Existen dos tipos de Otitis. La primera, la
de verdad, consiste en una infección del oído medio que puede traer graves
consecuencias, como la sordera crónica, si no es bien tratada. La otra tiene
que ver con el amplio repertorio de excusas que usan los estudiantes para no ir
a clases, o los adultos para faltar al trabajo o a una reunión que quieren
evitar, o para no montarse en avión, por sólo citar algunos ejemplos. En el
caso que nos ocupa, que no voy a decir cuál es porque ustedes saben, yo tengo
la certeza de que se trata del segundo tipo. Es, sin duda, un caso severo de
Otitis crónica que ha derivado en sordera crónica, o viceversa, como mejor les
parezca, de los que han sido catalogados coloquialmente como “no hay peor sordo
que el que no quiere oír”.
No quiero parecer superficial, y tengo muchas
razones que justifican mi certeza. En primer lugar, se trata de alguien que
tiene años oyendo sólo cuando le conviene. Sus allegados saben muy bien que
tiene el oído afinado para escuchar halagos. Basta que digas algo que no le
guste para que, o se haga el loco, o te mande poner preso en el mejor de los
casos, y esto último no es porque te escuchó sino porque sus dueños le pasaron
un papelito con la sentencia ya cocinada. Por otra parte, es impresionante el
número de gente, dentro y fuera del país, que le solicita que rectifique, que
tome acciones contrarias a su naturaleza en cosas simples tales como respetar
los derechos humanos, y él nada, no escucha, es sordo.
Lo último, ya conocido por todos, es que se iba a encontrar cara a cara con una persona a quien él teme profundamente, y ¡zas!, finalmente confesó lo de la Otitis, aunque realmente ha debido confesar la sordera ya mencionada, pero no se atrevió a llegar tan lejos. Era el momento de escuchar verdades, pero un “revolucionario” que se respete no está para esas cosas. Sólo debe enfocarse en mantener el poder a toda costa, incluso de la vida de quienes se han atrevido a hablar y, para lograr ese objetivo, escuchar verdades puede ser muy peligroso.
Por eso, todos los que padecemos
penurias a causa de esa sordera, debemos
gritar más alto. Sabemos que él no va a escuchar, pero los que le pasan los
papelitos sí que escuchan, y el mundo también escucha. No podemos evitar que él
se haga el sordo, pero si estamos en capacidad de alzar nuestra voz, tan pero
tan alto, que alguien tenga que escuchar.
Gustavo Yepes
gyepesp@gmail.com
@gyepesven
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