La
situación económica y política de Venezuela está hoy más sujeta y amenazada que
nunca, por el divorcio que insiste en mantener el país aislado de la comunidad
internacional y de la inevitable interdependencia que representan los intereses
globales.
Pretender
vivir eternamente de consignas altisonantes, en el medio de eternas proclamas
relacionadas con la falsa creencia de que se es una gran potencia, o pregonar
fechas cargadas de promesas relacionadas sobre cuándo la nación será un país
desarrollado, a conciencia de que no se hace lo debido para llegar hasta allí,
no pasa de ser barniz en una pobrísima
magalomanía.
No se
puede ser potencia, no se puede hablar de soberanía, tampoco de independencia,
mucho menos de desarrollo si se insiste en ignorar la globalización, a la vez
que se recurre ostentosamente a lo que sucedió hace ya más de 200 años, para
justificar derechos a vivir en condiciones ausentes del presente y de los retos
del futuro.
Venezuela
se empeña en aislarse del mundo para que los vecinos no se percaten del sucio y
de los malos olores que expele la carencia de condiciones para ser indiscutible
e innegablemente potencia, soberana, autónoma, plenamente libre. Y eso sucede
mientras el entorno internacional ofrece sus aportes para que el país-pedante
pueda algún día ser una auténtica nación con posibilidades de llegar a coronar
la posibilidad de potencia, de ser realmente soberana, libre de su obligado
sometimiento cultural a negarse a velar por la importancia del futuro, porque
está más ocupada –interesadamente- y dedicada a rendirle culto a su pasado.
Preocupa
que la conducción del país no incluya la importancia de saber capitalizar la
oportunidad histórica de pasar a formar parte clave del rompe cabezas mundial.
Y, desde luego, inquieta que prevalezca en todo y para todo la
monodependencia de la utilidad del
producto bandera, el petróleo, como tabla de salvación económica, pero también
como única fuente motivacional para
mantener la visión política de la futura conducción política del país. Es como
que si para todos los que se ocupan de hacer y vivir de la política, no hubiera
otro recurso distinto a él, aun cuando la matriz energética mundial insiste en
precisar que el recurso petrolero pudiera estarse convirtiendo en una
alternativa con una vida en vías de inutilidad extrema, no más allá de los
próximos 25 años. Bastaría con evaluar el alcance de los últimos anuncios
hechos en los más recientes días en este orden de ideas, para entender qué está
planteado realmente en contra de las causas del calentamiento global.
La
concientización sobre las consecuencias del calentamiento global es cada día
más importante. Entenderlo es lo que, precisamente, está permitiendo que los
usuarios del petróleo y demás fuentes energéticas de origen fósil, asuman que
lo inteligente hoy no es hacer del bajo precio un motivo para el uso irracional,
del derroche. Asimismo, a los productores les está prácticamente vetado sólo
pretender conquistar y preservar la mayor cuota del mercado consumidor,
recurriendo a una oferta constante y creciente.
Venezuela
proyecta continuar su desarrollo petrolero desde la Faja del Orinoco. Y lo hace
argumentando que allí está ubicado el "yacimiento más grande del mundo de
petróleos extrapesados", y con el que, en el más breve plazo, pudiera alcanzar una producción diaria
de 4 millones de barriles. Para llegar hasta allí, se requiere una inversión
aproximada de 141 millardos de dólares; es decir, una cantidad de la que no
dispone el país y que no los puede captar, mientras que aquí no haya una
sensata conducción en materia económica y petrolera, y que el desquicio actual
no se mantenga como alternativa de los futuros gobiernos.
