Este artículo está extraído del capítulo 16 de Teoría e historia (1957).
Una civilización es el producto de una visión definida del mundo y su
filosofía se manifiesta en cada uno de sus logros. Los artefactos fabricados
por hombres pueden calificarse de materiales. Pero los métodos a los que se
recurre en la disposición de actividades de producción son mentales, el
resultado de ideas que determinan qué debería hacerse y cómo. Todas las ramas
de la civilización están animadas por el espíritu que permea su ideología.
La filosofía que es la marca característica de Occidente y cuyo
desarrollo constante en los últimos siglos ha transformado todas las
instituciones sociales ha sido llamado individualismo. Mantiene que la ideas,
tanto las buenas como las malas, se originan en la mente de un hombre
individual. Solo unos pocos hombres están dotados de la capacidad de concebir
nuevas ideas.
Pero como las ideas políticas solo pueden funcionar si son aceptadas por
la sociedad, corresponde a la masa de quienes son incapaces de desarrollar
nuevas formas de pensar aprobar o desaprobar las innovaciones de los pioneros.
No hay seguridad de que las masas de seguidores y rutinarios hagan un uso
inteligente del poder del que están investidas. Pueden rechazar las buenas
ideas, aquéllas cuya adopción les beneficiaría, y aceptar malas ideas que les
dañen seriamente.
Pero si eligen lo peor, la culpa no es solo suya. No es menor la culpa de
los pioneros de buenas causas al no conseguir exponer sus pensamientos de una
forma más convincente. La evolución favorable de los asuntos humanos depende en
último término en la capacidad de la raza humana para engendrar no solo autores
sino también apóstoles y divulgadores de ideas benéficas.
Uno puede lamentar el hecho de que el destino de la humanidad esté
determinado por las (ciertamente no infalibles) mentes de los hombres. Pero ese
lamento no puede cambiar la realidad. De hecho, la eminencia del hombre se
puede ver en su poder para elegir entre el bien y el mal. Es precisamente esto
lo que los teólogos tenían en mente cuando alababan a Dios por haber conferido
al hombre la discreción para realizar esta elección entre virtud y vicio.
Los peligros propios de la incompetencia de las masas no se eliminan
transfiriendo la autoridad para tomar las decisiones definitivas a la dictadura
de un hombre o unos pocos, por muy excelentes que sean. Es una ilusión esperar
que el despotismo se alinee siempre con las buenas causas. Es característico
del despotismo que intente torcer los esfuerzos de los pioneros para mejorar la
parte de sus conciudadanos.
El principal objetivo del gobierno despótico es impedir cualquier
innovación que pueda poner en peligro su propia supremacía. Su propia
naturaleza de impulsa a un conservadurismo extremo, a la tendencia a retener lo
que es, sin que importe lo deseable que pueda ser un cambio para el bienestar
del pueblo. Se opone a las nuevas ideas y a cualquier espontaneidad por parte
de los súbditos.
A largo plazo incluso los gobiernos más despóticos con toda su brutalidad
y crueldad no están a la altura de las ideas. La ideología que ha ganado el
apoyo de la mayoría acabará prevaleciendo y recortando la hierba bajo los pies
del tirano. La mayoría oprimida se levantará en rebelión o acabará con sus
amos.
Sin embargo esto puede tardar en ocurrir y entretanto puede haberse
infligido un daño irreparable en la riqueza común. Además, una revolución
significa necesariamente un disturbio violento de la cooperación social,
produce grietas y odios irreconciliables entre los ciudadanos y puede engendrar
amargura que puede durar siglos. La principal ventaja y razón para lo que se
llaman instituciones constitucionales, democracia y gobierno del pueblo ha de
verse en el hecho de que hacen posible el cambio pacífico en los métodos y
personas del gobierno.
Donde hay un gobierno representativo, no hacen falta revoluciones ni
guerras civiles para eliminar a un gobernante impopular y a su sistema. Si los
hombres al cargo y sus métodos de conducir los asuntos públicos ya no placen a
la mayoría de la nación, son reemplazados en la siguiente elección por otros
hombres y otro sistema.
