Hace algún tiempo, hubo un comentarista
deportivo –cuyo nombre no recuerdo- que cuando el pelotero iniciaba bien y
luego se ponchaba de manera vergonzosa, decía una frase que siempre me pareció
grandilocuente: “de lo sublime a lo ridículo”. Y recordé al comentarista y su
frase porque vi un video de la visita que John F. Kennedy hiciera a Venezuela,
en diciembre de 1961. Por supuesto, imágenes de una Venezuela cauta y moderada,
que daba pasos hacia la prosperidad y el progreso. Un país democráticamente
naciente, con grandes riquezas, para envidia del resto del continente que, con
el transcurrir de los años, pasó de lo sublime a lo ridículo, para infortunio
de quienes la aman y bendición de quienes la roban.
¿Hacia dónde nos perfilábamos y en dónde
caímos? Teníamos la materia prima para ser una gran potencia; existían las
ideas, los proyectos, los recursos y las ganas. Pero también, existían los
corruptos, los ladrones de cuello blanco, los de maletín y los oportunistas.
Avanzábamos hacia el progreso, pero tomados de la mano con la ambición. Y
derivamos, luego de años de malos gobiernos, en algo mucho peor: nuestra
historia reciente, esta, la de los últimos cinco lustros ha logrado cifras
récord en corrupción, pobreza y retroceso, para llegar “a pasos agigantados”
–como bien rezaba su slogan- a la destrucción total de un país.
Sin embargo, es alarmante comprobar que en
Venezuela coexisten dos realidades antípodas. Completamente extremas. Por un
lado estamos los que vivimos una pesadilla: el epítome de la miseria, la
descomposición moral, económica y social. Y en el otro –donde se encuentra la
gente muy afecta al desgobierno- Disneylandia: felicidad, prosperidad y
bonanza, generada por unos pseudo líderes ineptos, mediocres promovidos; pero,
que a juicio de quienes les siguen, han hecho todo a la perfección. A propósito
del Día del Trabajador entrevisté al diputado del PSUV, Oswaldo Vera, y a la
sindicalista de ÚNETE, Marcela Máspero. No hubo, en lo absoluto, un punto de
coincidencia. Fue como tener delante de mí, dos países distintos, dos
realidades opuestas: el país de Vera, donde todo funciona, todo es bueno y todo
sirve. Y el país de Máspero, donde la injusticia, la escasez y la matraca son
el orden del día.
Llamó poderosamente mi atención un correo que
me escribió una lectora, a propósito de mi artículo “A más votos, más minoría”,
para describir su realidad, que es la de muchos venezolanos opositores a este
régimen; pero, que viven inmersos dentro de esos sectores donde el virus
llamado chavismo-madurismo-comunismo, infecta a más venezolanos y por qué esto
“pica y se extiende”. Comparto con ustedes sus líneas:
“Le escribo para informarle, si acaso no lo
sabe, cómo es la vida en el oeste de Caracas, específicamente en el sector
Capuchinos, lugar donde resido, y darle mi humilde opinión en relación a todo
lo que está sucediendo. Una visión general.
En mi opinión, no saldremos de esto. Pienso
que los egresados de las universidades creadas por el gobierno no van a perder
lo que lograron; y, de cambiar esto, no se someterían a una reválida
simplemente porque la mayoría no sabe nada. Compare a un abogado de la Central
con uno de la Bolivariana; eso, por una parte. Por otra, la cantidad de
empleados públicos apegados a su quince y último que, aunque estén
descontentos, seguirán votando por el régimen para no perder su cambur, y
siempre tendrán como ejemplo a nosotros, los despedidos de PDVSA. A ellos,
mensualmente, les colocan un Mercal donde les venden un combo por 700 bolívares
(dos aceites, dos mantequillas, 4 arroces, 4 pastas, un pollo y una leche) ¿se
preocupan por comida?
Mingo, en los barrios hay comida. Me ha
tocado, a veces, comprar en El Guarataro: me visto con una coraza y hago mi
cola. Allí hay carne, pollo, leche...en Pinto Salinas, hay Mercales dotados. En
el Mercal de La Morán, igual. Y no te quiero contar en el 23 de Enero: tienen
de todo. Con cola, pero de todo. El gobierno hizo muy bien su trabajo; por eso
es que la gente no sale a la calle, los pobres tienen comida en su barrio y los
ricos consiguen en el Automercado La Muralla de La Lagunita, y en otros, su
comida cara que pueden pagar. Quedamos los del medio, opositores, que damos
trancazos para conseguir comida, que lloramos a diario por la situación, que
nos deprimimos y a veces enfermamos.
Otro fenómeno es la descomposición social del
venezolano. ¿Qué será del país con esa cantidad de adolescentes que a los
quince años tienen ya dos niños? Es algo tan espantoso vivir en el Oeste:
Mingo, la gente escupe en la calle, en el Metro, en los automercados. Recuerda
que por aquí hay muchos edificios de la Misión Vivienda. Ir al Unicasa de
Capuchinos es una travesía de gente horrible. Vas con miedo. Y en esas colas
ves gorras rojas, ojos de Chávez, en fin. La gente te empuja en la calle, y no
te quiero contar lo que es montarse en una camioneta, lo que representa un
peligro inminente. Y la gente feliz.
Entonces, ¿cómo Capriles, Ismael García, nos
piden que votemos? ¿A quién apoyamos si la oposición no sirve para nada? Es
increíble el efecto rechazo que produce Chuo Torrealba. Yo, particularmente,
pienso que el gobierno está fuerte, agarrando espacios, dictando medidas. Todo
el tiempo escuchamos que Maduro esta caído, que esto pasa...no soy político, ni
analista; pero mi percepción y la de muchos es que esto se jodió y se queda
así.
La propaganda del gobierno es bestial. Tú
pasas por El Calvario y dos ojos de Chávez iluminan el espacio que te da miedo.
Habla en tu programa de esto: del Oeste de
Caracas, de la inmundicia que lo carcome ante la mirada feliz de algunos. Esto
sigue amigo y se consolida. Clara”.
Luego de leer las palabras de Clara, quien le
hizo honor a su nombre, no me quedan dudas de que nuestro país transita de lo
sublime a lo ridículo. Y costará mucho, revertir ese efecto.
José Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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