Decir
mentiras sobre la historia de Colombia es repudiable. Ningún vínculo familiar
con el difunto Jorge Eliécer Gaitán puede ser invocado como excusa para burlar
esa exigencia intelectual y moral. Todo lo contrario.
María
Valencia Gaitán publicó el pasado 9 de abril en un diario bogotano un artículo en
el que vuelve a servir una falsa leyenda: la que le atribuye al gobierno del
presidente Mariano Ospina Pérez la muerte del caudillo liberal.
María
Valencia debería investigar realmente cómo ocurrió y por qué ocurrió el 9 de
abril de 1948. Pues ella parece ignorar muchas cosas. Joven, sensible,
inteligente, capaz, ella podría investigar los verdaderos orígenes del 9 de
abril, aceptar la verdad y romper, por fin, las cadenas ideológicas y
psicológicas que fabricaron los asesinos de Jorge Eliécer Gaitán. Pues el líder
liberal fue asesinado dos veces. Cuando dispararon cobardemente contra él y
unos días después cuando esos mismos conjurados lanzaron, en Bogotá y París, la
especie de que el gobierno de Ospina Pérez y el “imperialismo norteamericano”,
eran los culpables de ese atentado y de las violencias inauditas que Bogotá y
el resto del país sufrieron.
En
su artículo, María Valencia Gaitán sugiere que los conservadores y el
liberalismo no gaitanista, habrían ordenado el atentado, dentro de un contexto
de múltiples violencias que ella describe, en acto de unilateralismo muy
completo, como un “genocidio” que los conservadores habrían cometiendo “contra
los gaitanistas”. En otras palabras, Ospina Pérez habría decidido desatar la
onda de choque que estuvo a punto de derrumbar su propio gobierno, que pudo
haber quebrado las instituciones y disolver abruptamente la IX Conferencia
Panamericana. Según ella, el presidente Ospina Pérez habría preferido incendiar
el país y poner en peligro su propia vida y la de los delegados a esa
conferencia, incluido el secretario de Estado norteamericano general George
Marshall, pues no había encontrado otra manera de frenar la marcha de Gaitán
hacia el poder.
Lamentablemente,
esa triste engañifa fue impuesta a los colombianos, y a la familia Gaitán, a
fuerza de campañas de propaganda marxista que duraron años. Esa impostura ha
tenido éxito por la cobardía de ciertos historiadores que no quisieron hacer su
trabajo de manera profesional y porque el debate fue siempre confiscado.
El
9 de abril de 1948 fue uno de los primeros grandes crímenes de la Guerra Fría.
Fue un golpe solapado de Stalin contra el mundo democrático, en un momento
clave: cuando la URSS creía, por un lado, que los Estados Unidos iban a desatar
contra ella una guerra mundial, y cuando veía, con cierta clarividencia, que el
Plan Marshall, en sus dos variantes, una para
Europa y otra para América Latina, sería la palanca formidable que
contendría el expansionismo comunista en los dos continentes.
Es
lamentable ver que la nieta de Gaitán, a estas alturas, sigue ignorando que el
Bogotazo tuvo un trasfondo geopolítico mayor, que la brutal muerte de su abuelo
no fue otra cosa que el medio escogido por Moscú para propinarle un golpe a
Washington y al panamericanismo. Ese golpe tenía también un objetivo local:
abrirle avenidas a los comunistas colombianos, quienes habían sido barridos de
la escena política y de los sindicatos por la acción del gaitanismo. Gaitán si
bien admiraba a la URSS, detestaba a los comunistas de Vieira y Durán. Y esa no
fue la única de sus intuiciones geniales.
Moscú tenía otra meta local más ambiciosa: sacar a Colombia de la esfera
del mundo libre.
¿Cómo
es posible que María Valencia Gaitán ignore esos hechos?
Hace
60 años que Colombia espera la aparición de la gran biografía de Gaitán. El
culto de Gaitán existe, y eso es legítimo. Sin embargo, es un culto original:
sin textos litúrgicos indiscutibles y sin grandes pontífices. Si la biografía
definitiva de Gaitán no ha sido aún escrita es porque falta el elemento
central: la verdad. La verdad de la vida de Gaitán y, sobre todo, la verdad de
su asesinato. En general, las personas que se han aproximado a ese tema lo
hacen sin osar remover cuatro obstáculos: una investigación judicial mal hecha,
un relato de base mítico, una visión ideológica tenaz y un enfoque localista,
que niega hechos importantes de la Guerra Fría. Desde tal perspectiva esas
personas no pueden pensar ni escribir libremente.
Lo
más dramático de todo es que la familia de Gaitán sigue repitiendo la versión
inventada por los victimarios de Gaitán, en lugar de rebelarse contra ese doble
crimen, contra el hombre y contra la historia de Colombia.
¿Cómo
es posible que en su artículo María Valencia Gaitán no haya hablado una sola
vez de la guerra a muerte que existía entre los comunistas y el gaitanismo?
¿Cómo es posible que ella siga diciendo que los puentes estaban rotos entre los
liberales, los conservadores y el gaitanismo? ¿Cómo es posible que ella diga
que el partido liberal, bajo la dirección de Gaitán, era ya un partido
socialista, cuando Gaitán habló hasta el último día de su vida de
“liberalismo-socialista”, lo que es otra cosa?
Ese
análisis de María es consternante. ¿Cómo es posible que ella siga alegando que
Fidel Castro estaba en Bogotá para asistir a un pacífico “congreso de
estudiantes”, olvidando que a Bogotá llegaron,
desde marzo de 1948, no sólo el cubano citado, quien tenía ya dos muertos
en sus espaldas, sino decenas de otros aguerridos stalinistas de Europa y
Latinoamérica, y que la tarea de todos ellos, expertos en subversión, era
sabotear la Conferencia Panamericana y dirigir una insurrección armadas contra
el poder? ¿Cómo ella puede ignorar la documentación que existe al respecto?
¿Cómo puede ignorar que ese era el tipo de trabajo que organizaba el Komintern
en esos años y que ese aparato dio golpes similares al del 9 de abril en otros
países? ¿No sabe lo que hizo durante la guerra civil española? ¿Lo que hizo en
Checoslovaquia? ¿Ignora que Jan Masaryk, otro gran líder liberal anticomunista,
fue “suicidado” por agentes de Stalin, pocos días antes del asesinato de
Gaitán, el 9 de marzo de 1948?
El
concepto de “genocidio” que María Valencia Gaitán emplea sin mayor reflexión
debería utilizarlo contra los que mataron a Gaitán: son ellos los creadores de
las “repúblicas independientes” ulteriores, los manipuladores de bandidos como
Sangrenegra y Tirofijo, los creadores de las Farc y de los otros organismos
criminales que han asesinado colombianos y desordenado el país durante 60 años.
Son ellos los que aplican aún hoy una política de aniquilación contra Colombia.
¿Sería mucho pedirle a María Valencia que
trate de ver la historia de su patria con anteojos que no sean
ideológicos?
*Periodista
y escritor, autor de Las FARC fracaso de un terrorismo, Random House Mondadori,
Bogotá, 2007.
eduardo.mackenzie@wanadoo.fr
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