De esta forma, la filosofía de individualismo demolió la doctrina del
absolutismo, que atribuía dispensa divina a príncipes y tiranos. Al supuesto
derecho divino de los reyes ungidos se oponían los derechos inalienables
otorgados al hombre por su creador. Frente a la afirmación del estado de
aplicar la ortodoxia y exterminar lo que consideraba herejía, proclamaba la
libertad de conciencia. Contra la rígida preservación de las viejas
instituciones convertidas en odiosas con el paso del tiempo, apelaba a la
razón. Así inauguraba una era de libertad y progreso hacia la prosperidad.
No se les ocurrió a los filósofos liberales de los siglos XVIII y XIX que
aparecería una nueva ideología que rechazaría resueltamente todos los
principios de libertad e individualismo y proclamaría la total subyugación del
individuo a la tutela de una autoridad paternal como el objetivo más deseable
de la acción política, el final más noble de la historia y la consumación de
todos los planes que tenía en mente Dios al crear el hombre.
No solo Hume, Condorcet y Bentham sino incluso Hegel y John Stuart Mill
habrían rechazado creerlo si alguno de sus contemporáneos hubiera profetizado
que en el siglo XX la mayoría de los escritores y científicos de Francia y las
naciones anglosajonas se mostrarían entusiasmadas por un sistema de gobierno que
eclipsa a todas las tiranías del pasado en una persecución despiadada de los
disidentes y en esforzándose por privar al individuo de cualquier oportunidad
de actividad espontánea. Habrían considerado a ese hombre un lunático que les
decía que la abolición de la libertad, de todos los derechos civiles y de un
gobierno basado en el consentimiento de los gobernados sería llamada
liberación. Aún así, ha ocurrido todo esto.
El historiador puede entender y dar explicaciones timológicas para este
cambio radical y repentino en la ideología. Pero esa interpretación en como
alguno desmiente los análisis y críticas de filósofos y economistas sobre las
falsas doctrinas que engendraron este movimiento.
La piedra angular de la civilización occidental es la esfera de acción
espontánea que garantiza al individuo. Siempre ha habido intentos de acabar con
la iniciativa individual, pero el poder de perseguidores e inquisidores no ha
sido absoluto. No pudo impedir al auge de la filosofía griega y su derivación
romana o el desarrollo de la ciencia y filosofía modernas.
Dirigidos por su genio innato, los pioneros han culminado su trabajo a
pesar de toda hostilidad y oposición. El innovador no tuvo que esperar a una
invitación u orden de nadie. Pudo dar un paso al frente por sí mismo y desafiar
a las enseñanzas tradicionales. En la órbita de las ideas, Occidente siempre ha
disfrutado por extenso las ventajas de la libertad.
Más tarde se produjo la emancipación del individuo en el campo de los
negocios, un logro de esa nueva rama de la filosofía, la economía. Se dieron
manos libres a los empresarios que sabían cómo enriquecer a sus conciudadanos
mejorando los métodos de producción. Un cuerno de la abundancia se derramó
sobre los hombres comunes mediante el principio empresarial capitalista de
producción en masa para la satisfacción de las necesidades de las masas.
Con el fin de comprobar justamente los efectos de la idea occidental de
libertad debemos comparar Occidente con las condiciones que prevalecen en
aquellas partes del mundo que nunca han entendido el significado de la
libertad.
Algunos pueblos orientales desarrollaron filosofía y ciencia mucho antes
de que los antepasados de los representantes de la moderna civilización
occidental superaran su barbarismo primitivo. Hay buenas razones para suponer
que la astronomía y las matemáticas griegas obtuvieron su primer impulso al
conocer lo que se había conseguida en el este.
Cuando más tarde los árabes tuvieron conocimiento de la literatura griega
en las naciones que conquistaron, empezó a florecer una notable cultura
musulmana en Persia, Mesopotamia y España. Hasta el siglo XIII, la enseñanza
árabe no era inferior a los logros contemporáneos de Occidente. Pero más tarde
la ortodoxia religiosa obligó a una conformidad inquebrantable y puso fin a
toda actividad intelectual y pensamiento independiente en los países
musulmanes, como había ocurrido antes en China, India y en la órbita del
cristianismo oriental.
