lunes, 22 de octubre de 2012

NANCY ARELLANO, “DEMOCRACIA REAL”

Mucha gente habla de la democracia como si fuese su hija o su madre; como si le conocieran desde hace mucho tiempo y estuvieran seguros de cómo es, cómo habla, qué piensa. ¿Será la hija pródiga que dilapida sin razón?
La democracia hay que comprenderla como un proceso constante ; un ejercicio diario que, como dice el sociólogo chileno Fernando Mires, “debe estar internalizada en las almas ciudadanas”. La democracia, más allá del simple concepto de “Poder del Pueblo” es una forma de vida, de convivencia.  No puede darse un concepto realmente satisfactorio de lo que es porque en sí misma es lo que se llama un concepto “multívoco” (con diversos matices, no tiene un significado único e inequívoco); pero algo hay que tener bien claro, la democracia de cada país –por aquello de la soberanía y autodeterminación de los pueblos- si bien es distinta, tiene una base clara y definida: La Constitución.
Luego de la cantidad de atropellos históricos que en nombre de la democracia se dieran cita –desde el nacimiento del Estado-Nación hacia el s. XVI- se ha logrado un avance importante, y nada despreciable, en el llamado “Constitucionalismo Democrático”.  Esta corriente surge post segunda guerra mundial y establece un orden claro: la autoridad nacional –sea un sistema parlamentario o presidencialista como el nuestro- está sometida a los límites de la Constitución. Y no se trata de un capricho, se trata de garantizar una protección efectiva del ciudadano frente a la autoridad y de que ningún poder “elegido” es superior al poder del propio pueblo que es poder “pactado”; el real soberano que delega su soberanía –no en el gobierno- sino en la Constitución que luego “da poder” al Estado, que “opera” a través del gobierno para dar vida activa a la nación.
Pero no basta con que exista un “texto” llamado Constitución; para que las constituciones democráticas sean entendidas como tal, se hace necesario que ésta proteja a una serie de valores; que tenga un núcleo duro ético, un código de conducta llamado, en nuestro caso, “Principios Fundamentales” que rigen a la llamada parte “Orgánica o Funcional” –la operativa-.  Muchas personas ven en los Principios Fundamentales una verborrea poética, unas aspiraciones idealistas, una letra hermosa para colocar en la biblioteca y quitarle el polvo de vez en cuando. Allí está el error/horror.
@nancyarellano 

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