sábado, 14 de febrero de 2015

HUGO CESAR RENES, DIFERENCIA ENTRE UN ESTADÍSTA Y UN DEMAGOGO.

El ESTADISTA. Cuando EL SABER ES PODER, el conductor político estudia sólo el bien público y busca el buen éxito de su partido sólo como medio de promover los intereses comunes; atrayendo a los mejores, a los más hábiles y más cuerdos de su partido; da aliento al talento y a la capacidad y reprime la ignorancia presumida y el egoísmo; confía en su poder de convencer al pueblo con razones justas; sin más que su esfuerzo intelectual capta la buena voluntad y el apoyo de sus conciudadanos, para hacerle ceder al individualismo egoísta su puesto al bienestar general. UN ESTADISTA es un ciudadano que no tiene intereses que servir, ni agravios que vengar, siendo generalmente dominado por una doble identidad: orgullosamente enamorado de su patria y anheloso por la grandeza de los futuros de su país. En sus propósitos dos cosas lo guían: lo que es posible y lo que conviene al pueblo.

Sostiene que los únicos peligros serios que amenazan la libertad vienen del predominio del monopolio, los privilegios y las mayorías, adhiriendo tenazmente a la convicción de que para su buen éxito es necesario que haya normas fijas de moral, y que ni la autoridad, ni la mayoría, ni la costumbre, pueden ser razón para nada.
Cree que nada queda arreglado si no se arregla justamente, y que no debe permitirse que el temor inspirado por las mayorías ni las amenazas de los poderosos detengan ni por un momento los esfuerzos encaminados a enderezar un agravio o impedir un abuso.
EL DEMAGOGO (un orador revolucionario que aparenta defender los intereses del pueblo formulando promesas que sabe que no puede cumplir, pero que le sirven para conquistar votos o apoyos). Cuando la ignorancia es mas poderosa que el saber, levanta hombres lo suficientemente temerarios o insensatos para intentar cualquier cambio que le sea útil a sus fines, por desacreditado que esté, y suficientemente vanos para atacar cualquier tradición, aún la más justificada y firmemente establecida. Tales hombres fomentan la falsa democracia que por lo general generan perturbaciones e impiden el progreso.
Es este el ámbito ideal para el demagogo o el déspota (productos notorios y ominosos de la perversidad humana de nuestro caduco sistema político). Siempre está bajo el horizonte de donde el bien público puede discernirse.
El buen éxito del partido es su fin supremo, requiriendo generalmente para tal cometido el sumo poder. El buen éxito del partido consiste para él en su propia supremacía. En su “nomenKlatura” (lista de puestos de dirección) suelen coexistir secuaces apocados y obedientes (obsecuentes todos ellos) y/o gente irreflexiva e impulsiva, movida por la pasión ciega y porfiada, cuya conciencia está paralizada por la ambición del poder, el deseo de lucro, y la venganza social.
Su esperanza de triunfar se cifra en la eficacia (“aceitado”) del “mecanismo” político (aparato), en el gasto pródigo de dinero con el cual concreta el sometimiento y la lealtad del beneficiario (cliente político), y en las promesas de cargos públicos que hace.
Los argumentos de un típico demagogo son la exhortación, la coacción, la intimidación y/o la amenaza.
Si triunfa, su primer cuidado es el engrandecimiento y el enriquecimiento de sí mismo y el de su familia y, de ser ello posible, el de sus principales “punteros”.
Si es vencido, se pone inmediatamente en comunicación secreta con su antagonista triunfante, pidiéndole participación suficiente en los despojos para mantenerse, él y los suyos, hasta la próxima contienda política.
En el ejercicio del Poder, echa siempre mano a lo posible sin pensar en lo que conviene, cayendo así en el hábito del oportunismo y las componendas, subordinando los principios al interés.
Toda reconstrucción social o política aviva su apetito y enardece las pasiones de estos desbaratadores de la sociedad, a quienes ningún principio refrena ni ninguna convicción estorba, por cuanto carecen de principios y de convicciones, jugando permanentemente con el fuego de las pasiones humanas y el instinto de violencia de la chusma, que prefiere escuchar los alaridos de su “líder” que en la dulce embriaguez de sus mentiras, parece quererse comer vivo a cuantos se le oponen, que a las pulsaciones rítmicas de su corazón.
Estos demagogos/as suelen en su materializada vanidad desplegar cuanto tienen, para ostentar los relumbrones de los colores de su actual riqueza, poniendo al descubierto lo que tiempo atrás ocultaron discretamente, o no disponían.
Lo posible “come” así a lo que realmente conviene al pueblo, produciendo una demora en la formación de opiniones y una reserva más que prudente en expresarlas.
El/la demagogo/a o el/la déspota NUNCA GUÍAN O DIRIGEN. ARREAN, en un sistema que amedrenta a los débiles, infunde pavor a los tímidos, soborna a los ambiciosos y compra sin ambages al antagonista porfiado que arteramente recurre a ese modo para hacerse útil a ese “seductor” de la democracia (el político argentino suele doblar fácilmente las rodillas para rendirle culto al brillo del dinero).
Si por caso usted piensa que hemos llegado a esta situación, podemos estar seguros de que dentro de muy poco, si los dejamos, sobrevendrá un drástico cambio en nuestras instituciones políticas y sociales que significarán un empeoramiento de la realidad que estamos viviendo. Los abusos de la libertad serán serios e innumerables. Las injusticias nos abrumarán y serán en breve una realidad más que gravosa y desgraciada.
La falta de compromiso (tal vez por fatiga cerebral) ante una SUPUESTA realidad como la expuesta, que a muchos amigos está haciendo modificar el temperamento luchador que supieron tener, no es más que una resignación justificada en injusticias que padecieron, padecen, o temen padecer, situación esta que los va transformando en una insensible brújula incapaz de indicar el norte a los “desorientados”, en momentos en que deberíamos estar todos esforzándonos en traspasarnos y adquirir experiencia para hacer frente a la tormenta que se avecina, que sin la menor duda puedo afirmar que será bastante fuerte.
Tengamos la convicción firme y la idea clara entre la diferencia que hay entre UN ESTADÍSTA y UN GAMONAL O CACIQUE POLÍTICO. Si lo logramos, tendremos entonces la clave de la distinción entre una DEMOCRACIA FALSA Y ESPURIA, de LA VERDADERA DEMOCRACIA como forma permanente de gobierno y organización social.
¿Qué nos queda por hacer que no hicimos?, ¡mucho!!!, tanto como, si pudiéramos, la repetición de la vida... aunque sea lejos del esplendor de la victoria, pero por ahora pidamos al Señor que conceda al pueblo argentino la sabiduría de saber elegir en las próximas elecciones.
En azul y blanco,
Hugo Cesar Renes
hcr1942@yahoo.com.ar
@hcr1942

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