Venezuela, con casi 40 ministros para las más
inverosímiles de las tareas administrativas que petro-estado alguno pueda
tener, también dispone de una dama para el desempeño ministerial del Comercio,
a quien, como hecho curioso, sólo se sabe que existe cuando anuncia la entrega
de electrodomésticos asiáticos que llegan a tierra venezolana, en compensación,
entre otras cosas, por el despacho diario de más de 600.000 barriles de crudo a
China.
De ahí que cuando hizo acto de presencia ante
los venezolanos a finales de enero pasado, describiendo los extraordinarios
resultados que había logrado la nación en materia de producción y
abastecimiento, después de diez años de controles de cambio y de precios, por
lo que se justificaba, de hecho, una permanencia de ambos regímenes y su
extensión hacia otras áreas de la economía y rubros, a nadie sorprendió.
No tanto por el atrevimiento de decirlo
precisamente en momentos cuando hasta el Banco Central de Venezuela difundía
estadísticas que evidenciaban lo contrario. Sino porque también ella, desde su
espacio de mando, y al igual que lo han venido haciendo y diciendo sus
compañeros de Gabinete Económico, pareciera estar ausente de los difíciles,
como complejos escenarios en los que se sustenta el presente y futuro económico
nacional.
Con un decidido y arrogante “Duélale a Quien
le Duela”, la Titular del Despacho del Comercio, Edmeé Betancourt, describió la
razón por la que aquí se seguirá controlando todo lo que sea necesario.
Mientras el Estado empresario, ese que en poco menos de tres lustros arrasó
inmisericordemente con tierras productivas, fincas ganaderas, industrias y la
intermediación comercial desarrollada a lo largo de más de un siglo, hoy
necesita recurrir a atosigantes campañas propagandísticas para la acusación y
descrédito de empresarios y empresas por igual, en un inevitable empeño por
atribuirle a otros la responsabilidad por la que hay anaqueles vacíos, escasez
de bienes que alguna vez los hubo en cantidades abundantes, y la expresión
porcentual de la inflación que se resiste a ubicarse en un dígito.
Ciertamente, nadie que esté en su sano juicio
en Venezuela puede creer en que una critica, un cuestionamiento, una
sugerencia, ni siquiera una voluntaria expresión de sincera disposición al
apoyo a funcionarios de semejante jerarquía, generará la respuesta
satisfactoria para que su pasantía administrativa se impregne de gloria
perdurable.
Sin embargo, más allá de esa objetiva
apreciación, lo que esperarían aquellos que en Venezuela se ocupan de trabajar
y de producir riqueza para afianzamiento de la expansión del Producto Interno
Bruto -no necesariamente determinado por el peso del rentismo petrolero-, es
que los ministros de la economía se percaten de un hecho inquietante: están
transcurriendo los días y nadie, absolutamente nadie, se está ocupando de
prestarle atención –por quietismo funcional- a la economía en su conjunto.
Entre discursos de corte pre-electoral,
arengas populistas, amenazas antiempresariales y falsos ofrecimientos a una
masa popular que sigue cazando su mejor futuro con la multiplicación de
prebendas públicas, han estado transcurriendo los días y las semanas, sin que,
a la vista, exista nada concreto, preciso y definitivo que cambie la
expectativa general de que aquí, por lo visto, sólo el peso de los hechos y la
complejidad de la realidad, es lo que va a hacer posible el surgimiento de una
reacción distinta a lo que hoy se está apreciando en todos los ámbitos de la
vida nacional.
Tan delicado y grave es que los promotores y
administradores de los controles públicos desestimen el disgusto colectivo en
el que se ha convertido para las familias venezolanas su obligación de “hacer
mercado”, ante la obligación de tener que sortear inteligentemente cuanta
escasez y desabastecimiento temporal se les presenta. Como la convicción
reinante en la mayoría de esos compradores, de que la satisfacción de la
demanda de bienes y servicios, definitivamente, no tiene ya otra respuesta
distinta a la erogación de divisas para acometer importaciones desde donde sea,
y al precio que sea.
Los días finales de febrero están contados. Y
con marzo en pleno avance, también se asume que la economía comenzará a entrar
en un proceso recesivo, con todas sus implicaciones y efectos sociales y hasta
políticos, sobre todo en momento cuando lo electoral, una vez más, tiende a
convertirse en el motor del gasto público, hoy por hoy, el gran combustible del
crecimiento del PIB.
Los inventarios de bienes importados siguen
secándose. Y los suplidores internacionales, por otra parte, insisten en
desentenderse de las dificultades internas a las que se enfrentan sus clientes
nacionales, cuando afirman no tener la certeza de si las divisas a que han
estado accediendo por los canales regulares sin respuestas satisfactoria, ahora
sí las recibirán oportunamente, y que su reconocimiento será al cambio acordado
en el pasado reciente.
En cuanto a la oferta de alimentos, el
empresariado ha sido coincidente y dicho hasta el cansancio -casi en coro con
algunos voceros gubernamentales- que la Seguridad Alimentaria es vital para la
población de cualquier país. Pero la prédica institucional pareciera carecer de
importancia ante los ojos y oídos de la más encopetada burocracia, aun cuando
es evidente que Venezuela ha estado llegando al llegadero, al no disponer del
dinero suficiente para continuar importando, incluso lo que se puede producir
en tierras venezolanas.
Por lo visto –y salvo que se encuentre un
tesoro escondido o salgan de algún lugar secreto los ahorros de la abuela que
permitan hacer importaciones relámpago- los niveles de escasez de todo tipo de productos, y muy
especialmente de alimentos y medicinas, pueden llegar a cuadros críticos y
peligrosos. Y el único que recibe dólares en Venezuela, es el Gobierno, amén de
que, a partir de la entrada en vigencia del Convenio Cambiario número 14, es
quien se reserva el derecho a decidir, determinar y usar, a su mejor saber y
entender, el control de cambio, con todas sus variables implícitas.
Esa ventaja, desde luego, no la tienen los
empresarios. De hecho, en fiel demostración de que así son las cosas en
Venezuela, más de la mitad de lo que se importa, lo hace el mismo Gobierno, obedeciendo a su
afán de ser una mala caricatura de empresario novel, y sin desestimar para
tales fines, su recurrencia persistente de echarle la culpa al Imperio y a la oposición, cuando
dinero abundante y libertad importadora no hacen posible la exhibición de un
resultado medianamente satisfactorio.
Una vez más, los hechos plantean situaciones
que obligan a la perentoria convocatoria de productores, de organizaciones
gremiales académicas y laborales, como de los empresarios, para definir
acciones y dar pasos en la misma dirección. Y resolver juntos la gravísima
situación de escasez que se está presentando progresivamente. Hay que evitar
que el país llegue a situaciones extremas que después, gobernantes y
gobernados, tengan que lamentar.
Pero ¿esas inquietudes constituyen materia de
interés para la Ministra de Comercio, del titular de Industrias y del resto de
los titulares de los diversos despachos ministeriales con competencia
económica?. Nadie lo sabe.
No obstante, lo cierto es que, “Duélale a
Quien Le Duela”, esta realidad tiene que evaluarse como hecho signante de un
exigente presente, cuya atención y soluciones ya no pueden estar
inexorablemente atadas a la arrogancia burocrática de siempre. Tampoco a la
angustiante espera por otros desenlaces que no necesariamente deberían estar
fortaleciendo hoy componentes recesivos. Aunque todo parece indicar que sí lo
es, en vista de la composición del discurso de los administradores de turno, y
su deliberado propósito de mantener al país y a todos los venezolanos girando
alrededor de esa situación.
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