¿Y
que son los bienes de capital? :
"bienes de capital. Aquellos bienes cuya utilidad consiste en producir otros bienes o que contribuyen directamente a la producción de los mismos. El concepto engloba así tanto a los bienes intermedios -que forman parte de proceso de producción- como a los bienes de producción en sí mismos."[1]
Dado que los bienes no poseen un valor
intrínseco, lo que determina su condición (y su clasificación) como bienes de
capital o de consumo son los sujetos actuantes interesados en los mismos. Ello
determina que las condiciones de bien de capital y de bien de consumo pueden
coincidir sobre un mismo objeto. De tal suerte que, por ejemplo, 1 kilo de
manzanas serán para el frutero que las ofrece en el mercado un bien de capital,
en tanto que para "la señora de la esquina" que va a la frutería del
primero, ese mismo kilo de manzanas será un bien de consumo. Según los sujetos
actuantes en torno a un mismo bien, este será para unos un bien de capital, y
para los otros un bien de consumo. En el caso del frutero, su kilo de manzanas
será un bien de capital, porque para él su "utilidad consiste en producir
otros bienes". ¿Cuáles son esos "otros bienes"? Pues el dinero
que el frutero obtiene de la venta de su kilo de manzanas. Dinero que -a su
vez- le permitirá adquirir otros bienes (ya sean de capital o de consumo).
Debemos tener presente que la palabra
producción (en economía -y desde la óptica de la Escuela Austriaca de
Economía-) no se reduce ni se limita al de la producción física, es decir, no
implica necesariamente la creación de un nuevo objeto o bien material. En este
sentido, es que se dice que la venta del kilo de manzanas le ha producido al
frutero un ingreso de X $$$, en otras palabras (y conforme a la definición
dada) le ha producido el ingreso de otros bienes (en el caso, dinero).
Si la señora que le ha comprado el kilo de
manzanas al frutero original, en lugar de consumirlas cambia de idea en el
camino de regreso a su casa, y decide revendérselas a la vecina de al lado de
donde vive, en esa decisión posterior al acto de la compra a su frutero, se
produce la transformación subjetiva del carácter del kilo de manzanas
(originariamente destinado por la señora para su consumo personal o familiar)
pasando a ser de bien de consumo, que era para ella, a bien de capital
nuevamente, pero ahora para un sujeto diferente al frutero originario.
Dado pues que, un capitalista es -por
definición- quien posee uno o más bienes de capital, y que para nuestro frutero
su kilo de manzanas es un bien de capital por lo antes explicado, esto da como
único resultado que el frutero es un verdadero capitalista, y su clienta
(originariamente consumidora) adquiere esta misma condición de capitalista a
partir del momento en que abandona su original intención de consumir el kilo de
fruta adquirido, para trocarla por la de revenderle a su vecina de al lado la
fruta comprada al frutero.
Esto es así, cabe reiterar, por la sencilla
razón de que el valor de las cosas materiales es subjetivo y no objetivo, lo
que determina que un mismo objeto, producto o mercancía, sea valorado por unos
como bienes de capital y por otros como bienes de consumo. Y esa valoración,
como acabamos de ver, estará -a su turno- en función al destino que los
diferentes sujetos actuantes en el intercambio piensan darle a esos idénticos
bienes.
Por supuesto, esto funciona de la misma
manera cuando los bienes son diferentes. Pero es importante tenerlo bien en
claro cuando los bienes son los mismos, como en el caso del martillo, en otro
ejemplo:
Mientras que para un carpintero el martillo
será un bien de capital (lo que convierte al carpintero en un capitalista) en
mi caso que para lo único que podría necesitar un martillo sería para clavar un
clavo en la pared para colgar un cuadro, el mismo martillo será un bien de
consumo. Pero si un día decido instalar un comercio de ferretería, ese mismo
martillo pasará a ser también para mí un bien de capital, en cuyo supuesto,
quien se convertiría en capitalista seria yo en mi novedosa condición de
ferretero. Nuevamente observamos que, si bien el objeto o cosa sigue siendo el
mismo de siempre, su valoración como bien de capital o de consumo varía en
función del destino que los sujetos actuantes prevén darle.
Esto desmitifica el extendido mito
colectivista de que un capitalista es un hombre "rico, malvado y
perverso" sólo por poseer alguna fortuna (poca o mucha).
Un análisis detenido de los conceptos como el
que aquí hemos dado nos revelará rápidamente que -al fin de cuentas- todo el
que trabaja, manual o intelectualmente, es un capitalista.
En efecto, retomando la definición de bien de
capital, caemos en la cuenta que el trabajo no es ninguna otra cosa que un bien
de capital propiedad del trabajador, dado que como tal, el trabajo es un bien
"cuya utilidad consiste en producir otros bienes o que contribuye
directamente a la producción de los mismos". Desde el punto de vista del
empleado, esos "otros bienes" que su trabajo le reporta son sus
ingresos mensuales en forma de salario. Salario este que el
capitalista-trabajador podrá destinar, o bien al consumo presente o bien al
ahorro que, este último a su turno, podrá dedicar al consumo futuro, o bien a
la inversión. Si opta por la ecuación "ahorro-inversión" no hará más
que reforzar su condición de capitalista, quizás otro tipo de capitalista (ya
no un capitalista-empleado, sino quizás un capitalista-empresario, como el frutero,
el carpintero, el panadero, etc. Típicos ejemplos de capitalistas-empresarios).
Si a un empleado le resulta extraño que aquí
se le diga que es un capitalista, no será por ninguna otra razón que, desde
pequeño, la cultura socialista y socializante en la que estamos inmersos le ha
lavado eficazmente el cerebro con el falso cuento de que "toda su
vida" ha sido un "explotado" por sus empleadores, cuando la
realidad es que los únicos que realmente lo explotaron fueron sus maestros, profesores
y demás educadores colectivistas, para luego pasar a ser doblemente explotado
por sus diferentes gobiernos en el país en el que trabaja.
[1] Carlos Sabino, Diccionario de Economía y
Finanzas, Ed. Panapo, Caracas. Venezuela, 1991.
Gabriel
Boragina
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