miércoles, 22 de agosto de 2012

CAROLINA GÓMEZ-ÁVILA , LA RUINA DE LA REVOLUCIÓN

En los años setenta, Juan Pablo Pérez Alfonzo, fundador de la OPEP, dijo que el petróleo nos traería la ruina a la vuelta de diez o veinte años. No se equivocó, a pesar de los ingentes ingresos que ha obtenido la nación por venderlo, porque la ruina predicha, al menos en principio, no era económica. Si la referencia de riqueza de una nación son sus habitantes, medidos según su catadura ética, la profundidad y variedad de sus conocimientos y sus hábitos de trabajo, entonces la ruina queda representada por los compatriotas discriminadores, incompetentes y corruptos.
Tales abominaciones motorizaron una patraña, hace 20 años. Pero ninguna nación escapa de la ruina si sus gobernantes pervierten la importancia de la formación y dan por buenos, y compensan con dinero, estándares deficientes. Acerque la lupa: no sabe leer quien no comprende lo que lee. No puede escribir quien no sabe leer adecuadamente. Miles de títulos universitarios están en manos de analfabetos funcionales, cumpliéndose aquel cándido juego de palabras, según el cual, quien no sabía leer y escribir con precisión, nunca sería capaz de hacer una estufa, sino una estafa. Como la hacen los actuales gerentes políticos de las empresas estatales con el servicio eléctrico, la potabilización y distribución del agua y la vialidad, por mencionar solo tres ejemplos.
Añada que, con fines de dominación, el valor de la excelencia ha sido intencionalmente borrado del imaginario nacional y sustituido por otros, como la solidaridad y la lealtad, sensibles a dineros públicos. Cuando innegociables, la solidaridad y lealtad sí son valores. ¡Pero, ni siquiera así, sustituyen a otros! No han sido bien entendidos, porque los han explicado esos que querían hacer estufas sin saber escribir. 
La lupa de nuevo: no es solidario, sino criminal, dar dinero a un menesteroso cuya intención es comprar drogas. Pero entre los eufemismos de moda (esos que infectan la salud mental de nuestra sociedad), está llamar indigentes a los adictos que terminaron viviendo en la calle, producto de su enfermedad. 
No se excuse asegurando que la caridad no contempla supervisar el destino de la dádiva; sea responsable y no se desentienda al bajo costo de unas monedas. Medite sobre la teoría según la cual la limosna es una forma de amainar su miedo a la indigencia y/o de lavar el fantasma de la culpa (justificada o no) que le produce su buena fortuna, al compararse con los demás. Recuerde que, si no tiene contraprestación, la ayuda inhabilita; nos convierte en parásitos y nos lleva a la más abyecta forma de esclavitud.
El preclaro Pérez Alfonso dijo que el petróleo nos crearía necesidades que no teníamos.
Y yo, que este ignominioso gobierno se dedicó a incapacitarnos para que no pudiéramos satisfacerlas.
Producirnos la ruina, es la ruina de la revolución.
@cgomezavila

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