El año 2014 va a ser
recordado en América Latina como aquel en el que las inversiones chinas en la
región se embarcaron en un importante cambio cualitativo. Al menos década y
media atrás los asiáticos encontraban que las economías regionales brindaban un
buen sustento para el riesgo que acompaña usualmente cualquier inversión
extra-continental. La prioridad a fines del siglo pasado, y a inicios del
actual, era subirse apresuradamente al tren de desarrollo latinoamericano antes que ningún otro lo hiciera, de
manera de aprovechar el vacío que los
Estados Unidos generaron por su falta de
confianza en el desempeño de los países al sur del Rio Grande, excepción hecha
de México.
La velocidad de
incorporación del financiamiento chino al desarrollo de este continente fue muy
veloz, con el objetivo de recuperar el retraso de su ausencia.
De entrada, es bueno estar conscientes que mientras en la última década Beijing con sus bancos públicos dedicó 119.000 millones de dólares a financiar actividades en Latinoamérica , solo en el año pasado la cifra ascendió a 22.000, tal como lo ha informado el Inter-American Dialogue y la Global Economic Governance Initiative de la Universidad de Boston. El incremento entre 2013 y 2014 fue de 71%, y esto no era poca cosa. Hay que subrayar, igualmente, que estos préstamos excedieron la totalidad de los fondos otorgados por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo a la región.
En materia
accionaria, también en Beijing se engolosinaron. Algunos países vecinos, con
sintonías ideológicas compartidas con el régimen chino, hacían la fila para
asociar sus empresas estatales con una contraparte china por la imposibilidad
de encontrar contrapartes en los mercados occidentales. Así fue como finalmente
con China se exploraron y armaron importantes proyectos y empresas mixtas en el
actividades extractivas y de infraestructura en países como Ecuador, Bolivia,
Argentina y Nicaragua , además de Venezuela.
Pero de la carrera a
veces solo el cansancio queda, dice el refranero popular. China hizo su
aprendizaje. Con unos cuantos de estos
países el cobro de las acreencias se tornó una cuesta empinada, particularmente
en aquellos donde el financiamiento se repagaba con la factura petrolera. En
otros un inadecuado manejo de los proyectos produjo costosísimos retrasos.
Si de aquellos 119.000 millones, la mitad casi fue para apuntalar a la industria petrolera venezolana, hoy en la antesala de una monumental crisis, es fácil darse cuenta de que el objetivo haya cambiado y que ahora los chinos atiendan otro derrotero más diversificado por país y más heterogéneo en cuanto a la actividad económica a la que se dirige.
Veremos en los
próximos años a los emisarios del Imperio del Centro ser más lentos en su
avance, se permitirán seleccionar con pinzas con quien y cuando quieren pactar
y cuales actividades económicas serán las privilegiadas. Asistiremos a importantes transformaciones en
el acento que China desea imprimir a su dinámica de actuación en este lado del
Pacífico.
Una fuerte alianza con China es saludable. Ya para este momento el Imperio ocupa el primer sitial mundial en términos de crecimiento y aun cuando su desaceleración es deliberada además de sostenida, el carro del progreso mundial seguirá siendo arrastrado por los esfuerzos que hace el gigante por mantener un ritmo de expansión saludable.
La situación que se nos dibuja en el
horizonte es una de ganar-ganar pero solo si sabemos explotarla adecuadamente.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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