Aquello que “si algo puede salir mal, saldrá mal”, tiende a ser desafortunadamente cierto. Sobre todo, desde el mismo momento en que Nicolás Maduro emerge como sustituto.
¡PIENSA
MAL Y ACERTARÁS!
Del
chavismo se ha hablado hasta la saciedad. Asimismo, de cuantos gobiernos
déspotas y militaristas han existido. Por supuesto, algunas consideraciones más
puntuales que otras. Sin embargo, casi todas coinciden cuando critican el modo
seguido de pretender el poder. Indistintamente de si el espacio político
alcanzado se ha correspondido con los objetivos anunciados en momentos de
coyuntura proselitista. Aunque este exordio no intenta poner en duda el impacto
del chavismo como modelo particularmente populista, tampoco debe obviarse
quienes han comenzado a explicar su inevitable ocaso. Sobre todo, luego de
reconocer ciertas mutaciones que en los últimos tiempos se han evidenciado a
través de grotescas formas de ejercer el poder. Quizás han sido más vicisitudes
o variaciones, que desviaciones asumidas en la dirección de forzar vías que
justifiquen el sentido de su afanada revolución intoxicada de un socialismo
subvertido por razones propias de la decrepitud de su concepción. No obstante,
todo ello ha devenido en un proceso de gobierno el cual no ha podido
disfrazarse con otro traje distinto del de fatalidad política.
Después
de la defunción del presidente Chávez, esta situación se acentuó
exponencialmente. Al extremo que numerosas decisiones adoptadas por el régimen,
se desentendieron del texto constitucional. Como si las funciones de gobierno
estuvieran exceptuadas de su cumplimiento. O acaso que su interpretación se
rige por una especie de tamiz el cual permite sólo lecturas que favorecen las
posturas del poder condicionándose de esa forma la democracia y conjugándose un
tiempo cuya ejecutorias desacatan cotidianamente la Constitución de la
República. Tan crasa perversión activa un sectarismo aliado con un fascismo
característico de regímenes intolerantes cuyas decisiones ponen al descubierto
rasgos de una abierta autocracia.
Pareciera
que todo esto funge de laboratorio para demostrar la veracidad de las leyes de
Murphy cuyo postulado básico expone lo que asemeja una contradicción en el
extraño plano de lo absurdo.
Aquello
que “si algo puede salir mal, saldrá mal”, tiende a ser desafortunadamente
cierto. Principalmente, en medio de realidades tan ilógicamente contrapuestas
que pudieran apostarse a que “todo lo que empieza bien acaba mal y que todo lo
que empieza mal, acaba peor”. Precisamente, es el caso del crudo realismo que
padece Venezuela. Sobre todo, desde el mismo momento en que Nicolás Maduro
emerge como sustituto. Vale así decirlo para comprender lo que encierra sus
bravuconerías todas asociadas a lo que puede ordenar quien asume la condición
de un presidente empapado de ilegitimidad. O lo que es igual, el propio
usurpador.
Y
esa postura, asumida desde la ilegitimidad que lo zarandea y desde las
carencias que lo bambolean, determina la precariedad de la gobernabilidad que a
fuerza de “golpe y porrazo” intenta instaurar con el apoyo adulante de un
generalato que se inclina más por el poder político, que por la responsabilidad
de encauzar las FF.AA. con visión institucional y sentido constitucional.
Si
a decir de Murphy, “nada es tan malo nunca como para que no pueda empeorar”,
deberá comprenderse que de seguir manejándose el país con el azote sanguinario
de un verdugo siniestro, después que el régimen haya llevado las realidades
nacionales de mal en peor, el ciclo se repetirá con peligrosas repercusiones.
Cabe entonces preguntarse, ¿a qué apunta el mal llamado “gobierno de calle”?
Sencillamente, a implantar una fase depurada de lo que Fernando Mires señala
como “gangsterismo político”. En medio de tanta confusión, sólo podrán
arraigarse valores negativos por cuya atención el desarrollo del país podrá
torcerse en contra de lo que con ciudadanía e identidad pudo asentarse hasta
las postrimerías del siglo XX. No hay duda pues de que el país está en franco
desbalance. Cualquier solución pretendida por el régimen, entrañará nuevos
problemas. Si no, obsérvese lo que sucede en torno a lo inmediato. Así que sin
dejar de ser optimista, ¡piensa mal y acertarás!
