jueves, 13 de agosto de 2015

ALEXIS ORTIZ, ESTADOS UNIDOS CON LOS DÍAS CONTADOS, DESDE EEUU

“Mientras las personas crean en el sistema, encuentren espacios para desplegar sus sueños, obtengan incentivos morales y perciban una recompensa material razonable para sus esfuerzos y desvelos, Estados Unidos continuará su marcha triunfal por la historia”. Carlos Alberto Montaner.

 “Es el año de los nuevos comunistas, el tiempo en que todo desaliño intelectual es tomado por novedad salvadora”. Carlos Herrera.

 “Compramos lo que no necesitamos, con el dinero que no tenemos, siguiendo anuncios en los que no creemos para impresionar a gentes a las que no queremos”. Francisco Javier Muller.

          Hace unas semanas Carlos Alberto Montaner, con esa su lucidez tan rutilante, escribió un artículo que pulveriza el contumaz afán de las aves agoreras migratorias, que cada temporada anuncian la caída final del liderazgo geopolítico norteamericano.

          Si la historia tuviera leyes podríamos advertir con facilidad que todos los imperios universales, desde el Egipcio de Ramsés y otras dinastías, el griego macedonio de Alejandro, el romano de los césares, el chino mongol de Gengis Kan y sus herederos, el efímero de Bonaparte, el turco otomano y el británico, tuvieron una decadencia y un cierre que sus líderes postreros no fueron capaces de percibir y detener.

          Todavía y por un largo tiempo más, como lo reconoció Rubén Dario en su Salutación a Roosevelt, “los Estados Unidos son potentes y grandes…”. No es realista entonces esperar la pronta debacle de un país con extensa geografía, demográficamente numeroso y diverso, apegado al Imperio de la Ley, al pluralismo, el libre comercio, la productividad y la innovación; y además, poderoso militarmente y capaz de corregir sus errores sin saltarse la Democracia.

          Pero siempre hay signos, anuncios, señales deletéreas que de no ser detectadas y controladas a tiempo, por la sociedad entera y no solo por los mandamases de la política y la economía, pueden ser causa eficiente de un futuro desplome del liderazgo mundial norteamericano.

          Voy a intentar describir algunas de esas distorsiones que, sin caer en necios pesimismos, considero inquietantes:

El circo cosmopolita.

Ya la clarividencia de Mario Vargas Llosa nos alertó: la vida moderna nos sumergió en la “civilización del espectáculo”. Hoy en día la política, la religión, los negocios, la academia todo irremisiblemente se convierte en show, en un circo envolvente y ominoso.

 Los medios de comunicación social, las redes sociales, los líderes, los pastores religiosos, los periodistas y los lectores, los maestros, los capitanes de empresa, los generales y sargentos, los poderosos y sus oponentes, los guerrilleros, los indignados, los multitudinarios consumidores, son regocijados protagonistas de la enorme distorsión circense.

          Claro que tal calamidad no es exclusiva de los Estados Unidos. Es un signo de la existencia postmoderna y globalizada. Pero es una amenaza, por su contenido de trivialidad y desapego al prójimo, para la convivencia democrática.

          Para los medios de comunicación y las redes sociales, el escándalo, lo negativo, la frivolidad es la noticia. Las doctrinas, programas, ideas trascendentes son fastidiosas y prescindibles. El debate, esencia de la Democracia, ha quedado reducido a los escarceos de la académia y a respetables publicaciones marginales.

          En la política se ha desenfrenado un electoralismo sin rubor. Se impuesto el vicio de la encuestomanía. Los líderes, sus asesores electorales y los magnates de los medios de comunicación social, ya no tienen programas sino respuestas acomodaticias a lo que los sondeos revelan como interés del público.  Ahora se ofrece lo que la gente, los electores, los televidentes, quieren escuchar o ver. No importa que sea una falacia. Ya escasean los estadistas, periodistas y editores, dispuestos a correr el riesgo de orientar a la gente en positivo, de atreverse a defender la verdad, de ser impopular, de usar las encuestas para el provecho y no la manipulación de los ciudadanos.

Plutocracia y capitalismo salvaje.
  
