CARLOS ALBERTO MONTANER |
2015 será un año extremadamente inestable en
el Mediterráneo, pero la onda expansiva alcanzará a todo el planeta. La
globalización también es eso.
La sacudida comenzará en Grecia con la
probable elección del partido Syriza. La palabra es un acrónimo en griego que
puede traducirse como Coalición de la Izquierda Radical.
Y bien que lo es. Se trata de una amalgama
antisistema, dominada por los marxistas, presidida por Alexis Tsipras,
ingeniero de 40 años, líder estudiantil comunista en su juventud. En Syriza se
juntan estalinistas nostálgicos, trotskistas, anarquistas, anticapitalistas,
antiglobalizadores, verdes que odian los transgénicos, antiamericanos,
eurófobos, antieuros, y, por supuesto, propalestinos-antiisrael. (No en balde
Grecia es el país más antisemita de Europa, de acuerdo con la última encuesta
de la Liga contra la Difamamación).
Esta montonera comenzó a gestarse hace unos
años en las protestas contra las reuniones internacionales del Fondo Monetario
Internacional o del Banco Mundial. Era una muchedumbre juvenil reclutada entre
las tribus urbanas, frecuentemente desaseada y porrera, a la que los españoles
calificaron, no sé por qué, como perrosflauta.
Los participantes acamparon en diversas
plazas emblemáticas, desde Wall Street en NY hasta la madrileña Puerta del Sol,
o se pelearon a pedradas contra las fuerzas del orden en media docena de
ciudades, y hasta contaron con un manifiesto elemental, ¡Indignaos!, teñido por
el “buenismo”, escrito por un nonagenario francés, Stéphane Hessel, diplomático
muerto recientemente, poco después de haber pergeñado su inesperado best
seller.
El programa de Syriza es perfecto para
cautivar a un porcentaje elevado de los electores y, simultáneamente, hundir
aún más al país. Le habla a una sociedad que tiene un 28% de desempleados y una
deuda exterior del 200% de su PIB. Le propone a los votantes salir de la crisis
con más Estado –aunque ya le entregan al sector público el 44% de toda la
riqueza que se produce-, gastando más y
manteniendo el mítico “estado de bienestar”, con servicios buenos y “gratis”
para todos.
Tsipras habla de derechos y no de
responsabilidades. Rechaza la austeridad de la señora Merkel, tan ridículamente
preocupada por el dinero que le entregan los laboriosos alemanes para que lo
custodie, y la insolencia de los bancos y tenedores de bonos que pretenden
cobrar los intereses pactados o los que se derivan del creciente riesgo-país, en
la medida en que los inversionistas le ven las orejas al lobo.
Naturalmente, Tsipras combate la corrupción
de los políticos y empresarios, que es mucha, pero no menciona la del “pueblo”,
que defrauda a Hacienda, simula enfermedades para recibir pensiones –es el país
desarrollado con más “ciegos legales” del planeta—, cobra empleos en los que no
trabaja, cuenta con centenares de profesionales sufridos, que pueden jubilarse
a los 50 ó 55 años con un 96% del salario, entre los que se incluyen peluqueros
y locutores, y, pese tener un desastroso sistema público de enseñanza, posee
cuatro veces más profesores per cápita que Finlandia, el país que mejor
transmite los conocimientos, de acuerdo con la pruebas PISA.
El predecible triunfo de Syriza posiblemente
impulse el de “Podemos” en España, una formación similar, dirigida por el joven
profesor comunista-chavista Pablo Iglesias, con el agravante de que éste viene
de contribuir decisiva y alegremente a la destrucción de Venezuela, mediante
diversos tipos de asesorías dados por una fundación afín a su grupo (llegaron a
tener un despacho en Miraflores, la casa de gobierno, y recibieron por sus
servicios aproximadamente cinco millones de dólares). Asesorías que incluyen el
manejo de la economía y hasta de las prisiones (¡madre mía!).
Iglesias y Tsipras, además de la ideología
comunista, comparten un dato biográfico elocuente. Ambos han vivido siempre
dentro del ámbito público, subsidiados o becados por el conjunto de los
ciudadanos por medio de los impuestos.
Quizás ello explica que ninguno de los dos
advierta que los problemas de España y Grecia no derivan del mercado o de la
distribución de ingresos, sino de la debilidad del tejido productivo. Ambos
países, por cierto, exhiben un bajo coeficiente GINI (32 y 34.3 respectivamente.
Mejores que Canadá y Nueva Zelanda).
Lo que España y Grecia necesitan es más
capitalismo, pero del bueno, el que se funda en la competencia y la
meritocracia y no en el compadreo y la coima. Requieren muchas más empresas
exitosas y competitivas en la esfera privada, porque ya sabemos a qué círculo
del infierno nos conducen las empresas públicas. Lo que también necesitan, son
Estados eficientes y honrados que ahorren y administren escrupulosa y
transparentemente el dinero de los contribuyentes.
Ninguna persona sensata tiene nada en contra
del Estado de Bienestar, siempre que la sociedad que lo disfruta lo haya
elegido democráticamente y trabaje para costearlo. Como hacen, por ejemplo, los
daneses o los austriacos.
Lo que resulta un disparate injustificable
–la frase es de Ricardo López Murphy con relación a Argentina, tan parecida a
Grecia y España–, es “trabajar como en Sicilia y querer vivir como en Suecia,
pero culpando a Estados Unidos o a Alemania cuando, lógicamente, no se
consigue”.
Nos vemos, preocupados, en el 2015.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal
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