El ESTADISTA. Cuando
EL SABER ES PODER, el conductor político estudia sólo el bien público y busca
el buen éxito de su partido sólo como medio de promover los intereses comunes;
atrayendo a los mejores, a los más hábiles y más cuerdos de su partido; da aliento
al talento y a la capacidad y reprime la ignorancia presumida y el egoísmo;
confía en su poder de convencer al pueblo con razones justas; sin más que su
esfuerzo intelectual capta la buena voluntad y el apoyo de sus conciudadanos,
para hacerle ceder al individualismo egoísta su puesto al bienestar general. UN
ESTADISTA es un ciudadano que no tiene intereses que servir, ni agravios que
vengar, siendo generalmente dominado por una doble identidad: orgullosamente
enamorado de su patria y anheloso por la grandeza de los futuros de su país. En sus propósitos dos
cosas lo guían: lo que es posible y lo que conviene al pueblo.
Sostiene que los
únicos peligros serios que amenazan la libertad vienen del predominio del
monopolio, los privilegios y las mayorías, adhiriendo tenazmente a la
convicción de que para su buen éxito es necesario que haya normas fijas de
moral, y que ni la autoridad, ni la mayoría, ni la costumbre, pueden ser razón
para nada.
Cree que nada queda
arreglado si no se arregla justamente, y que no debe permitirse que el temor
inspirado por las mayorías ni las amenazas de los poderosos detengan ni por un
momento los esfuerzos encaminados a enderezar un agravio o impedir un abuso.
EL DEMAGOGO (un
orador revolucionario que aparenta defender los intereses del pueblo formulando
promesas que sabe que no puede cumplir, pero que le sirven para conquistar
votos o apoyos). Cuando la ignorancia es mas poderosa que el saber, levanta
hombres lo suficientemente temerarios o insensatos para intentar cualquier
cambio que le sea útil a sus fines, por desacreditado que esté, y
suficientemente vanos para atacar cualquier tradición, aún la más justificada y
firmemente establecida. Tales hombres fomentan la falsa democracia que por lo
general generan perturbaciones e impiden el progreso.
Es este el ámbito
ideal para el demagogo o el déspota (productos notorios y ominosos de la
perversidad humana de nuestro caduco sistema político). Siempre está bajo el
horizonte de donde el bien público puede discernirse.
El buen éxito del
partido es su fin supremo, requiriendo generalmente para tal cometido el sumo
poder. El buen éxito del partido consiste para él en su propia supremacía. En
su “nomenKlatura” (lista de puestos de dirección) suelen coexistir secuaces
apocados y obedientes (obsecuentes todos ellos) y/o gente irreflexiva e
impulsiva, movida por la pasión ciega y porfiada, cuya conciencia está
paralizada por la ambición del poder, el deseo de lucro, y la venganza social.
Su esperanza de
triunfar se cifra en la eficacia (“aceitado”) del “mecanismo” político
(aparato), en el gasto pródigo de dinero con el cual concreta el sometimiento y
la lealtad del beneficiario (cliente político), y en las promesas de cargos
públicos que hace.
Los argumentos de un
típico demagogo son la exhortación, la coacción, la intimidación y/o la
amenaza.
Si triunfa, su primer
cuidado es el engrandecimiento y el enriquecimiento de sí mismo y el de su
familia y, de ser ello posible, el de sus principales “punteros”.
Si es vencido, se
pone inmediatamente en comunicación secreta con su antagonista triunfante,
pidiéndole participación suficiente en los despojos para mantenerse, él y los
suyos, hasta la próxima contienda política.
En el ejercicio del
Poder, echa siempre mano a lo posible sin pensar en lo que conviene, cayendo
así en el hábito del oportunismo y las componendas, subordinando los principios
al interés.
Toda reconstrucción
social o política aviva su apetito y enardece las pasiones de estos
desbaratadores de la sociedad, a quienes ningún principio refrena ni ninguna
convicción estorba, por cuanto carecen de principios y de convicciones, jugando
permanentemente con el fuego de las pasiones humanas y el instinto de violencia
de la chusma, que prefiere escuchar los alaridos de su “líder” que en la dulce
embriaguez de sus mentiras, parece quererse comer vivo a cuantos se le oponen,
que a las pulsaciones rítmicas de su corazón.
Estos demagogos/as
suelen en su materializada vanidad desplegar cuanto tienen, para ostentar los
relumbrones de los colores de su actual riqueza, poniendo al descubierto lo que
tiempo atrás ocultaron discretamente, o no disponían.
Lo posible “come” así
a lo que realmente conviene al pueblo, produciendo una demora en la formación
de opiniones y una reserva más que prudente en expresarlas.
El/la demagogo/a o
el/la déspota NUNCA GUÍAN O DIRIGEN. ARREAN, en un sistema que amedrenta a los
débiles, infunde pavor a los tímidos, soborna a los ambiciosos y compra sin
ambages al antagonista porfiado que arteramente recurre a ese modo para hacerse
útil a ese “seductor” de la democracia (el político argentino suele doblar
fácilmente las rodillas para rendirle culto al brillo del dinero).
Si por caso usted
piensa que hemos llegado a esta situación, podemos estar seguros de que dentro
de muy poco, si los dejamos, sobrevendrá un drástico cambio en nuestras
instituciones políticas y sociales que significarán un empeoramiento de la
realidad que estamos viviendo. Los abusos de la libertad serán serios e
innumerables. Las injusticias nos abrumarán y serán en breve una realidad más
que gravosa y desgraciada.
La falta de
compromiso (tal vez por fatiga cerebral) ante una SUPUESTA realidad como la
expuesta, que a muchos amigos está haciendo modificar el temperamento luchador
que supieron tener, no es más que una resignación justificada en injusticias
que padecieron, padecen, o temen padecer, situación esta que los va
transformando en una insensible brújula incapaz de indicar el norte a los
“desorientados”, en momentos en que deberíamos estar todos esforzándonos en
traspasarnos y adquirir experiencia para hacer frente a la tormenta que se
avecina, que sin la menor duda puedo afirmar que será bastante fuerte.
Tengamos la
convicción firme y la idea clara entre la diferencia que hay entre UN ESTADÍSTA
y UN GAMONAL O CACIQUE POLÍTICO. Si lo logramos, tendremos entonces la clave de
la distinción entre una DEMOCRACIA FALSA Y ESPURIA, de LA VERDADERA DEMOCRACIA
como forma permanente de gobierno y organización social.
¿Qué nos queda por
hacer que no hicimos?, ¡mucho!!!, tanto como, si pudiéramos, la repetición de
la vida... aunque sea lejos del esplendor de la victoria, pero por ahora
pidamos al Señor que conceda al pueblo argentino la sabiduría de saber elegir
en las próximas elecciones.
En azul y blanco,
Hugo Cesar Renes
hcr1942@yahoo.com.ar
@hcr1942
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