No cabe duda, en la carrera histórica el capitalismo como instrumento de desarrollo de las naciones y de rescate de gente de la pobreza, demostró ser muy superior al socialismo. Se cumplió la profecía de Winston Churchill:

“El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia, la prédica de la envidia, y su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

China, Vietnam, algunos países escandinavos, Francia, Grecia, Uruguay, Chile (y hasta Cuba que busca una salida al fracaso de su comunismo), aunque proclaman distintas versiones del socialismo, en la práctica cotidiana abrazan el modo de producción capitalista (la economía de mercado), aunque varios de ellos se resisten a la Democracia.

Pero la opción frente al capitalismo en su versión salvaje, donde impera la codicia, corrupción, el consumismo desorbitado, la falta de compasión por los más débiles, el desacato a la naturaleza, la supersticiosa creencia de que el mercado lo resuelve todo, es otro tipo de capitalismo, ese que desde los tiempos de León XIII reclamó la función social de la propiedad y el derecho de los trabajadores a poder vivir de su trabajo, ese que llamó capitalismo solidario el tratadista venezolano Emeterio Gómez y del cual son vanguardistas entre otros, Muhammad Yunus, Bill Gates, Warren Buffet y vocero luminoso el Santo Padre Francisco.

El capitalismo plutocrático, insaciable e implacable en su afán de riqueza, contaminador del ambiente, socio de potentados desprovistos de amor al prójimo como Donald Trump, Carlos Slim y Silvio Berlusconi, promotores de las campañas electorales basadas en el abuso publicitario y la compra de votos, ese es una amenaza para la sobrevivencia del sistema democrático, no solo del norteamericano, porque le crea popularidad fácil a los demagogos, salvadores de la patria, mesías, populistas de todas las pelambres.

Veneración de la violencia



Otro de los peligros contemporáneos en Estados Unidos y otras latitudes, es la veneración de la violencia, el amor a las armas, la fe en la guerra, la renuncia a resolver los diferendos por la vía del diálogo y las negociaciones.  

No sólo son violentos los homicidas de ISIS, Al Qaeda, Hamas, Boko Haram, Hezbola, los fascistas de ETA, maoístas de Sendero Luminoso, talibanes de Afganistán, los narcoguerrilleros de las FARC, ELN y los Paracos, la Hermandad Musulmana… sino que también lo son las dictaduras de Zimbabue y Gabón, los gobiernos delirantes de Irán, Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia y, desde luego y aunque su intención pueda no ser deliberadamente criminal, los defensores a ultranza del anacrónico armamentismo social en Estados Unidos y los extremistas religiosos de Israel y del Tea Party.

Los deportes violentos, los juegos electrónicos para niños que banalizan el asesinato individual y colectivo, la exaltación del pistolerismo, los maltratos a las minorías, la siembra de odio, el descarado enfrentamiento a los agentes de la Ley, son una plataforma robusta para la consolidación de una cultura del arrebato y el belicismo.

Aislacionismo electorero

Un país líder de la Democracia mundial, con ineludibles responsabilidades planetarias, no puede jugar a la introspección y el distanciamiento, a encerrarse en sí mismo. Aunque sabemos que en EEUU el aislacionismo tiene un pedigrí que le viene de algunos padres fundadores.

Ni policía del mundo ni desdeñoso de sus compromisos, sin deslices intervencionistas, los Estados Unidos tienen la obligación de promover la Democracia, el pluralismo, la tolerancia, el libre comercio, la libertad de expresión y otras prendas civilizatorias por todos los meridianos y paralelos de la tierra.

Es dramático que muchos parlamentarios norteamericanos, que hacen bien es cumplirle a sus electores, proclamen sin ambages que toda política es local, que a ellos lo único que les interesa es lo que piensen sus votantes, porque después de todo su objetivo dominante es ser reelectos. Y al mundo que se lo lleve el diablo o vea lo que pueda hacer.

Y en arreglo con el exagerado localismo, encontramos la radicalización de posiciones, generalmente por necesidades electorales e inmediatismo, que empobrece al bipartidismo, arruina el acuerdo para las exigencias estratégicas de la nación, que debe prevalecer entre republicanos y demócratas.

Bueno, Estados Unidos sobrevivirá como gran potencia democrática por un tiempo largo, eso es obvio, pero su sociedad no debe descuidar atajar a tiempo las desviaciones que la amenazan. Eso es lo que conviene a la humanidad global.

Alexis Ortiz
jalexisortiz@gmail.com
@alexisortizb

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