En variados aportes de opinión, se tiende a
incurrir en el sesgo analítico en relación al desenvolvimiento económico
venezolano, enfocando y soportando los argumentos mediante cifras estimadas
básicamente en bolívares, como si estuviésemos en un contexto de economía
cerrada (producto y renta son idénticos) al tiempo de negar la interdependencia con respecto a las
relaciones económicas internacionales ante una utópica inexistencia del sector externo; cuando en
realidad estamos en presencia de una economía abierta. Tal verdad de
perogrullo, es abiertamente soslayada por la vocería gubernamental cara a la
crisis 2015 (y más) amparándose en una teórica generación segura de ingresos en
bolívares para “mostrar” una supuesta fortaleza del sector interno, cuando en
realidad las dificultades que se avecinan vendrán por la vía de la
insuficiencia en dólares que se traducirá en una marcada volatilidad de nuestra
economía, habida cuenta que el dinamismo del mercado doméstico se apuntala
desde afuera a través de las importaciones.
De igual modo, es usual observar
que se improvisa en materia de políticas públicas cuando se enfrentan las
consecuencias como si fueran las causas induciendo la permanencia del hecho que
lo origina; como por ejemplo: causa: ausencia de un modelo económico/
consecuencia: desequilibrio macroeconómico; causa: falta de autonomía del BCV/
consecuencia: emisión de dinero inorgánico para financiar monetariamente el
déficit del sector público y de PDVSA; causa: elevada inflación/ consecuencia:
sobrevaluación del bolívar, contracción del aparato productivo nacional y de la
renta nacional, deterioro del poder adquisitivo de la población, caída de las
reservas internacionales y desconfianza sobre la estabilidad monetaria (del
2003 al 2014 se han “fugado” cerca de US$200.000 millones):
Dado que el gasto público ejerce la
función de “correa de transmisión” de
los ingresos petroleros al resto de la economía, resulta pertinente recordar
(en atención a nuestra escurridiza memoria) cual ha sido el comportamiento histórico
del tipo de cambio (TC); es decir el número de bolívares que debemos entregar
para obtener un dólar. Veamos: en el año 1929 la paridad estaba fijada en 1BS/$
la cual se mantuvo por 12 años hasta 1941, momento cuando se fija en términos
de su contenido en oro (0.290323 gramos) en relación al contenido del dólar
estadounidense (0.889 gramos) para una nueva paridad de 3,06Bs/$, siendo que el
TC para la venta al público se fijó en 3,35Bs/$ que permaneció inalterable por
20 años hasta su devaluación en el año 1961 oportunidad en la que se situó en
4,30Bs/$ manteniéndose por 23 años y su variación se materializa con la
devaluación en febrero de 1984 para ubicarla en 7,50Bs/$; es de resaltar que en
43 años (1941-1984) la paridad aumento apenas en un 99,7% (menos de una vez).En
los cuatro siguientes periodos presidenciales, la TC varió desde 38,63Bs/$
pasando por 87,60 por 89,90 hasta
111,48Bs/$ a finales de 1988, reflejando una variación de 188,6% en dicho lapso
y de un 2.492,5% con respecto a 1961 (más de 24 veces) es decir durante los 40
años (1958-1998) del espacio democrático; variación que ha debido entenderse
como una intermitencia clara sobre la gestación en los últimos 10 años de un
deterioro económico. A partir del inicio (electoral) del proceso revolucionario
en 1999, y luego de instaurarse en febrero de 2003 un control de cambio (
¿intenciones soterradas?) se fija un TC de 1.600,0Bs/$ dando inicio a una
sucesión de devaluaciones que en 2004 varió la TC hasta 1.920,00Bs/$ y luego en
2005 se ubicó en 2.150,0Bs/$ para nuevamente devaluar en 2010 hasta 2.600,0Bs/$
(2,60BF) destinado a sectores prioritarios y a 4.300,0Bs/$ (4,30BF) para el
resto; incorporando en junio 2010 el Sitme a 5.300,0 Bs/$ (5,30BF) dirigido a
importaciones no prioritarias, esquema que se unifica en diciembre 2010 en
4.300,0Bs/$ (4,30BF) hasta la eliminación del Sitme en febrero 2013 cuando se
fija una TC de 6.300,0Bs/$ (6,30BF) posteriormente complementada con la
creación del Sicad I en marzo 2013 que “funcionò” bajo una supuesta subasta que
situó la paridad en unos 12.000,0Bs/$ (12,0BF), para luego añadir en febrero
2014 el Sicad II (“para torcerle el pescuezo al paralelo”) con una TC
fluctuante promedio de 50.000,0Bs/$ (50,0BF). Tal sistema de cambio fijo con 3
TC más el paralelo, totalmente disfuncional y proclive a situaciones
indeseables fue recientemente (21/01/2015) “modificado” dejando igualmente 3
TC: 6.300,0Bs/$ (6,30BF) para alimentos
y medicinas, y otras 2 TC pendientes por definir (¡!); con lo cual se
perfecciona una variación revolucionaria de la TC en el periodo 1999-2015 (16
años) de 5.551,2% (base 6.300,0Bs/$) más de 55 veces; de 10.664,3% (base 12.000,0Bs/$) más de 100
veces; y un 44.751,1% (base 50.000,0Bs/$) ¡más de 400 veces!.
En fin, al continuar Venezuela en la
situación de enclave económico petrolero habida cuenta de no haberse generado
una vocación exportadora no petrolera como condición motora para el crecimiento
y desarrollo ha obligado a los Gobiernos, en aras de “mostrar” una aparente
“estabilidad” de nuestra economía (y perpetuar la fantasía populista), a
mantener sobrevaluada la paridad del bolívar frente al dólar (mayormente en los
últimos 12 años) al extremo de estrangular el aparato productivo nacional (de
1998-2014 las importaciones aumentaron en un 259,9%); o lo que es lo mismo, la
“política” cambiaria ha contribuido a la dolarización de la economía en
conjunto con una inestabilidad tanto del sector externo como del interno, que
erróneamente pretenden revertir con controles, ocupaciones, expropiaciones,
sanciones y encarcelamientos volviendo a equivocarse (¿ideológicamente
intencional?) en relación a la causa que origina el actual drama económico.
Jesús
Alexis González
Jagp611@gmail.com
@jesusalexis2020
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