jueves, 13 de agosto de 2015

ALBERTO JIMÉNEZ URE, LA TRÁNSFUGA/CACA INMUNDA SE PROPAGA, DAÑINA, CON CUALQUIER BRISA


«Toda deposición física hiede y nadie lo discute, empero más cuando se pulveriza porque ni los escatófagos pueden consumirla y terminamos inhalándola los excretores que conformamos las sociedades» 

Los quehaceres prototipo de político, ese sin respeto por la dignidad humana u honradez, siempre han agitado la invectiva de quienes somos escritores. También atribulan a sociólogos e historiadores no plexos por paga mercenaria, que nunca a psiquiatras por cuanto suelen ser compasivos. En algunas de mis novelas y cuentos, el agrio discurso contra ellos casi alcanza la categoría de «tra[u]ma central». Sin embargo, tras la intervención de mi «juicio» en la disputa del narrador omnisciente en el cual irgo contra la «herencia histórica» o «suceso del inmediatismo» social, la plenipotenciaria «ficción» desenlaza el nudo de horca presente en el ejercicio de pendenciero/hacedor de Literatura: obcecado, siempre, por inmiscuirse en las riñas domésticas de una nación.
Los hechos que, repetidamente, la «Historia Universal de Iniquidades» registran, prohíben a los novelistas y cuentistas fijarnos límites fundamentados en la percepción rígida y académica de un sociólogo. Tampoco somos sumisos ante encíclicas de expertos en comportamientos enfermizos que, de prisa a veces, sostienen que la demencia es a cada individuo su propia madre para afirmarse científicos. Pienso, con demasiada frecuencia, que un gran porcentaje de políticos lo son virtud al desquicio que da cuerpo a la idea de «salvar un país» cuya nación no sabe que le pertenece bajo la figura jurídica del «condominio».
Por lo expuesto, soberbios, irrumpen personajes políticos conocidos como «tránsfugas». El  «converso/metamórfico» adquirió notoriedad durante los tiempos de la Revolución de París (1789), que pudo ser gloriosa sin necesidad de legitimar las decapitaciones que invalidaron sus propósitos de progresiva y positivamente transformar Francia: un territorio durante siglos sometido al yugo de los auto-investidos de sempiternos propietarios del poder y las finanzas. El «transfuguismo» se sucede cuando alguien, por paga o preservación de privilegios, se atreve traicionar los propósitos políticos de un grupo representativo de sectores sociales. Lo hace persuadido que el adversario es infalible y que su traición es un magnífico negocio.
La «tránsfuga/caca inmunda» que metaforiza al hombre canalla, esencialmente nada confiable y mucho menos probo, suele secarse rápidamente: convirtiéndose en un elemento volátil, cuasi gaseoso, muy peligroso para la salud de los ciudadanos que le confiaron responsabilidades. Esa clase de sujetos jamás servirá, con lealtad, ni siquiera a causas criminales. Por ello, en los patios traseros de mansiones que albergan mafias, cada individuo es un potencial asesino del otro: donde ninguno tendrá objeciones de conciencia para exterminar hasta sus progenitores, hermanos y vástagos. Aun cuando de nosotros provenga, la «tránsfuga/caca inmunda» debe ir a donde pertenece: a las cañerías o estómagos de escarabajos. 
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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