El país se volvió un enredo acuciado,
contradictoriamente, por políticas públicas carentes de arraigo conceptual.
¡CÓMO ARRUINAR A VENEZUELA!
Contrario al hecho sobre el cual el mundo
editorial ha visto engrosar sus finanzas cuando de estimular el éxito personal
o el mejoramiento de organizaciones se trata, para lo cual argumenta razones
vinculadas con la inteligencia, la administración, la motivación, la planificación
y la gerencia, también la improvisación se ha valido de obtusos criterios para
opacar el desarrollo de instituciones que, al margen de sus capacidades y
potencialidades, terminan convirtiéndose en una especie de contenedores de
problemas y perdedores de valiosas oportunidades de crecimiento y progreso.
La política de baja calaña, micro política o
politiquería, propia de la demagogia populista,
tiene la fuerza para decantar posibilidades de desarrollo económico y
social de un colectivo importante. Ello es resultado de la indolencia en
combinación con la ineptitud y la codicia equivocadamente concebida, conducta
ésta característica de personajes que, disfrazados de dirigentes o gobernantes
democráticos, están entregados al delito político y a la fechoría moral.
El caso Venezuela es referencia en el debate
de ejemplos desnaturalizados. Mientras los países de la región, incluso
aquellos declarados socios, aliados o asociados emergentes, por burdos
intereses económicos, han visto crecer sus indicadores de desarrollo,
transparencia y gestión, principalmente, Venezuela ha sufrido la declinación de
casi todas sus manifestaciones de pujanza y disposiciones de influencia
política y económica. De hecho, sus finanzas, como nunca, están en el último
escaño. A decir del diario El Nacional, “la reservas del país están en el nivel
más bajo en doce años” lo cual sin duda
es bastante alarmante. Sólo en Abril disminuyeron casi dos mil millones
de dólares para situarse en 18 mil 900 millones de US $, no todos de inmediata
liquidez lo que engrosa el problema financiero.
Tal estado de precariedad, viene
profundizándose al mismo tiempo que denota el raquitismo de gobernantes
aferrados a gastos que, a sabiendas de su carácter improductivo, no tienen
mayor vinculación con la necesidad de inversión que requiere la movilización de
un país históricamente comprometido con procesos de institucionalización de la
democracia constitucionalmente pautada. Particularmente, en las Cartas Magnas
de 1961 y 1999, indistintamente de su inspiración doctrinaria. Sin embargo, las
realidades han dejado ver gruesas distorsiones que a pesar de ciertos ingresos
extraordinarios no recurrentes o no asociados al petróleo y no del todo
declarados aunque sí comprobados, han derivado en una absurda concentración
social y territorial de la riqueza y del poder en pocas manos.
En el contexto de tan grave situación, viene
acentuándose una grosera brecha entre el discurso de altos dirigentes
gubernamentales, y el proceso real de elaboración y toma de decisiones que
orienta la acción del régimen. Así ha comenzado a fraguarse una gestión de
gobierno absolutamente discordante de lo que prescribe el fanfarroneado Plan de
la Patria. De essa forma, el país ha entrado en una fase de su economía
totalmente revuelta en la que la confusión y el desaliento han mediatizado
ingentes compromisos por articular un proceso histórico con el sentido de
venezolanidad por el cual ha venido luchándose a lo largo del recorrido del
siglo XX, fundamentalmente. Pero el populismo ha podido más que cualquier
esfuerzo por ordenar el desarrollo nacional con base en valores de libertad,
pluralismo político, solidaridad y justicia.
El país se volvió un enredo acuciado,
contradictoriamente, por políticas públicas carentes de arraigo conceptual. En
consecuencia, lejos de hacer de Venezuela un país referencia y modelo tan igual
o mejor de lo que alguna vez alcanzó a ser, retrocedió tanto que ni siquiera
podría llegar a reconocerse pues perdió la configuración democrática que pudo
lograr entre duros zarandeos políticos y económicos. Pero ahora el país cayó en
un espacio sin fondo que sirva éste para frenar la caída que viene dándose en
lo que va de siglo XXI.
La obstinación, la sed de venganza, el
resentimiento han sido las razones que lamentablemente, han incitado el
ejercicio de poder que por ahora mantiene tiranizado al país. O sea, todos los
problemas que desgarran un cuerpo social, los vive hoy Venezuela. Desde su
economía al borde de la estanflación (situación en la que a pesar de la abrupta
inflación, se produce un estancamiento de la economía y el ritmo de la
inflación no cede), hasta el padecimiento de un mercado marcado por la carestía
de productos que forman la cesta básica, pasando por una sociedad en
encarnizada bifurcación, el país está en un plano negativo que muchos todavía
no advierten por ceguera ideológica o provecho personal. En todo caso, no luce
difícil dar cuenta del destrozo que el régimen sordo y ciego, aunque
inversamente revolucionario, le ha causado al país. De manera que tampoco es
complicado averiguar el procedimiento seguido por el régimen para haber
descalabrado al país. Sus gobernantes bien supieron ¡cómo arruinar a Venezuela!
