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GERMÁN GIL RICO |
Trescientos
años de historia dejan huellas profundas en la sociedad que condicionan, por
tiempo indeterminado, el quehacer político, socioeconómico y ciudadano. Huellas
que, positivas o negativas, aún pueden distinguirse en el latinoamericano y que
podemos palpar en el venezolano que se ha venido construyendo como ente
civilizado; tarea para cuya conclusión falta mucho trecho por recorrer.
No
es cualquier cosa habernos legado, entre muchas otras: el idioma, la
organización social partiendo del Municipio como célula primigenia de la
Nación, el concepto de familia orgánicamente estructurada, religión, educación
incluyendo la musical, hábitos alimenticios e higiénicos; todo fue dándose a
partir del poblamiento organizado, mediante la transformación de la ranchería
autóctona en centros urbanos, aplicando soluciones urbanísticas de la época,
cuya resultante fue el diseño en cuadrícula de la inmensa mayoría de nuestros
asentamientos humanos.
Por
supuesto que para adelantar una empresa de tanta envergadura como la conquista
y poblamiento de territorios jamás imaginados por el europeo, el material
humano no pudo haber sido reclutado en centros dedicados a la beatitud. Tenían
que ser, como lo fueron, broncos de rudeza extrema y de condiciones físicas que
les permitieran domeñar los elementos naturales y humanos que se les
interpusieran, así como garantizar a los patrocinadores el éxito de la empresa.
Es decir que no todo cuanto vino fue “trigo limpio”.
De
ese componente amalgamado heredamos valores y anti-valores. Entresacando de
entre los antivalores que perduran en la conducta de nuestra sociedad topamos
con el autoritarismo, origen del machismo, de la violencia intrafamiliar, del
“ordeno y mando” con que el tirano de turno llena cárceles de presos políticos,
tal y como son Leopoldo López, los estudiantes y los alcaldes, así como todos
los secuestrados en las cárceles del régimen Socialista del Siglo XXI. Le
siguen y no en riguroso orden: el manirrotismo y la marcada tendencia a las
prácticas fraudulentas, al estraperlo y el peculado.
Pues
bien, como somos una amalgama, también hemos tenido o, más bien, tenemos
venezolanos probos: Andrés Bello, José María Vargas, José Ángel Lamas, Fermín
Toro, Vicente Emilio Sojo, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Rómulo
Betancourt, Manuel Caballero, Adriano González León, Germán Carrera Damas,
Gustavo Dudamel y millones de ciudadanos destacados o del común que enaltecen
el gentilicio y que, en mayor o menor grado, han sido víctimas del
autoritarismo heredado del español y ejercido a placer por los chafarotes que
se han creído ser dueños del país, como
también de la incomprensión estimulada por la ignorancia.
La
independencia cortó amarras con la Monarquía Absoluta, pero quienes se batieron
en los campo de batalla, a cuenta de héroes, se adueñaron del Estado e
impusieron el fuero militar que aun los hace inmune por delitos civiles. Desde
entonces Venezuela ha sido prisionera del espadón con mayor capacidad de fuego.
En ocasiones utilizando un desvergonzado civil como fueron José Gil Fortoul o
Juan Bautista Pérez en tiempos de Gómez o Germán Suarez Flamerich cuando Pérez
Jiménez. Tanto es así que en 200 años sólo entre 1945-1948 y 1958-1998 se
dieron interregnos de democracia civil.
Hoy,
como en el pasado, el autoritarismo expone la cara de un impostor civil que
avergüenza la condición de tal. Un cretino que, en correspondencia con su
ignorancia y desvergüenza comete cuanta tropelía le ordena la caterva de
corruptos, militares y civiles, que integran la conchupancia cívico-militar del
Siglo XXI con quienes guisa.
El
derrumbe de los precios del petróleo ha colocado al régimen chavista regentado
por Maduro en la posición del opulento empobrecido, en el amigo molestoso que,
en su ruina, cuantas veces se le topa da pena verle implorar, de rodillas, que
le devuelvan los favores que prodigó cuando rico. Y, como para completar el
cuadro desolador del autoritarismo del Socialismo del Siglo XXI venido a menos,
los hermanos Castro, sin dejar de ser tiranos, están haciendo las paces con los
yankees. No importa el tiempo transcurrido desde la ruptura. La economía a modo
de guisa de sutura ha olvidado agravios. Porque los Castro, que son unos
vivarachos, no quieren volver a la hambruna del Período Especial ni morir en el
“desmoñe”. Y si la suerte les prodigó un atajo de cretinos en 1999, hoy la
salvación impone atravesar el Golfo de México. Después de los “balseros”, pero
sin afrontar los peligros de la mar bravía y sentados sobre muelles butacas en
las salas de la diplomacia.
Y
¿cómo quedó Venezuela? se preguntará usted. Bueno, “como la guayabera”, por
fuera y gritándole a la luna: “Yankees go home” y “Venezuela, la patria de
bolívar, se respeta”, sin que ninguno de los gobiernos que se aprovecharon de
la debilidad mental de los Socialistas del Siglo XXI tienda mano para el
auxilio. Porque los chinos, que negocian con apego a su Ley, dicen: “si no hay
lial no hay lopa”
German Gil Rico
gergilrico@yahoo.com
@gergilrico
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