ALBERTO JIMENEZ URE |
«Dícese de la jefaturalfobia aquello que un
individuo experimenta cuando el más desenfocado entre los supremos presuntos
amenaza que tiene legítimo poder para fijar un límite a tus derechos civiles,
pensamiento e inmanente insubordinación con yugos o interdictos»
Un talentoso cineasta, escritor y amigo se
inquietó porque en uno de mis tuis (que enlacé con un manifiesto de repudio a
profetas del «Dios-Estado-Tiránico» y coloqué en mi muro de Facebook/
http://irreverenciapolitica.blogspot.es/1410885622/manifiesto-de-repudio-a-fidel-y-raul-castro-ruz/)
sugerí a ciertos e impenitentes hacedores de la Cultura Venezolana que
expresaran su arrepentimiento por haber firmado (en 1989) una carta de
«¿admiración?»-«¿sumisión?» a un todavía insepulto «forajido-exarca caribeño»:
alguien que tiene en curso su castigo en un lugar más allá de no se sabe dónde,
pero por consenso tenebroso. Según él, mi propuesta fracturaría la necesaria
unidad entre los opositores políticos al régimen opresivo y hegemónico que se
ufana de ser amo de nuestra república (de la nación que cortó como a una tarta
para después ufanarse de su discutible dominio de la mayor parte, pero
finalmente triturándonos sin discreción)
Pienso que la persistencia destructora de los
supremos presuntos en toda la América Latina (más con mayor gravedad en nuestro
país) tiene relación con esos importantísimos registros históricos de
inexplicables equivocaciones. Cuando la Ignorancia rinde culto a truhanes es
catastrófica, empero cuando la Inteligencia yerra las consecuencias son más
devastadoras. Soy un iconoclasta confeso (que no destructor de imágenes
sagradas sino contrario a quienes adoran esos fetiches, los «iconódulos») que
jamás exigiría a ninguna persona convertirse a la «Irreverencia Doctrinal». He
conocido personas que adoran al hereje hijo mitológico de Zeus llamado Ares,
ese que fue por Heras parido. Cuando publiqué Dionisia (una de mis novelas
calificadas como satánica, edición de la Universidad de Los Andes,
1993/http://wp.me/p38BP0-1p) tuve la insólita experiencia de ver cómo un grupo
de cinco jóvenes trajeados de negro se arrodillaban ante mí en la Plaza Bolívar
de Mérida reverenciándome y diciéndose uno al otro que yo era un «Príncipe de
Legión». Acto reflejo, toqué sus cabezas y los ayudé a levantarse. No sentí que
me ofendían con ello ni les reproché el gesto. Si increpo a veces a otros para
que enmienden lo hago con propósitos distintos a verlos humillándose: hay
situaciones que apremian reparos sin devenir en contriciones.
Estoy persuadido de lo siguiente: el asalto
al Poder del Mando Venezolano por parte de quienes hoy socavan al país sin
admitir estar en el modo operandi delictivo conocido como «flagrancia», o «en
proceso de» cometimiento de abominaciones, tuvo ardorosos y de catedral
monaguillos. En una nación que no esté desubicada los intelectuales y artistas
conforman, metafóricamente, la Catedral su país (los «plus» o «ultra»
libertarios, no «extremistas o pérfidos»)
Padecemos a mujeres y hombres en ejercicio de
funciones de gobierno no constitucionales, sin empacho delictivas, que arrogan.
En el traspatio algunos que se
declararon, mediante firma y con calzados puestos, fans de uno de los más
afamados entre los «jefaturales del oprobio en el Mundo», culminaron por
esputar como impolutos y «a hurtadillas» en las redes sociales. Un sujeto cuya
conducta sea explícitamente incendiaria de preceptos fundamentales para la
Civilización no merece la firma adepta de ninguna mujer u hombre de Letras,
Artes o Ciencias, sean exactas o no. Lo de hecho inexacto es proferir casi a
oscuras confiándonos en que nuestros lectores desconocen la Historia o no
tienen interés por indagarla. Ad infinitum necesitaremos de ella.
La persistencia en el error que protagonizan
los supremos presuntos no parece tozudez: es alevosa, premeditada. Indigesta
que alguien pretenda argüir que todo depende de conceptos panfletarios como «la
Geopolítica y Lucha de los Sub Tantas Cosas Ante Imperios», y no culpa de
ineptos patéticamente inimputables: que, además, soberbios exhibicionistas de
sus corrompidas entrañas. En naciones donde los jerarcas infieren que todos
somos presuntos y no ellos, los seres pensantes estamos obligados a enfadarlos
sin declinar por miedo y con sagacidad.
Alberto
Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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