VENTANA DE PAPEL
NO ES NORMAL
A pesar de los nuevos controles que impone el
régimen con el propósito de acorralar aún más las libertades, y de confiscar
los derechos fundamentales, la democracia jamás perecerá. Cada día se crean
mecanismos para defenderla. Las redes sociales, son carteleras activas para
ejercer el derecho a opinar, tanto como a protestar, lo que es propio de la
condición humana. Así que no es raro hallar en las redes sociales de la
Internet, expresiones que denoten rechazo al autoritarismo que busca el régimen
activar y para lo cual se vale de abusos posibles y hasta legalizados.
Inclusive, impuestos por vía de la fuerza.
El manifiesto que recién inundó tablets,
smartphones, laptops y computadoras personales, sobre el carácter de
anormalidad que caracteriza a Venezuela en medio del estado de ruina al que lo
ha llevado la tan mentada revolución bolivariana, da cuenta del desastre que
tiene degradado al país.
En verdad, debe reconocerse que los
venezolanos no disfrutan de un país en condiciones de exacta normalidad. Uno de
dichos mensajes, explica que todo en él, es anormal por cuanto no es normal,
por ejemplo, que haya que hacer colas para comprar alimentos (si es que se consiguen).
Tampoco es normal que no se consigan medicamentos o que cada 20 minutos muera
un venezolana en manos del hampa. Asimismo, no es normal que la tasa de
inflación sea la más alta del mundo, siendo uno de los principales países
exportadores de petróleo (aunque en tiempo pasado).
Del mismo modo, no es normal que millones de
venezolanos estén protestando pacíficamente en todos el país por urgentes
soluciones y que no sean escuchados. Al contrario, son brutalmente reprimidos
por organismos de seguridad del Estado que contrariamente a su misión, no actúan con la delincuencia
como debe ser. Esto hace que se tenga una impunidad dominante. Además, no es
normal que muchos venezolanos no entiendan tal descarnado maltrato. Aún así,
permanecen callados.
No es el país que merecen los venezolanos
coterráneos de Bolívar. Mucho menos, el régimen que por superadas
circunstancias ejerce el poder político. Más, cuando el país funciona a la
inversa. Y eso, no es normal.
¿DÓNDE QUEDÓ EL SENTIMIENTO OBRERO?
Conmemorar el día de los trabajadores, es un
acto más político que sindical. Y peor ahora, cuando la política venezolana ha
llevado al país al propio despeñadero que se ve al corroborarse el nivel de
crisis que aqueja la funcionalidad administrativa oficial. Este primero de Mayo
de 2015, estuvo caldeado de presuntos trabajadores. Pero más llevado por
pasiones ideológicas infundadas, que por causas gremialistas que hayan
respondido al devenir laboral.
Todo fue loas a un régimen que en nombre del
socialismo, distribuye miseria. No se escucharon consignas que protestaran las
migajas que reparte el gobierno en forma de salario. Muy a pesar del efímero
aumento decretado. Tampoco, por lo que en forma de impuestos le quitan al
precario salario mínimo que además no se transforma en soluciones de agobiantes
problemas. Es decir, no hubo reproches por la manera de cómo el régimen
persigue económicamente al trabajador. Ello, sin condolerse de quienes ganarán
escasos 6.746 Bs. de sueldo mínimo.
Tampoco hubo voces que reclamaran la grosera
inflación que deja “claro y sin vista” cualquier insípido aumento considerado
por el alto gobierno. No se dijo nada de las empresas expropiadas cuyas
direcciones quedaron en manos de militares que excluyen al obrero “pico y
pala”. Habrá que preguntarse por aquella declaración de “dignificación de la
clase obrera” que sólo sirvió para rellenar páginas de periódicos.
No se dijo nada sobre otra promesa
gubernamental en torno a lo que es “una empresa autogestionable” que al final
se convirtió en excusa para no producir nada. Aunque sí, para darle fuerza
mediática al pretexto de “guerra económica”. Igualmente nadie se atrevió a
reivindicar aquello de “producción: armonía en el ambiente” pues las realidades
son evidentes al correr el velo de empresas gubernamentales que lejos de
ocuparse por un ambiente limpio, no le importa la contaminación ambiental que
sus procesos despiden hacia la atmósfera.
Entonces, frente a un presidente de la
República que dice ser “obrero” y ante la desidia revelada por la situación de
caos que igual trastoca tanto al patrono como al obrero, a todos los
venezolanos sin distingo de credo político, cabe preguntarse ¿dónde quedó el
sentimiento obrero?
“Para lograr el desarrollo de un país, se
tienen distintas fórmulas. Aunque para arruinarlo, también. La diferencia entre
un camino y otro, estriba en lo inmediato que significa aniquilarlo pues sus
ejecutores igual terminan haciéndose pasar por sus benefactores”
AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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