“Mientras las personas crean en el sistema, encuentren
espacios para desplegar sus sueños, obtengan incentivos morales y perciban una
recompensa material razonable para sus esfuerzos y desvelos, Estados Unidos
continuará su marcha triunfal por la historia”. Carlos Alberto Montaner.
“Es el año de los
nuevos comunistas, el tiempo en que todo desaliño intelectual es tomado por
novedad salvadora”. Carlos Herrera.
“Compramos lo que
no necesitamos, con el dinero que no tenemos, siguiendo anuncios en los que no
creemos para impresionar a gentes a las que no queremos”. Francisco Javier
Muller.
Hace unas
semanas Carlos Alberto Montaner, con esa su lucidez tan rutilante, escribió un
artículo que pulveriza el contumaz afán de las aves agoreras migratorias, que
cada temporada anuncian la caída final del liderazgo geopolítico
norteamericano.
Si la
historia tuviera leyes podríamos advertir con facilidad que todos los imperios
universales, desde el Egipcio de Ramsés y otras dinastías, el griego macedonio
de Alejandro, el romano de los césares, el chino mongol de Gengis Kan y sus
herederos, el efímero de Bonaparte, el turco otomano y el británico, tuvieron una
decadencia y un cierre que sus líderes postreros no fueron capaces de percibir
y detener.
Todavía y
por un largo tiempo más, como lo reconoció Rubén Dario en su Salutación a
Roosevelt, “los Estados Unidos son potentes y grandes…”. No es realista
entonces esperar la pronta debacle de un país con extensa geografía,
demográficamente numeroso y diverso, apegado al Imperio de la Ley, al
pluralismo, el libre comercio, la productividad y la innovación; y además,
poderoso militarmente y capaz de corregir sus errores sin saltarse la
Democracia.
Pero
siempre hay signos, anuncios, señales deletéreas que de no ser detectadas y
controladas a tiempo, por la sociedad entera y no solo por los mandamases de la
política y la economía, pueden ser causa eficiente de un futuro desplome del
liderazgo mundial norteamericano.
Voy a
intentar describir algunas de esas distorsiones que, sin caer en necios
pesimismos, considero inquietantes:
El circo cosmopolita.
Ya la clarividencia de Mario Vargas Llosa nos alertó: la
vida moderna nos sumergió en la “civilización del espectáculo”. Hoy en día la
política, la religión, los negocios, la academia todo irremisiblemente se
convierte en show, en un circo envolvente y ominoso.
Los medios de
comunicación social, las redes sociales, los líderes, los pastores religiosos,
los periodistas y los lectores, los maestros, los capitanes de empresa, los
generales y sargentos, los poderosos y sus oponentes, los guerrilleros, los
indignados, los multitudinarios consumidores, son regocijados protagonistas de
la enorme distorsión circense.
Claro que
tal calamidad no es exclusiva de los Estados Unidos. Es un signo de la
existencia postmoderna y globalizada. Pero es una amenaza, por su contenido de
trivialidad y desapego al prójimo, para la convivencia democrática.
Para los
medios de comunicación y las redes sociales, el escándalo, lo negativo, la
frivolidad es la noticia. Las doctrinas, programas, ideas trascendentes son
fastidiosas y prescindibles. El debate, esencia de la Democracia, ha quedado
reducido a los escarceos de la académia y a respetables publicaciones
marginales.
En la
política se ha desenfrenado un electoralismo sin rubor. Se impuesto el vicio de
la encuestomanía. Los líderes, sus asesores electorales y los magnates de los
medios de comunicación social, ya no tienen programas sino respuestas
acomodaticias a lo que los sondeos revelan como interés del público. Ahora se ofrece lo que la gente, los
electores, los televidentes, quieren escuchar o ver. No importa que sea una
falacia. Ya escasean los estadistas, periodistas y editores, dispuestos a
correr el riesgo de orientar a la gente en positivo, de atreverse a defender la
verdad, de ser impopular, de usar las encuestas para el provecho y no la
manipulación de los ciudadanos.
Plutocracia y capitalismo salvaje.
No cabe duda, en la carrera histórica el capitalismo como
instrumento de desarrollo de las naciones y de rescate de gente de la pobreza,
demostró ser muy superior al socialismo. Se cumplió la profecía de Winston
Churchill:
“El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de
la ignorancia, la prédica de la envidia, y su virtud inherente es la
distribución igualitaria de la miseria”.