Desde
luego, lo que se necesita para que el país pueda apuntalar un futuro promisorio
en beneficio de sus futuras generaciones, no puede estar eterna y
exclusivamente cazado con la idea de que sólo el petróleo salva. Ciertamente,
la condición de petrolera siempre le servirá a Venezuela como fórmula o soporte
para emprender el aprovechamiento tecnológico e industrial de sus fuentes
naturales en materia de minería metálica y no metálica. Sin embargo, dicha aún
ventaja comparativa y competitiva no puede anular la importancia de acometer el
aprovechamiento de las opciones naturales adicionales, bien para el desarrollo
del turismo, como de la producción de alimentos y la transformación integral
del comercio en todas sus fases, incluyendo las áreas portuarias y
aeroportuarias.
La
Revolución Verde y el aprovechamiento racional del uso del agua ya forman parte
de la nueva agenda de la humanidad. Y
eso lo están forzando la explosión demográfica mundial y las necesidades
implícitas de dicha expansión vegetativa, como la percepción de que en esta
parte del mundo existe una serie de ventajas naturales ideales para generar la
respuesta apropiada y adecuada a dichos requerimientos. Si es así, ¿por qué la
petrolera Venezuela hoy da serias señales de que es víctima de no tener
producción suficiente de alimentos para atender a su pequeña población de menos
de 30 millones de personas?.
Venezuela
dispone de tierras cultivables, del agua y la mano de obra necesaria para el
inicio de un desarrollo productivo de alimentos. También de una agroindustria
reconocida por su capacidad procesadora apropiada, gracias a la modernidad de
su tecnología y capacidad para cumplir con las más exigentes disposiciones
sanitarias mundiales. ¿A qué se debe, entonces, la histórica recurrencia al uso
de recursos en abundancia para estimular las importaciones, mientras se anula y
se impide la masificación productiva de los alimentos?. ¿ Acaso al también
interesado empeño en sostener condiciones monetarias y cambiarias, con el fin
de que sigan apareciendo nuevos rostros en la lista de los individuos con mayor
fortuna en el mundo sin haber sembrado siquiera una semilla de caraotas?.
Con
mucho menos recursos de lo que se requiere para el desarrollo petrolero,
Venezuela también podría ser lo que tanto se pregona y que no pasa de ser una
cantaleta aburrida: una verdadera fuerza productiva para la exportación de los
alimentos típicos del trópico,
desarrollar plenamente el sector agropecuario, y un sólido tejido
industrial para el procesamiento de la producción nacional, como de la materia
prima y los insumos que se deban importar para atender la demanda internacional
de los bienes manufacturados.
De lo
que se trata, en fin, es de disponer de una infraestructura que garantice la
compra de lo que se produzca, conjuntamente con el consumo natural de productos
frescos. Así se alcanzaría el desarrollo y éxito de una verdadera Revolución
Verde; además, de garantizar la seguridad agroalimentaria, que es, sin duda
alguna, una de las más importantes obligaciones primordiales de todo Gobierno.
Es
lamentable apreciar y vivir en carne propia con indignación lo que hoy está
sucediendo en Venezuela: a un pueblo sometido a hacer grandes colas o filas
desde tempranas horas de la madrugada, con la esperanza de poder adquirir un
determinado producto con limitaciones de cantidad y sujeto a identificarse por
cédula, que a su vez, sólo permite comprar una vez a la semana. Lo que no se
puede conseguir por esa vía, curiosamente, siempre está disponible en el mal
llamado mercado negro de alimentos o "bachaqueo", a precios hasta 5
más de su verdadero valor. Y todo ello, mientras la inflación más alta del mundo
reina a su antojo, a la vez que se regodea sobre fajos de billetes, cuya sola
impresión implica erogar un mayor costo que aquel necesario para convertirlos
en instrumentos con capacidad de compra.
Todo
está dicho, pero no hay que dejar de repetirlo: no hay nada más peligroso que
insistir en provocar reacciones impredecibles en el ser humano. La historia de
los pueblos describe que el hambre y el miedo son los peores aliados, cuando se
trata de reacciones provocadas o espontáneas de ciudadanos saturados por las frustraciones,
las decepciones y las agresiones. Hay que evitar llegar al tercer campanazo.
Egildo
Lujan Navas
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