lunes, 25 de febrero de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, “DUÉLALE A QUIEN LE DUELA”, MIN-COMERCIO, EDMEÉ BETANCOURT (DIXIT), FORMATO DEL FUTURO…

Venezuela, con casi 40 ministros para las más inverosímiles de las tareas administrativas que petro-estado alguno pueda tener, también dispone de una dama para el desempeño ministerial del Comercio, a quien, como hecho curioso, sólo se sabe que existe cuando anuncia la entrega de electrodomésticos asiáticos que llegan a tierra venezolana, en compensación, entre otras cosas, por el despacho diario de más de 600.000 barriles de crudo a China.

De ahí que cuando hizo acto de presencia ante los venezolanos a finales de enero pasado, describiendo los extraordinarios resultados que había logrado la nación en materia de producción y abastecimiento, después de diez años de controles de cambio y de precios, por lo que se justificaba, de hecho, una permanencia de ambos regímenes y su extensión hacia otras áreas de la economía y rubros, a nadie sorprendió.
No tanto por el atrevimiento de decirlo precisamente en momentos cuando hasta el Banco Central de Venezuela difundía estadísticas que evidenciaban lo contrario. Sino porque también ella, desde su espacio de mando, y al igual que lo han venido haciendo y diciendo sus compañeros de Gabinete Económico, pareciera estar ausente de los difíciles, como complejos escenarios en los que se sustenta el presente y futuro económico nacional.

Con un decidido y arrogante “Duélale a Quien le Duela”, la Titular del Despacho del Comercio, Edmeé Betancourt, describió la razón por la que aquí se seguirá controlando todo lo que sea necesario. Mientras el Estado empresario, ese que en poco menos de tres lustros arrasó inmisericordemente con tierras productivas, fincas ganaderas, industrias y la intermediación comercial desarrollada a lo largo de más de un siglo, hoy necesita recurrir a atosigantes campañas propagandísticas para la acusación y descrédito de empresarios y empresas por igual, en un inevitable empeño por atribuirle a otros la responsabilidad por la que hay anaqueles vacíos, escasez de bienes que alguna vez los hubo en cantidades abundantes, y la expresión porcentual de la inflación que se resiste a ubicarse en un dígito.
Ciertamente, nadie que esté en su sano juicio en Venezuela puede creer en que una critica, un cuestionamiento, una sugerencia, ni siquiera una voluntaria expresión de sincera disposición al apoyo a funcionarios de semejante jerarquía, generará la respuesta satisfactoria para que su pasantía administrativa se impregne de gloria perdurable.
Sin embargo, más allá de esa objetiva apreciación, lo que esperarían aquellos que en Venezuela se ocupan de trabajar y de producir riqueza para afianzamiento de la expansión del Producto Interno Bruto -no necesariamente determinado por el peso del rentismo petrolero-, es que los ministros de la economía se percaten de un hecho inquietante: están transcurriendo los días y nadie, absolutamente nadie, se está ocupando de prestarle atención –por quietismo funcional- a la economía en su conjunto.
Entre discursos de corte pre-electoral, arengas populistas, amenazas antiempresariales y falsos ofrecimientos a una masa popular que sigue cazando su mejor futuro con la multiplicación de prebendas públicas, han estado transcurriendo los días y las semanas, sin que, a la vista, exista nada concreto, preciso y definitivo que cambie la expectativa general de que aquí, por lo visto, sólo el peso de los hechos y la complejidad de la realidad, es lo que va a hacer posible el surgimiento de una reacción distinta a lo que hoy se está apreciando en todos los ámbitos de la vida nacional.
Tan delicado y grave es que los promotores y administradores de los controles públicos desestimen el disgusto colectivo en el que se ha convertido para las familias venezolanas su obligación de “hacer mercado”, ante la obligación de tener que sortear inteligentemente cuanta escasez y desabastecimiento temporal se les presenta. Como la convicción reinante en la mayoría de esos compradores, de que la satisfacción de la demanda de bienes y servicios, definitivamente, no tiene ya otra respuesta distinta a la erogación de divisas para acometer importaciones desde donde sea, y al precio que sea.
Los días finales de febrero están contados. Y con marzo en pleno avance, también se asume que la economía comenzará a entrar en un proceso recesivo, con todas sus implicaciones y efectos sociales y hasta políticos, sobre todo en momento cuando lo electoral, una vez más, tiende a convertirse en el motor del gasto público, hoy por hoy, el gran combustible del crecimiento del PIB.
Los inventarios de bienes importados siguen secándose. Y los suplidores internacionales, por otra parte, insisten en desentenderse de las dificultades internas a las que se enfrentan sus clientes nacionales, cuando afirman no tener la certeza de si las divisas a que han estado accediendo por los canales regulares sin respuestas satisfactoria, ahora sí las recibirán oportunamente, y que su reconocimiento será al cambio acordado en el pasado reciente.
En cuanto a la oferta de alimentos, el empresariado ha sido coincidente y dicho hasta el cansancio -casi en coro con algunos voceros gubernamentales- que la Seguridad Alimentaria es vital para la población de cualquier país. Pero la prédica institucional pareciera carecer de importancia ante los ojos y oídos de la más encopetada burocracia, aun cuando es evidente que Venezuela ha estado llegando al llegadero, al no disponer del dinero suficiente para continuar importando, incluso lo que se puede producir en tierras venezolanas.
Por lo visto –y salvo que se encuentre un tesoro escondido o salgan de algún lugar secreto los ahorros de la abuela que permitan hacer importaciones relámpago- los niveles de escasez  de todo tipo de productos, y muy especialmente de alimentos y medicinas, pueden llegar a cuadros críticos y peligrosos. Y el único que recibe dólares en Venezuela, es el Gobierno, amén de que, a partir de la entrada en vigencia del Convenio Cambiario número 14, es quien se reserva el derecho a decidir, determinar y usar, a su mejor saber y entender, el control de cambio, con todas sus variables implícitas.
Esa ventaja, desde luego, no la tienen los empresarios. De hecho, en fiel demostración de que así son las cosas en Venezuela, más de la mitad de lo que se importa,  lo hace el mismo Gobierno, obedeciendo a su afán de ser una mala caricatura de empresario novel, y sin desestimar para tales fines, su recurrencia persistente de echarle  la culpa al Imperio y a la oposición, cuando dinero abundante y libertad importadora no hacen posible la exhibición de un resultado medianamente satisfactorio.
Una vez más, los hechos plantean situaciones que obligan a la perentoria convocatoria de productores, de organizaciones gremiales académicas y laborales, como de los empresarios, para definir acciones y dar pasos en la misma dirección. Y resolver juntos la gravísima situación de escasez que se está presentando progresivamente. Hay que evitar que el país llegue a situaciones extremas que después, gobernantes y gobernados, tengan que lamentar.
Pero ¿esas inquietudes constituyen materia de interés para la Ministra de Comercio, del titular de Industrias y del resto de los titulares de los diversos despachos ministeriales con competencia económica?. Nadie lo sabe.
No obstante, lo cierto es que, “Duélale a Quien Le Duela”, esta realidad tiene que evaluarse como hecho signante de un exigente presente, cuya atención y soluciones ya no pueden estar inexorablemente atadas a la arrogancia burocrática de siempre. Tampoco a la angustiante espera por otros desenlaces que no necesariamente deberían estar fortaleciendo hoy componentes recesivos. Aunque todo parece indicar que sí lo es, en vista de la composición del discurso de los administradores de turno, y su deliberado propósito de mantener al país y a todos los venezolanos girando alrededor de esa situación.
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