“¿Cuál es el sueño de los que están despierto?
La esperanza” Carlomagno – Rey de
los francos (768-814) y emperador de los romanos (800-814)
No somos una
amenaza. Somos una esperanza, reza la publicidad oficial. Ni lo uno, ni lo
otro. No somos una amenaza para nadie, menos para un imperio, que posee la más
poderosa y sofisticada maquinaria bélica y con un ejército cuya experticia el
mundo teme. Es más, un país que no puede proveer con normalidad la alimentación
y salud a su pueblo está en una condición lastimera. Y ¡Por ahora! no podemos
ser una esperanza cuando más de 18 mil médicos, millares de profesionales
emigran y más del 60% de los estudiantes que se preparan en el exterior no regresan
y tampoco quieren regresar. Muy mala señal.
¡Por ahora! No
puede haber esperanzas en un país cuyo gobierno le niega presupuesto a las
universidades autónomas, reprime con todos los cuerpos represivos del estado a
los gloriosos estudiantes ¡Por ahora! No puede haber esperanza en un territorio
tomado por el raterismo, el hampa, la violencia criminal y la corrupción más
espantosa de la historia de la humanidad. Despalillarse 25 mil millones de
dólares con empresas de maletín de un sólo jalón, es para anotarlo, en las
páginas doradas del libro de record Guinness. No es concha de ajo.
La esperanza de un
pueblo se pierde cuando los jóvenes no tienen posibilidades de realización. Las
nuevas generaciones se gradúan en las universidades de desempleados y los que
logran insertarse en el mercado laboral, lo hacen con empleos de subsistencia
¿Cuándo logran una vivienda digna? ¿Cuándo vislumbran un futuro promisorio para
sus descendientes? ¿Cuándo podrán adquirir un vehículo para la familia? Y lo
peor, sólo tienen una opción: encasquetarse una franela roja, para obtener
algunas ventajas indignas, que pueda prohijar el poder. En esas condiciones
¡Por ahora! No hay esperanzas.
En un país cuyo
aparato burocrático es tan incapaz, que a nadie le garantizan la vida y sus
propiedades ¡Por ahora! no puede ser una esperanza ¿Cuál esperanza puede tener
una colectividad que perdió las calles a manos del hampa? ¿Qué esperanzas poder
tener los padres y madres, que ven a sus hijos salir de la casa al colegio, la
universidad o divertirse y, no tienen la certeza de que regresen vivos? ¿Qué esperanza puede haber en
un territorio nacional dónde no hay seguridad en el las ciudades, pueblos,
caseríos y zonas rurales? La esperanza se pierde cuando estamos a merced del
hampa común y la de cuello rojo. Es un mundo de terror. La realidad supera la
imaginación.
Venezuela tiene muchas potencialidades. Un insuperable capital humano e inmensas riquezas. Es obvio, la esperanza es la última que se pierde, pero ¡Por ahora! la esperanza tiene saborcillo a frustración. Esa sensación la vamos a vencer. El bravo pueblo, que ya despertó de esta pesadilla, más temprano que tarde se impondrá y esa esperanza, nunca perdida, brillará en todo su esplendor. Es cuestión de tiempo. No os descorazonéis.
José “Cheo” Salazar
sjose307@gmail.com
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