China, Vietnam, algunos países escandinavos, Francia,
Grecia, Uruguay, Chile (y hasta Cuba que busca una salida al fracaso de su
comunismo), aunque proclaman distintas versiones del socialismo, en la práctica
cotidiana abrazan el modo de producción capitalista (la economía de mercado),
aunque varios de ellos se resisten a la Democracia.
Pero la opción frente al capitalismo en su versión
salvaje, donde impera la codicia, corrupción, el consumismo desorbitado, la
falta de compasión por los más débiles, el desacato a la naturaleza, la
supersticiosa creencia de que el mercado lo resuelve todo, es otro tipo de
capitalismo, ese que desde los tiempos de León XIII reclamó la función social
de la propiedad y el derecho de los trabajadores a poder vivir de su trabajo,
ese que llamó capitalismo solidario el tratadista venezolano Emeterio Gómez y
del cual son vanguardistas entre otros, Muhammad Yunus, Bill Gates, Warren
Buffet y vocero luminoso el Santo Padre Francisco.
El capitalismo plutocrático, insaciable e implacable en
su afán de riqueza, contaminador del ambiente, socio de potentados desprovistos
de amor al prójimo como Donald Trump, Carlos Slim y Silvio Berlusconi,
promotores de las campañas electorales basadas en el abuso publicitario y la
compra de votos, ese es una amenaza para la sobrevivencia del sistema
democrático, no solo del norteamericano, porque le crea popularidad fácil a los
demagogos, salvadores de la patria, mesías, populistas de todas las pelambres.
Veneración de la violencia
Otro de los peligros contemporáneos en Estados Unidos y
otras latitudes, es la veneración de la violencia, el amor a las armas, la fe
en la guerra, la renuncia a resolver los diferendos por la vía del diálogo y
las negociaciones.
No sólo son violentos los homicidas de ISIS, Al Qaeda,
Hamas, Boko Haram, Hezbola, los fascistas de ETA, maoístas de Sendero Luminoso,
talibanes de Afganistán, los narcoguerrilleros de las FARC, ELN y los Paracos,
la Hermandad Musulmana… sino que también lo son las dictaduras de Zimbabue y Gabón,
los gobiernos delirantes de Irán, Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia
y, desde luego y aunque su intención pueda no ser deliberadamente criminal, los
defensores a ultranza del anacrónico armamentismo social en Estados Unidos y
los extremistas religiosos de Israel y del Tea Party.
Los deportes violentos, los juegos electrónicos para
niños que banalizan el asesinato individual y colectivo, la exaltación del
pistolerismo, los maltratos a las minorías, la siembra de odio, el descarado
enfrentamiento a los agentes de la Ley, son una plataforma robusta para la
consolidación de una cultura del arrebato y el belicismo.
Aislacionismo electorero
Un país líder de la Democracia mundial, con ineludibles
responsabilidades planetarias, no puede jugar a la introspección y el
distanciamiento, a encerrarse en sí mismo. Aunque sabemos que en EEUU el
aislacionismo tiene un pedigrí que le viene de algunos padres fundadores.
Ni policía del mundo ni desdeñoso de sus compromisos, sin
deslices intervencionistas, los Estados Unidos tienen la obligación de promover
la Democracia, el pluralismo, la tolerancia, el libre comercio, la libertad de
expresión y otras prendas civilizatorias por todos los meridianos y paralelos
de la tierra.
Es dramático que muchos parlamentarios norteamericanos,
que hacen bien es cumplirle a sus electores, proclamen sin ambages que toda
política es local, que a ellos lo único que les interesa es lo que piensen sus
votantes, porque después de todo su objetivo dominante es ser reelectos. Y al
mundo que se lo lleve el diablo o vea lo que pueda hacer.
Y en arreglo con el exagerado localismo, encontramos la
radicalización de posiciones, generalmente por necesidades electorales e
inmediatismo, que empobrece al bipartidismo, arruina el acuerdo para las
exigencias estratégicas de la nación, que debe prevalecer entre republicanos y
demócratas.
Bueno, Estados Unidos sobrevivirá como gran potencia
democrática por un tiempo largo, eso es obvio, pero su sociedad no debe
descuidar atajar a tiempo las desviaciones que la amenazan. Eso es lo que
conviene a la humanidad global.
Alexis Ortiz
jalexisortiz@gmail.com
@alexisortizb
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