Cierta ingenua actitud cívica lleva a creer a
muchos que la dirigencia política espera disponer de propuestas viables para
tomar las determinaciones necesarias que contribuyan a mejorar la calidad de
vida de todos.
Si bien algunos casos aislados corroboran que
es una excepción, la inmensa mayoría de los políticos no siguen la dinámica que
la gente imagina. Ellos, por naturaleza, solo intentan sumar votos, usando la
demagogia como arma predilecta, para posicionarse de cara a la siguiente
elección.
Mucha gente bien intencionada, supone que la
clase política no resuelve los problemas porque nadie les acerca proyectos para
llevar adelante, o porque no disponen de los conocimientos suficientes para
abordar esas obviedades.
Aducen que abunda una inocultable mediocridad
imperante y una ignorancia inadmisible de parte de quienes conducen los
destinos de todos, sin advertir que sucede algo mucho más simple y evidente.
Solo se trata de una postura muy ruin, plagada de gran desinterés y una
mezquindad a prueba de todo.
En realidad, lo habitual es que no lo hagan
porque no les reditúa desde lo electoral, no les trae votos, o lo que es peor
aún, porque de hacerlo, de acceder a la inquietud, pagarían elevados costos
políticos privándose de ciertos apoyos esenciales para seguir en la carrera
elegida.
Visto así, todo parece ser demasiado
negativo. Ellos no quieren soluciones y no harán nada que les implique
"pagar" esos costos. Frente a esto, aparece la resignación y la
impotencia se multiplica. Por eso la ciudadanía debe revisar su propia
conducta, su recurrente reacción frente a lo cotidiano.
Los políticos tradicionales saben que la
sociedad se mueve por espasmos para luego someterse mansamente, sin dignidad.
Ellos saben que si tienen un poco de paciencia, todo pasará y retomarán el
control, como siempre.
Es menester convertir esa aparente mala
noticia, en una ocasión conveniente. Se debe intentar capitalizar ese hecho y
revertirlo para transformar el obstáculo en ventaja, la debilidad en fortaleza,
utilizándola como una herramienta eficaz que permita impulsar el cambio
anhelado.
Entender como razona la política, como piensan los dirigentes, ayuda a superar esa infantil conducta ciudadana que solo consigue aumentar la eterna impotencia, la frustración de rutina, consigue enfadar a todos y no permite direccionar las energías hacia lo posible y positivo.
Si bien no todos los asuntos son susceptibles
de este procedimiento, bien vale la pena intentarlo allí cuando sea posible.
Incorporar esta visión, ayudará a que la sociedad sea mucho más efectiva en sus
demandas y definitivamente convierta sus habituales molestias en una gran
oportunidad.
También le será útil a la política, cuando
comprenda que ciertos ardides propios de su actividad, ya no tienen la misma
vigencia y son insuficientes para disimular las genuinas preocupaciones que la
gente esboza con razón.
La labor consiste en evaluar previamente
todo, con profundidad en el análisis, pero al mismo tiempo con serenidad e
inteligencia. La idea es encontrar una forma de plantear la cuestión de fondo
para colocarla, luego, en términos concretos y para que su eventual desatención
le genere a la política un costo electoral tal que no le permita ignorar el
asunto jamás.
Para que el dirigente tenga que actuar, para
que comprenda que no tendrá otra chance que ocuparse, para que el letargo, la
abulia y la negligencia no lo invadan, resulta clave acertar en la selección
del camino a recorrer. Por eso esta etapa de adaptación ciudadana puede llevar
tiempo y esmero.
No siempre el abordaje será eficaz. Es
probable que ciertos reclamos no encuentren nunca el modo adecuado de
"construir" argumentos que signifiquen un circunstancial costo
político tan importante que haga revisar la sostenida decisión del mandamás de
turno.
Con un diagnostico certero, la ciudadanía
puede llevar adelante un plan con expectativas de éxito, reclamar con absoluta
contundencia y poner en apuros a toda la dirigencia. Cuando el asunto toma
relevancia, cuando la escala del problema es indisimulable, el político tomará
nota de lo que ocurre, se interiorizará a fondo y finalmente hará algo al
respecto.
Si la estrategia seleccionada no es la
pertinente y la implementación es débil, timorata y deficiente, no se puede
esperar otra cosa que más de lo mismo. Por eso es central concentrar los
esfuerzos en lo correcto. No pasa solo por quejarse y explicitar la bronca. Es
bastante más complejo que eso.
Esta no es una fórmula mágica, pero tiene más
probabilidades de vulnerar las férreas defensas que la política contemporánea
coloca para evitar los embates ciudadanos. Los dirigentes prefieren la calma de
los escritorios, la comodidad de las campañas electorales superficiales y no
desean enfrentar a un electorado astuto y perseverante que los fastidie a
diario.
El desafío es entender como funciona y hacer
entonces los deberes como corresponde. Si los ciudadanos de este tiempo quieren
cambiar la perversa inercia vigente, deberán pensar primero y actuar después,
teniendo en cuenta como se mueven quienes toman las decisiones importantes.
Existen ejemplos cotidianos, aunque no tan frecuentes como sería necesario.
Después de todo, los políticos son
absolutamente predecibles y esa es una ventaja enorme para los ciudadanos. Hay
que recordar que solo registran aquellos asuntos cuya falta de resolución les
implica pagar costos políticos.
Alberto
Medina Méndez
amedinamendez@arnet.com.ar
@amedinamendez
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