La lluvia es profundamente romántica, como la
revolución. La primera se asocia a la limpieza, al agua llevándose desde las
partículas de contaminación en el aire, hasta los desechos en la tierra; y la
segunda está asociada a la imagen de arrancar de cuajo lo que “no funciona”
para dar paso a un nuevo orden, que se pretende más justo. Ambas comparten la
imagen de preparar el terreno para que algo nuevo pueda echar raíces y
florecer.
En mi caso, cuando llueve, como ahora, tengo
algunas sensaciones recurrentes.
En primer lugar recuerdo mi infancia y
adolescencia en Villa de Cura y la fascinación que sentía -y aún siento- por un
buen palo de agua, con rayos y truenos, por un intenso aguacero llanero. El
olor a tierra mojada que lo precede, es algo tan hermoso y refrescante que me
produce sensación de hogar, de refugio.
Si el aguacero es muy fuerte y ventea, me da
por sacar la cámara y tratar de captar la trayectoria del agua, los cruces de
las gotas, el entramado anárquico que produce el viento y las copas de los
árboles danzando.
Sin embargo, cuando llueve y estoy en
Caracas, como ahora, el romanticismo se empapa de realismo y no puedo evitar
pensar en las personas que viven en un rancho, a las que separa de la lluvia
sólo una plancha de zinc o una débil platabanda -que en muchos casos no
significa que las proteja de la lluvia porque igualmente se mojan. O a las que
la respiración se les entrecorta porque la lluvia siempre es una amenaza de
inundación o derrumbe. Pienso en la sensación de inseguridad y en el miedo que
pueden estar sintiendo, por horas, y también pienso en la posibilidad de que
estén anestesiadas por tantas veces, tanto riesgo, que para protegerse, ya no
hagan consciente el susto.
Es tan intensamente contradictorio…
Como parte de esa mezcla de romanticismo con
realismo, y como si se tratara de un mantra, cuando llueve, hay canciones que
se instalan a cantarse en mi cabeza. Son varias, pero hay una, la más
recurrente, de Silvio Rodríguez, Rabo de Nube.
Como es costumbre y sigue lloviendo, se me
ocurrió escucharla y compartirla en Facebook.
Encontré un video, en youtube, con una
versión bellísima interpretada por Silvio con Pablo que, una vez más, me puso a
reflexionar. Abajo les inserto el video para que puedan escuchar, en boca de
Silvio, la presentación y recuerden -o se enteren, aquellos que no lo saben-
que ”rabo de nube” es el término con el que los campesinos cubanos denominan a
los tornados. También les copio la letra, al final, para que la lean con
detenimiento, para que puedan repasar en palabras la enorme tristeza que
encierra como metáfora revolucionaria.
Porque, la verdad es que es una buena
metáfora: Silvio, la compone haciendo uso de una armonía muy suave y hermosa,
tan distante a un tornado y sus secuelas, como un proceso revolucionario a los
ideales que persigue. Las imágenes ”un torbellino en el suelo y una gran ira
que sube (…) un aguacero en venganza”, obviamente simbolizan el tornado, pero
también ilustran la esencia de un proceso “revolucionario” que tiene como
principio desmontar, destruir, eliminar la institucionalidad existente, para
dar paso a lo nuevo.
No hay manera de que un tornado no deje
destrucción y daños a su paso, es propio de su naturaleza. Y muchas veces el
daño es de tal magnitud que no hay nada que prenda, que se requiere una
reparación profunda y sumamente costosa. Como cuando la lluvia es tan fuerte y
persistente, que se lleva la capa fértil del suelo o que empapa tanto la tierra
que ésta pierde su contextura, haciéndose proclive al derrumbe o tiende a
desmoronarse.
Cuando pasa un tornado, lo que deja detrás,
en lugar de esperanza, es tristeza. Es quizá ese el mensaje más importante de
la canción de Silvio, porque su armonía si bien es suave y bella, está cargada
de nostalgia y trasmite una profunda tristeza que es acompañada -o explicada-
en la letra por la imagen que le imprime el término ”parezca” que está en los
versos al final de las dos estrofas: “que cuando escampe parezca nuestra
esperanza”.
Y es que no importa lo nobles y positivos que
sean los cambios que se persiguen, cuando la ruta que se toma no es consistente
con la armonía que ellos prefiguran, es inevitable que se instalen en un marco
de tristeza, derivado de la forma, del destruir para construir y de lo que se
llevó la destrucción en su camino. Es por eso que es inevitable, como dice la
letra de Silvio que lo que quede sólo parezca nuestra esperanza, no la
constituya realmente.
A diferencia del llamado a la revolución, y
por muy malo que sea el sistema que se quiere cambiar, la ruta reformista
apuesta a su transformación a partir de lo que existe, sin negarlo,
aprovechándolo como punto de partida y rescatando sus aspectos positivos. Es por
ésto que desde mis tiempos universitarios, me aparté de la ruta
“revolucionaria” e identificándome como “reformista”, a pesar de ir a
contracorriente -de hecho, uno de los insultos preferidos de mis amigos
revolucionarios, era gritarme “reformista”.
Después de hoy, cada vez que llueva, creo que
agregaré a mis sensaciones recurrentes, el recuerdo y la certeza de no haberme
equivocado en mi juventud temprana, cuando opté, contracorriente, por el
“reformismo” en lugar de declararme “revolucionaria”, cuando entendí por qué
“el fin justifica los medios”, máxima revolucionaria, dio paso a “el fin
determina los medios para alcanzarlo”.
oiramoss@gmail.com
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