Las fuerzas de la ortodoxia y la persecución de los disidentes, por otro
lado, no pudieron silenciar las voces de la ciencia y la filosofía
occidentales, pues el espíritu de libertad e individualismo ya era
suficientemente fuerte en Occidente como para sobrevivir a todas las
persecuciones. A partir del siglo XIII, todas las innovaciones intelectuales,
políticas y económicas se originaron en Occidente. Hasta que Oriente, hace unas
pocas décadas no fructificó por el contacto con Occidente, la historia al
registrar los grandes nombres de la filosofía, la ciencia, la literatura, la
tecnología, el gobierno y los negocios apenas podía mencionar a algún oriental.
Había estancamiento y un rígido conservadurismo en Oriente hasta que las
ideas occidentales empezaron a filtrarse. Para los propios orientales la
esclavitud, la servidumbre, la intocabilidad, costumbres como el satí o
aplastar los pies de las niñas, los castigos salvajes, la miseria masiva, la
ignorancia, la superstición y la indiferencia por la higiene no les causaban
ningún problema. Incapaces de entender el significado de la libertad y el
individualismo, hoy están embelesados con el programa del colectivismo.
Aunque estos hechos son bien conocidos, hoy millones apoyan entusiastamente
políticas que se dirigen a la sustitución de la planificación autónoma de cada
individuo por la planificación por una autoridad. Están añorando la esclavitud.
Por supuesto, los defensores del totalitarismo protestan diciendo que lo
que quieren abolir es “solo la libertad económica” y que todas “las demás
libertades” permanecerán incólumes. Pero la libertad es indivisible. La
distinción entre una esfera económica y una esfera no económica de la vida y
actividad humanas es la peor de sus mentiras. Si una autoridad omnipotente
tiene el poder de asignar a cada individuo las tareas que tiene que realizar,
no le queda nada que pueda calificarse como libertad y autonomía. Solo puede
elegir entre la estricta obediencia y la muerte por hambre.
Pueden nombrarse comités de expertos para ayudar a la autoridad
planificadora sobre si a un joven debería dársele o no una oportunidad para
prepararse y trabajar en un campo intelectual o artístico. Pero una disposición
así solo puede generar discípulos comprometidos con la repetición como loros de
las ideas de la generación precedente.
Impediría innovadores que estén en desacuerdo con las formas de
pensamiento aceptadas. No se habría logrado nunca ninguna innovación si su
originador hubiera necesitado una autorización de quien quisiera desviar sus
doctrinas y métodos. Hegel no habría aceptado a Schopenhauer o Feuerbach, no el
Profesor Rau hubiera aceptado a Marx o Carl Menger.
Si el consejo supremo de planificación es quien acaba determinando qué
libros se van a imprimir, quién va a experimentar en los laboratorios y quién
va a pintar o esculpir y qué alteraciones en los métodos tecnológicos deberían
adoptarse, no habrá ni mejoras ni progreso. El hombre individual se convertirá
en un peón en manos de los gobernantes, que en su “ingeniería social” le
manejará como hacen los ingenieros con las materias con la que construyen
edificios, puentes y máquinas.
En toda esfera de actividad humana, una innovación es un desafío no solo
a todos los rutinarios y expertos y practicantes de los métodos tradicionales,
sino aún más a aquéllos que han sido innovadores en el pasado. Se encuentra en
principios una importante oposición pertinaz. Esos obstáculos pueden superarse
en una sociedad en la que haya libertad económica. Son insuperables en un
sistema socialista.
La esencia de la libertad de un individuo es la oportunidad de desviarse
de los métodos tradicionales de pensamiento y de hacer las cosas. La
planificación por una autoridad establecida impide la planificación por parte de
los individuos.
Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de
pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor
prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica,
historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la
teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del
dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria
con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe
fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue
el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia
superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
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