VENTANA
DE PAPEL
LA
DIVERSIDAD DESDE LOS VALORES
Apostar
a la diversidad, es enteramente vivir desde los valores. A la diversidad
entendida como la base cultural a partir de la cual se afianza la identidad de
una nación, tanto como de una sociedad o de una familia. Tan fecundo tema
sirvió de razón al discurso brindado por Francisco González Cruz, rector de la
Universidad Valle del Momboy en ocasión de presidir un acto académico en la
ciudad de Mérida. En las emocionadas palabras del distinguido universitario,
“la diversidad representa la fuerza del desarrollo sostenible no sólo para el
crecimiento económico, sino además para un complemento intelectual y moral
necesario para fortalecer el ejercicio de valores cque estimulen las
interacciones necesarias para mantener la espiritualidad de una sociedad apegada
a una praxis conveniente de ciudadanía”. Surge entonces la importancia de
aludir a los llamados valores campesinos o aquellos valores sobre los cuales se
deparan aquellas prácticas familiares que exaltan el apego a las raíces propias
de una sociedad. Es decir, querencia a creencias religiosas, consolidación de
relaciones de amistad, de tertulias sociales que motiven el arte, la
música o el manejo de la tierra, y en
todo número concebible de otros atributos de la sociedad humana capaces de
intensificar el acercamiento familiar entendido como fuente de fortalecimiento
afectivo. Y para alcanzar esto, vale destacar la figura del maestro como quien
mejor puede incitar conductas en sus alumnos que vayan alineadas con la
concienciación de tan cardinales valores. Lejos de apalancar mecanismos
sociales que empañen el cumplimiento del deber como razón de vida sana y
productiva, a juicio del rector González Cruz, estos valores campesinos
despuntan nuevas alternativas a partir de las cuales es posible activar proyectos
de vida asociados a una debida cultura familiar. Es una hermosa forma de animar
la diversidad desde los valores.
LA
POLITIQUERÍA TIENE SU BIOGENESIS
Lo
que recientemente vivieron reconocidos peloteros ansiosos por mantenerse como
estrellas del bateo, igualmente lo experimentan politiqueros quienes, por su
afán de poder y de engrosar el patrimonio personal, apelan a prácticas de
dudosa realidad sin importarles las consecuencias que tan aberrado mecanismo
pueda depararle. El caso representado por la vinculación de estos peloteros,
hoy suspendidos y sancionados por las Grandes Ligas por su vinculación con la
clínica Biogénesis, no dista de lo que ha significado para la salud política de
una maltratada administración pública entre cuyos funcionarios y colaboradores,
oportunistas unos, aduladores otros, estafadores y chantajistas otros más, hay
quienes tratan de experimentar métodos de usurpación del poder político con
fines vulgarmente económicos y mercantilistas. Así estos jugadores
profesionales del béisbol se enviciaron por el uso y posesión de sustancias
prohibidas que elevaron su rendimiento ante la multitudinaria afición que
soporta sus magníficos ingresos monetarios, asimismo lo siguen ensayando muchos
políticos de oficio que engrosan las nóminas del régimen pues por tan indignas
vías obteniendo suculentos usufructos para su peculio bajo la excusa de
plegarse al socialismo revolucionario en nombre de un pretendido bolivarianismo y del recuerdo
apologético del “comandante supremo y eterno”.
Estos grotescos politiqueros,
animados por el deseo de observar que sus cuentas están dibujadas por
considerables cifras por las que pueden disfrutar vidas de “jeques”, aunque
vistiendo sudadas camisas o chaquetas rojas, no han comprendido que “el crimen
no paga” y que por sus delitos serán castigados no tanto por una justicia
torcida. Pero si por una vida inexorable. Este estirpe de afectos al régimen,
han provocado un daño casi irreparable a la moralidad de un país que busca
desprenderse de tales calañas. Y es que también, la politiquería tiene su
Biogénesis.
“La formación perfila el conocimiento sobre el cual se alcanza el progreso de un país. Pero la educación, que es otra cosa, determina el modo de cómo ese progreso infunde la ciudadanía necesaria para que el desarrollo de ese mismo país tenga fundamento y sentido”AJM
Antonio
José Monagas
@ajmonagas
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