Tienen dieciséis años
en el gobierno. Como ya no pueden seguir con la cantaleta de que lo malo que
ocurre en el país es culpa del gobierno anterior, entonces Maduro ha acusado al
sector privado de una conspiración económica.
Para Maduro, los
industriales, ganaderos, agricultores y comerciantes son los causantes del
desabastecimiento y del alto costo de la vida. Es un argumento con el que no
sólo se sacude cualquier responsabilidad en la severa crisis que el país padece
sino que además incita al odio contra el empresariado, tema favorito de los
comunistas en cualquier parte del mundo.
La campaña
propagandística ha sido intensa. Cadenas presidenciales de radio y TV varias
veces a la semana, cuñas en las emisoras radiales controladas por el gobierno,
montajes y mentiras en el llamado Noticiero de la Patria, declaraciones diarias
de ministros y dirigentes del PSUV. No hay espacio que desperdicien. Insisten
machaconamente en que el gobierno es una víctima, que nada tiene que ver con el
desastre económico por el que atraviesa Venezuela. Son otros los responsables.
Maduro miente. Él
tiene en sus manos todos los resortes de la economía. Él controla todo. Nadie
en nuestro país puede sembrar ni fabricar, tampoco vender o comprar, sin seguir
instrucciones precisas de autoridades nacionales y regionales, sin los permisos
que ellos imponen. Invertir ya no es una decisión de ningún grupo económico. Es
un calvario que pasa por las manos de decenas de funcionarios que imponen las
condiciones y maneras de hacerlo.
Maduro es quien hace
las reglas del juego. El año pasado decretó 38 leyes económicas y laborales que
ponen camisas de fuerza a las empresas venezolanas. Se sintió un hombre fuerte
porque decretó más controles y sanciones para quienes trabajan por su cuenta.
A cualquiera le
pueden embargar sus bienes. Ese es el nuevo impuesto. Son leyes agresivas en
las que abundan las figuras de confiscación de productos, prohibición,
paralización de medios de producción, sanciones. Nada de incentivos, sólo
intimidación y amenazas.
Como el gobierno se
ha gastado los reales de todos esos años cuando vendió petróleo a cien dólares
el barril, van a financiar su burocracia exprimiendo a la gente de trabajo.
Eliminaron las exoneraciones en el pago del impuesto sobre la renta a
cooperativas y fundaciones; aumentaron lo que llaman impuesto al lujo de 10 a
15 %; la tasa del Impuesto al Alcohol la subió de 20 a 50% y advirtieron que
vendrán más incrementos en los impuestos.
Total, Maduro hace
las leyes. Él mismo. Ni siquiera necesita esperar los debates de la Asamblea
Nacional porque ese cuerpo renunció a esa atribución y la delegó mediante
habilitante en el Presidente.
Maduro dispone de las
divisas. En criollo, él es el dueño de los dólares. Esos dólares que entran a
la economía por concepto de la venta de petróleo, que es de todos los
venezolanos, se administran como si fuesen propiedad de Maduro. Es él quien los
asigna. Dice y hace lo que se le antoja. Empezando su período afirmó que
mantendría el dólar a 6,30 bolívares. Después creó los mamotretos de Sicad I y
Sicad II para ponerle otro precio a las divisas.
Los estudiantes
venezolanos en el exterior viven como mendigos. El gobierno trancó los dólares
para ellos. La gente muere por falta de medicamentos porque no llegan los
dólares para abastecer a farmacias y hospitales. Los transportistas tienen sus
unidades paradas porque no hay dólares para los repuestos. Nadie entiende qué
gana la industria farmacéutica ni las casas de repuestos con no vender sus
productos. No lo hacen porque el gobierno les impide importar medicinas y
repuestos.
Ya en Venezuela nadie
puede importar. No sólo porque Maduro asigna los dólares a quien quiere, sino
porque monopoliza las importaciones a través del Centro Nacional de Comercio
Exterior (Cencoex), que compra desde maquinarias agrícolas, bebidas
alcohólicas, equipos médicos, electrodomésticos, hasta juguetes.
Maduro controla el
Banco Central de Venezuela. Ese organismo dejó de ser autónomo hace quince años
y su directorio ya no trabaja para fortalecer el signo monetario sino para
financiar al gobierno.
Maduro es quien
instruye a los ministros de la economía sobre qué hacer. Crea nuevos organismos
públicos. Anuncia zonas económicas especiales.
Maduro endeuda a la
República. A China ya le debemos 47.000 millones de dólares, a lo que el
gobierno no llama endeudamiento sino alianza táctica a largo plazo, en esa
verborrea revolucionaria que trata de ocultar los hechos para seguir engañando
al pueblo.
El gobierno maneja
directamente las fincas que fueron expropiadas y las industrias confiscadas.
Toda esa producción se ha venido abajo, pero no por culpa de terceros. Todo ha
estado bajo control de Maduro.
La política petrolera
no tiene otro responsable que el propio Presidente de la República. Es desde
Miraflores que decidieron en los últimos quince años venderle cada vez menos
petróleo a los Estados Unidos de América, que paga a precio de mercado y
puntualmente, para darle petróleo a China a cambio de préstamos.
Es el gobierno el que
regala el petróleo a Cuba pero inició una campañita de lavado de cerebro en
todas las televisoras y radios para convencernos de que somos casi que
traidores a la patria si no pedimos a gritos que nos aumenten la gasolina. Luz
para afuera y oscuridad para adentro.
El gobierno maneja
toda la economía: controla el Banco Central de Venezuela; asigna a su antojo
los dólares de todos los venezolanos, de los que se apropió mediante el control
de cambio; decreta las leyes, es decir, pone las condiciones para producir y
comercializar; tiene el monopolio de las importaciones mediante los mecanismos
y organismos que ha creado; cada día inventa nuevos impuestos; tiene bajo su
mando a una Asamblea Nacional que no supervisa ninguna de sus acciones y lo
deja actuar a sus anchas.
Hoy nada se produce
en Venezuela y ya no se puede importar porque se rucharon los dólares. El juego
está trancado. No es ninguna conspiración contra la economía, es un gobierno
incapaz.
Claudio Fermin
claudioefm@gmail.com
@claudioefermin
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