarse en lo civilizado.
Es decir, se plantea una situación totalmente
distinta a todo aquello que había conquistado esa misma Venezuela petrolera,
para adentrarse y alcanzar estándares propios de una nación con posiciones de
vanguardia bien apuntaladas, pero que actualmente pareciera estar siendo
diezmada por los efectos de una peculiar guerra civil, como por la obligación
de vivir en situaciones propias de una economía de guerra. Mejor dicho, de un
conjunto de factores naturales -o propios- de un ambiente en donde predominan
verdaderas fuerzas del mal, con poder suficiente para neutralizar la
importancia de saber capitalizar la utilidad que provoca la combinación de lo
tecnológico, lo científico, lo comunicacional, que es, hoy por hoy, la más
genuina expresión de lo que producen los seres racionales viviendo en un
ambiente de libertad.
El “distraccionismo” a la venezolana provoca
una indescriptible abundancia de motivos para evadir el tema. Hombres y mujeres
en abundancia, por el contrario, tratan de encontrar respuestas a los hechos a
partir de la lectura de horóscopos; otros no muy pocos, de igual manera, se
inquietan ante la palabra de un cartomántico o videntes de variadas técnicas o
creencias. Y los que más, a la vez que rezan y ruegan a Dios por su apoyo,
ayuda y asistencia ante lo obvio de que,
“las cosas no andan bien”, porque el mal entró y se apoderó de Venezuela, no
siempre identifican semejante realidad como consecuencia de previas acciones,
muchas de ellas cazadas con la creencia a favor de la viabilidad y factibilidad
de supuestas acciones mágicas, como de lo probable de construir “milagros” al
margen del esfuerzo productivo.
No es un asunto de visiones fatalistas sobre
lo que sucede. Tampoco de concepciones catastrofistas acerca del sitio al que
se ha llegado, y del que ya supuestamente no es posible regresar. Sí de internalizar
lo que plantea el reto histórico para los venezolanos, de superar su
sometimiento actitudinal de adoración al mal, para producir un reencuentro con
la senda del bien; con el camino apropiado, “en la seguridad de que Dios,
nuestro Señor y guía, nos tenderá su mano bondadosamente, e irradiará luces a
favor del entendimiento entre los venezolanos”.
Venezuela sí está endémica. Está altamente
contaminada. Enferma de todo y en todo:
en lo social, lo político, lo económico y lo moral. No es un problema puntual;
tampoco algo que le atañe a pocos. Es un problema de todos los venezolanos y de
cada habitante de Venezuela. Por lo que sin la concurrencia y participación
comprometida de la mayoría, es imposible resolver el sometimiento a dicha
situación. Para quienes presumen de conductores, de ejercer liderazgos, no hay
futuro en armonía si se insiste en desconocer que los venezolanos, antes del
contagio, siempre fueron expresión de un
pueblo afable, bondadoso, amigable y, sobre todo, emprendedor y trabajador.
Como sociedad, Venezuela registra las
incidencias de un cáncer cargado de fuerzas de lento y prolongado avance; de un
arrebatador carcinoma que aún no ha hecho metástasis. Se subestima su fuerza
maligna, porque se desconoce que se está en presencia de un verdadero cáncer,
de esa enfermedad que va convirtiendo a las células del cuerpo social en
malignas, deformando funciones y destruyendo paulatinamente los órganos del
cuerpo, hasta concluir en su transformación en metástasis y apoderarse del
organismo letalmente.
El símil es duro, extremadamente duro y
cruel. Inclusive, si ese cáncer hablara
le estaría diciendo o pregonando a todas las células del cuerpo social
venezolano que no luchen; les exigiría
sumisión absoluta; que se unan para llegar a ser una auténtica fuerza; que
ellos son los mejores y que los glóbulos blancos son representantes del
Imperio, y las defensas del cuerpo son apátridas, escuálidos y pelucones.
Porque sólo el cuerpo incauto es capaz de registrar el crecimiento del tumor sin percatarse de que
esa expansión la está logrando a expensas de la destrucción general de todas
sus funciones vitales.
Así esta Venezuela. Y todavía una parte
importante de la población continúa creyendo en los encantamientos que se
gestan y fortalecen desde los laboratorios propagandísticos gubernamentales,
mientras esperan ingenuamente que le den el regalito al que creen tener
derecho: una casita; una nevera; las bondades de misiones cuya composición
financiera no deja de entrar en los bolsillos de apropiadores de oficio.
Llegó la hora de ponerse la bata blanca; de
calarse el estetoscopio al cuello, y de, como una verdadera legión de médicos
oncólogos, atacar las causas de ese cáncer. La aplicación de la quimioterapia
equivale al proceso metafórico de la recuperación del Parlamento; de hacerlo
con base en las ventajas de una fuerte dosis de unidad verdadera, y libre de la
contaminación de intereses ajenos a la obligación de impedir que se siga
avanzando en la desaparición de la Democracia, de la República y de la Nación.
Aún se está a tiempo de hacer un llamado
nacional para generar una gran cruzada a favor de Venezuela, y lograr una selección justa y regionalizada
entre los más de cuatrocientos Candidatos Independientes postulados por la
Oposición ajena a los de de la Mesa de la Unidad Democrática, y desvinculados
del Partido de Gobierno. Hay que darle cuerpo, figura y capacidad de acción a
una tercera Fuerza Democrática Independiente en la Asamblea Nacional; promover
una alternativa novedosa que se promueva como contrapeso ante la agotada
hegemonía de dos bandos o rivales cargados de odios y de diferencias
infranqueables.
A la Venezuela que se le ha enfermado
desconsidera y malignamente, le corresponde también ejercer su derecho de
escoger nuevos y mejores ciudadanos para el ejercicio del liderazgo social, no
obedientes exclusivamente a la voluntad de mezquinos intereses grupales o
partidistas, y de amiguismos siempre más interesados en velar por sus intereses
que por los de todos los venezolanos. Seguramente, sería otra mayoría
importante presente en la Asamblea, capaz de
introducir en la misma un tercer bloque de poder o un fiel de la balanza
con suficiente fuerza como para inducir respeto y cambiar el concepto del rencor,
de la pretensión de cortar cabezas o de cobrar facturas. Asimismo, sería una
fuerza con disposición de aceptar la utilidad de corregir equívocos, de mejorar
rumbos, de emprender la transformación del país que unos y otros interesados no
desean abordar y asumir con seriedad y responsabilidad.
Ante dicha realidad, y con base en el
diagnóstico ya conocido, ¿ cómo no proceder con la aplicación de la
radioterapia necesaria de hacer de la
descentralización administrativa regional, la autonomía de los Poderes Públicos
y del Banco Central de Venezuela, el inicio del establecimiento de un sistema
de control administrativo que garantice transparencia y eficiencia en el uso de
los recursos financieros de la nación?.
Todo esto tiene que iniciarse para que el
ejercicio de la política en Venezuela, además, deje de ser un derecho ciudadano
literalmente secuestrado por pretensiones o sistemas de obligatoria
ideologización. Porque, después de tanta contaminación y enfermedades que
fortalecen la condición endémica nacional,
resulta absurdo convertir también la prescripción facultativa y el
récipe con el contenido de la indicación de cambio, en el foco infeccioso de
una nueva enfermedad.
De lo que se trata, en fin, es de actuar y
trabajar para gozar de buena salud; no de enmascarar la presencia de otro cáncer
oculto, mientras se definen supuestas nuevas estrategias que no ataquen
decididamente las causas de la dolorosa situación actual que están financiando
millones de ciudadanos venezolanos con su empobrecimiento de manera acelerada.
Egildo
Lujan Navas
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